Historia antigua
Me enseñasteis el cántaro romano
en el monótono apogeo de la tarde;
suscribiendo, paganos y felices,
con aquel colofón de historia antigua
vuestra orgullosa estampa de anfitriones.
Paris y Helena.
Pero eso fue después de abrir mis ojos
al zócalo de mármol serpentino,
el puf minimalista, la cómoda en madera
de iroko y guayacán.
Después de calcinar la barbacoa
con gozo incombustible en cada ofrenda,
y hablar, tal que sofistas lapidarios,
del ámbito político y la bolsa,
del grato paladar de los capones,
de cómo se adelgaza con el tiempo
el músculo mendaz de la utopía.
Sólo después de entrechocar las copas
y proponer un brindis
por los vencidos plazos de nuestra juventud,
por los años de guerra o armisticio
que el amor decretaba en primavera.
Por aquella mañana
de abril en que encontramos
(supinos, inconscientes arqueólogos)
el ánfora latina en los abismos
vacíos y tartáricos del Metro.
Creíamos oír, almas de cántaro,
el eco de unas voces milenarias:
remotos parlamentos en la lengua
desnuda y cadenciosa de las vides.
Sus nombres divulgándose en la escuálida
cerviz de la vasija.
Haced memoria.
…pudieron ser los dioses del Olimpo
quienes, alguna vez,
llevándose a la boca el alabastro…
La juventud ardía. Y tú, Paris,
el héroe que inspira este relato
(mayor en años, más fuerte y cauteloso)
requeriste el trofeo, como siempre.
Que ganases a Helena, es indudable,
lo sancionaba el mito.
Por eso, aquella tarde hipotecada
en dar fisonomía al disimulo
estaba ya pensando en escribir
este poema cuando dije
(tendréis que perdonarme mi mal vino)
que todo ya es, en fin,
historia antigua.
nacho, soy avemar. mándame tu correo «bueno». quería enviarte un par de textos. los anteriores no sé si los has recibido porque nunca acusas recibo.
te acabo de poner en «marcadores» para que no pase tanto tiempo sin ver tu blog.
besos a los dos.