El poema inexistente
Este poema, en realidad, no existe,
pues pretende escapar de toda forma
y ser sólo sentido, confesión
de cuantas cosas sucedieron
para no ser nombradas nunca.
Este poema es imposible, y duele
decir que apenas dice nada
en su morosa rotativa de impotencias;
que, si ha nacido, asoma
con los pies por delante,
como un muerto asustado de saberse
muerto en la claridad del mediodía.
Su color es un blanco
de palinodia sin excusa (porque
no tiene potestad para quejarse,
porque nadie le ha dado vela, porque
no hay entierro, ni muerto, ni dolientes,
ni túmulos, ni urnas,
ni, claro está, palabras necrológicas
que certifiquen la bondad de lo nonato).
Este poema debería hablar de lo innombrable,
y ser así el poema último,
el necesario ajuste
de cuentas con la vida.
Pero se agosta como un fruto
agusanado,
es un canto retráctil que no clava
más aguijón que el de la elipsis perezosa,
que si inocula algún veneno
es apenas un pálido narcótico
para alcanzar la salvación por el silencio;
una vez más,
callar lo imprescindible, seguir alimentando
la mentira.
El caso es que el poema se vaya construyendo
poco a poco,
ambicionando cielo mientras desgarra nube,
a tientas acreciéndose en la noche
como una catedral de agua.
A la espera de símbolos que inunden
las mudas galerías sin espejos;
de mentidas reliquias con que colmar los sótanos,
de ardores epifánicos.
De la revelación que nadie alcanza
sino cuando su voz ya no es la suya.
Y, mientras tanto, dejar que pase el tiempo,
hacerse el loco en las esquinas del sintagma.
Disfrazar la osamenta con vestidos
retóricos que son, al fin y al cabo,
mortaja de un cadáver, de un secreto.
Porque, en verdad, este poema
es un secreto y un cadáver.
Es el cadáver y el secreto
que la forma se lleva hacia la tumba.
Es el poema que no canta:
celosa arqueta de ignominias,
sentina rumorosa del espíritu
en la que se desagua la conciencia.
Pero si me preguntan qué agua sucia,
qué frescos lodazales esconde su discurso;
qué muerto muere hoy sin lacrimosas,
qué secreto:
ya dije en el principio que no existe,
ya dije (¿no lo dije?) que no habita
en la intención de estas palabras. Porque
este poema es imposible,
y el misterio no viaja en el presente
desde un pasado incierto, sino que se proyecta
hacia el futuro: es el futuro,
el miedo del futuro.
Lo que jamás escucharán
vuestros oídos.