Todo, todo, todo está en YouTube

 

El conocimiento, ay, el conocimiento.

Podríamos ponerle música del Maestro Quintero y nos quedaría una copla de lo más apañá. Aunque parezca increíble, en las redes se debate si el conocimiento ha de constituir (o no) el núcleo de la enseñanza. Esto vendría a ser lo mismo que discutir si el balón es materia imprescindible en el ejercicio del balompié. Ciertamente, jugar sin pelota conseguiría el ideal igualitario de que los partidos acabasen en un salomónico empate. Trasladado al ámbito educativo, significaría que todos los alumnos habrían de alcanzar las mismas metas, con independencia de su talento y dedicación: eliminado el objeto de estudio, ¿qué queda sino el calorcito agradable de saberse un miembro más de la feligresía?

Hay quienes aseguran que el profesor ya no es necesario. Es más, que sea reemplazado por YouTube o por cualquier motor de búsqueda supone uno de los grandes progresos de la civilización occidental. Obviemos el hecho de que quienes esto afirman lo hacen con un tono marcadamente escolástico. El problema es que, poco a poco, estos mensajes han ido calando como gota china, y el común se los cree: muchos padres, profesores y alumnos han comprado este discurso a los vendedores de crecepelo competencial. O criterial, que tanto monta.

En una charla auspiciada por la Junta de Extremadura, se ha dicho:

«Los alumnos lo van a aprender todo en YouTube. No nos necesitan.» A los profesores, se entiende.

Dicho lo cual, resulta inexplicable que sobre esas figuras prescindibles que son los docentes recaiga la responsabilidad de rellenar tantísimos informes dizque académicos. ¿Para qué? ¿No sería mejor despedirlos a todos y dejar que las redes hagan su magia? ¿Qué sentido tiene mantener una institución que se reconoce inútil? ¿Es la única misión del profesor espiar los juegos de los niños?

Uno se sonríe al pensar en la ingenuidad de ciertos colegas. Adultos capaces de imaginar que el adolescente medio va a desbrozar una herencia cultural milenaria entre anuncios de inglés sin esfuerzo y chascarrillos de Ibai Llanos. ¿De verdad? A veces, dan la sensación de habitar un mundo tan infantil que, a su lado, el de los muchachos parece una novela de Cormac McCarthy. No admiten que su misión principal sea la de transmitir conocimientos porque ya han asumido el carácter asistencial y terapéutico de la escuela. Una escuela que, vaya por Dios, carece tanto de terapeutas como de asistentes sociales. Dicen: «El conocimiento no se transmite, se construye. Dejad que los niños construyan su conocimiento», con la voz casi estrangulada por la emoción de la epifanía. Y dicen bien: su conocimiento, personal e intransferible. Un conocimiento que se parece mucho a la mera opinión, y muy poco a la episteme de los clásicos griegos. La posverdad educativa.

El caso es que, con la excepción de algunas mentes preclaras, el conocimiento es algo que se adquiere. Solo unos pocos son capaces de construir un conocimiento original, si bien este se edifica sobre las bases epistemológicas de quienes los precedieron. Si alguna misión tiene la escuela (al menos, alguna que la haga distinta de cualesquiera otras instituciones) es la de transmitir una herencia. Y esa herencia consiste en el acúmulo de saberes que otros, a lo largo de los siglos, nos han legado. La tarea del profesor es entregar al alumno ese patrimonio, estructurando, de una manera metódica y aprehensible, la ingente cantidad de información atesorada. Y no se trata, como falsamente denuncian los neopedagogos, de arrojar sobre el joven un indiscriminado montón de datos. Estos son apenas la primera piedra, la materia prima de lo que llamamos información. Cuando esta información se maneja de tal modo que es aplicable a cualquier contexto análogo, podemos decir que el alumno conoce. Pongamos un ejemplo.

En una clase de Música, se explica el compás de 4/4 diciendo que el numerador señala el número de pulsos, mientras que el denominador indica que la figura equivalente a un pulso es la negra. Datos.

Poniendo estos en contexto, sería de justicia desentrañar por qué un denominador 4 equivale a una negra. Para ello, habría que referirse a la pirámide de valores de las figuras musicales:

En el árbol de figuras, comprobamos que una redonda equivale a cuatro negras. Es decir, la negra es un cuarto de la redonda. Pues a eso mismo se refiere el indicador de compás. 4/4 significa que el ritmo es de cuatro pulsos de ¼ de redonda (esto es, de negra). Del mismo modo, un 4/8, significaría que el ritmo se distribuye en cuatro pulsos de 1/8 de redonda (es decir, de corchea). Con esta sencilla explicación, el denominador de compás deja de ser un número aparentemente arbitrario o caprichoso para responder a una lógica más compleja. De hecho, los anglosajones llaman a la negra quarter note; y a la corchea, eighth note, estableciendo, desde el mismo nombre, la relación de cada figura con la redonda.

Podríamos discutir si esto es ya un conocimiento o solo una información. En el plano teórico, se acercaría más a lo primero. Pero si quisiéramos aplicar de forma práctica dicho conocimiento, nos decantaríamos por una actividad en la que se materializara la abstracción numérica. Por ejemplo, escuchando o cantando una canción de los Beatles como A hard day´s night, en riguroso 4/4.

Descubrir esto apenas llevaría media hora de cualquier clase. Y claro que es posible encontrar en YT a quienes lo expliquen, pero, por lo general, no admiten preguntas y difícilmente se ponen a cantar contigo. Por otra parte, a ciertas edades no resulta sencillo saber cómo buscar lo que previamente ignoras.

Puestos a encontrar, lo más fácil es que el algoritmo te conduzca, con didáctico determinismo, a un vídeo de Ibai.

 

2 respuestas a «Todo, todo, todo está en YouTube»

  1. Excelente reflexión. Si el profesor no entiende la importancia de que los alumnos conozcan al menos los rudimentos de su disciplina al finalizar sus estudios, no hay nada que hacer. Temo que la clave resida en que asimilar esos conocimientos requiere esfuerzo, lo cual obliga al profesor a ser exigente… y ahí es cuando realmente se convierte en antisistema.

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