Cándida o el optimismo

Miércoles, 4 de Noviembre de 2009. Diario El Mundo. Página 2 del Suplemento Campus.

cándida

«La educación general, y en particular la educación superior, debe convertirse en el eje central de las políticas encaminadas a garantizar el desarrollo económico sostenible».

«[…] es preciso hacerlo útil [el conocimiento] como instrumento de transformación colectiva y realización personal».

(Extractos del artículo «Más educación para el conocimiento», firmado por Cándida Martínez, secretaria federal de Educación y Cultura del PSOE).

Los profesores del chiringuito meridional patrio recordarán el paso de Doña Cándida por la Consejería de Educación Andaluza como un período especialmente funesto para quienes ejercemos este maltratado oficio. Pese a las evidencias que alertaban de un espectacular receso en la calidad de la Enseñanza, Martínez no se cansaba de repetir que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, que teníamos el privilegio de educar a la generación más preparada de la historia y que, en fin, las nubes olían a sándalo y tomillo (tsun, tsun). Esto era algo que se repetía a sí misma, pero que jamás osó contrastar con la visión un tanto más desesperanzada de los docentes andaluces.

En su nuevo cargo, merecido premio a su panglossiana (o panlogsiana) gestión educativa, Cándida no ha perdido una brizna del optimismo que la hizo célebre. El artículo en cuestión es una acabada muestra de lenguaje inane, formulario y paralegislante: el de quien, para conciliar el sueño, acostumbra a leer el BOE antes que a Borges. Dice Cándida que «los fundamentos del sistema educativo son firmes, bien asentados y estables». Y digo yo: si es así, ¿creen ustedes que el cacareado Pacto que se anuncia va a alterar lo más mínimo tan sólidos cimientos?

Los lugares comunes se multiplican: «semilla de progreso», «inversión de futuro», «integración social», «caudal permanente» (en «cauces apropiados», cómo no), «eje central», «desarrolo sostenible», etc. Tal parece que vivimos un nuevo Siglo de las Luces, pero ahora con resolución digital y Dolby Stereo. El truco consiste en acumular sintagmas vacíos y repartirlos en cada párrafo al albur de un azaroso algoritmo político. Lo que vuelve a chirriar, tal y como ocurre en las alocuciones de Gabilondo, es la coherencia del discurso. Como en todas las huidas hacia adelante, nuestros líderes disparan hacia todos lados. A ver si, por ventura, le aciertan al muñeco.

De la primera frase deducimos lo que ya se sabía: que, hoy, la Enseñanza es esclava de la Política. Aquélla es una pieza integrada en el mecanismo totalizador de ésta. De modo que quienes gobiernan la esgrimen como un instrumento y no como un fin en sí misma. Recuérdese una de las ideas centrales del profesor Oakeshott, defensor de un aprendizaje liberal:

«No sólo se aprende con afán utilitarista, sino que el aprendizaje es en sí el compromiso, y tiene sus propios criterios de logros y excelencia. Con tal fin, la Escuela debe aislarse del hic et nunc, de las contingencias de la vida en curso. Tal aislamiento favorece que el sujeto se libere de las limitaciones de las circunstancias que lo rodean. La Escuela, pues, como espacio protegido«.

Si Oakeshott vivera, comprobaría hasta qué punto la Escuela se ve obligada a aceptar la servidumbre de lo contingente. Uno de los síntomas más notables de que ello es así es la propuesta de pagar sueldos-beca a los alumnos que potencialmente podrían abandonar los estudios. Lo prioritario es poner el foco y la tutela en el niño que no quiere estudiar, cuando la lógica de los «criterios de excelencia» aconsejaría exactamente lo contrario. Otro es la imposición pedagógica de adaptarse, a priori, al contexto social o a la particular idiosincrasia del alumno, con lo que se invierte el comentado principio de Richter: «Al enseñar a un niño de dos años, uno debería hablarle como si tuviera seis». La política, que iguala por abajo, prescribe el reverso tenebroso de dicho aforismo. Y, así, no es raro ver a fornidos mozallones confeccionar polícromos murales de Jardín de Infancia que divulgan los perjuicios del tabaco o el poder reparador de una sonrisa. Tsun, tsun.

A la par, Doña Cándida apela a la transformación colectiva y a la realización personal, todo en uno. Y, ¿qué pasa si la metamorfosis pública no coincide con mis aspiraciones individuales? ¿Cómo se maridan esa planificación para la masa con lo que Oakeshott llama la «autocomprensión»? ¿Qué nos preocupa más? ¿La programación de las almas para una estabilidad económica que es, por definición, imprevisible? ¿O acaso la emancipación del individuo, que no entiende de planes quinquenales ni de ingenierías socializantes? ¿Qué pregunta queremos responder en primer lugar?: «¿Quienes somos?», o «¿Quién soy?».

De la respuesta que estemos buscando depende que padezcamos los rigores de una Política Educativa o disfrutemos de una Enseñanza Libre. Entretanto, lo único a lo que podemos aspirar es a saber.

A saber cómo huelen las nubes.

Tsun. Tsun.