El humo
(dibujando en el aire
proporciones doradas, rizos,
cúmulos de escoria celeste o espirales
sintácticas o nimbos de tristeza)
te ciñe las jornadas
con el sigilo de una túnica inconsútil.
Si no recuerdo mal, fue la otra noche
cuando (burlando el desaliento)
murmuraste:
Mañana lo dejo.