Juan Manuel Romero (Sevilla, 1974) es un poeta, profesor y crítico literario con siete libros publicados y apariciones en otras tantas antologías. Cuenta con varios premios, entre ellos el prestigioso «Emilio Prados» y el de Poesía Joven de Radio 3. Actualmente, es uno de los puntales poéticos de la excelente editorial Pre-Textos, aunque también ha publicado con DVD Ediciones y Renacimiento. Ha publicado reseñas y artículos de crítica literaria en revistas como El Maquinista de la Generación, Clarín, Quimera, Cuadernos hispanoamericanos, Paraíso, Turia, Poesía Digital, Nayagua, Ex-Libris, Estación Poesía, Azul, y Mercurio, además de en los suplementos culturales de los periódicos El Correo de Andalucía, El Diario de Andalucía y El Diario de Sevilla. Ha traducido poemas de Henri Cole y Thom Gunn.
Esta es la reseña que nos ha enviado del próximo trabajo de Nacho Camino, en el que tiene, por cierto, una colaboración especial. Gesto que le agradecemos profundamente.
UNA TRAMPA PARA PÁJAROS
El nuevo EP de Nacho Camino se titula Una trampa para pájaros y está compuesto por cinco magníficas canciones, intensas y con personalidad, que hablan de la fragilidad de la existencia sin soslayar las emboscadas que esperan en un recodo del sendero. Por eso, más que colocar falsos apósitos, cada tema es una llamada a mirar directamente el peligro, el daño y la fugacidad. Registrado en los estudios Sputnik de Jordi Gil, supone un giro enérgico e interesante en la trayectoria del músico asturiano afincado en Sevilla. Nacho Camino (Oviedo, 1972), cantante y compositor considerado una de las últimas revelaciones del indie nacional por su álbum Nunca hemos sido modernos (2014), grabado junto a la banda El General Invierno, al que siguió el EP El espíritu nacional, incorpora a la elegancia y la ironía de esos trabajos un enfoque más rotundo y arriesgado. Con una sonoridad que alcanza trances furibundos, la música nos adentra en una cueva abrupta, en una oscuridad a la que el que escucha no puede dejar de bajar, temblando y fascinado.
Las piezas de este cepo funcionan con una precisión letal. Los cinco temas, profundos y turbadores, muestran paisajes desolados a golpe de percusión vigorosa e intensa como hachazos en un árbol centenario. La voz hace de la melancolía y la rabia un territorio propio que limita por un lado con la pesadilla y por el otro con la ternura y el ansia de verdad. Entre fogonazos descarnados y remansos melancólicos, la melodía se retuerce, en su fondo electrónico, para morder mejor, como una serpiente a la que le cierran el paso. El violín de Rosa Rodríguez (El General Invierno), la guitarra de Fran Pedrosa (Pinocho Detective, All La Glory y El General Invierno), la batería de Jordi Gil (a la vez que hace un excelente trabajo en la mesa de grabación) y la voz, el piano y las programaciones del propio Nacho Camino crean una atmósfera saturada y densa, llena de detalles luminosos, cuyo objetivo es acercarnos a una belleza parecida a un acantilado.
“La tierra quemada”, con un arranque casi industrial, encuentra su cauce en una cuidada corriente sonora, envolvente y áspera, que transcurre entre hogueras. Los acordes del piano acompañan un baile entre los restos de un mundo calcinado; un baile que, gracias a ese piano, todavía es posible.
“Membrana”, cuya letra se basa en un poema de Desaparecer, último libro de Juan Manuel Romero, insiste en esa atmósfera siniestra y destructiva a través de una voz amenazante por momentos, que se atreve a tocar con las manos mojadas un cable pelado: las sobrecogedoras descargas eléctricas darán paso al aullido de un viento que viene a dejarnos el corazón completamente blanco.
“Kalenda Maya” es quizá la pieza con el ritmo más terco y acelerado. Entonando el estribillo como si fuera un himno de guerra, al que da realce un violín estremecedor, dan ganas de salir a cazar un jabalí con un cuchillo o de pegarse hostias con los mozos del pueblo.
La letra de “Una trampa para pájaros” es cruel y amarga, rústica y auténtica. La hermosa melodía te atrapa con delicadeza para volverse después un latigazo inesperado, con el violín y la guitarra eléctrica en un momento extrañamente crudo, y un estribillo sofocante al que pone el piano unas escuetas notas que nos seducen para atraernos a la intemperie de lo que somos.
Por último, “Dios estuvo aquí” es una tregua, un descanso merecido. Pero un descanso en el que suenan disparos y voces fantasmales, y donde una voz dulce habla de la ruina del cielo. La mezcla de falta de luz que describen las palabras y la calma y la limpieza que aportan los instrumentos logra una canción que nos enseña a morir (es decir, a vivir intensamente). Una canción maravillosa y oscura, que toca lo tremendo sin resbalar en lo tremebundo, dura y tierna: verdadera.
Como el joven Brueghel, Nacho Camino pinta con trazo firme un lienzo singular y emocionante, dejando en primer plano el engaño de los días y la ferocidad de lo real. En un tiempo de hedonismo y risas enlatadas, Una trampa para pájaros enriquece el pop de la escena alternativa con gotas de folk gótico y electrónica con hambre de metafísica: armónicos de conciencia desbordada. Una invitación a la vida sin paliativos. Una propuesta en el fondo de radical vitalismo, que termina sacándonos a bailar, aunque sea bajo una tormenta de lluvia ácida.