Las reformas educativas de nuestros próceres se fundan en el principio de que sus planes son inevitables por la sencilla razón de que obedecen al curso natural de la historia. Son los «tiempos», y no las mentes de los legisladores, quienes dictan cómo ha de ser la Enseñanza del futuro. Los que oponen alguna resistencia a los cambios – o, simplemente, quienes se atreven a manifestar una opinión crítica – son tenidos por ejemplares fósiles de una diabólica tribu reaccionaria.
Tal principio está muy lejos de ser nuevo. Esto escribía Karl Popper, allá por los años 30 del siglo pasado:
«No es casualidad que la mayoría de los autores que abogan por la «planificación» utópica nos digan que la planificación es sencillamente inevitable, debido a la dirección en la cual se mueve la historia, y que tenemos que planear, queramos o no.
Dentro de esta misma vena historicista estos autores reprueban la actitud retrógrada de sus oponentes y creen que su principal tarea es romper los viejos hábitos mentales y encontrar nuevas claves para la comprensión de este mundo cambiante.»
(Karl Popper: La miseria del historicismo).
Ahora, si lo tienen a bien, les propongo que introduzcan en Google las palabras «Educación+mundo+cambiante«.
Como habrán comprobado, el mundo ha cambiado mucho, sin duda, pero no así la percepción de la velocidad con que cambia el mundo. Hace ochenta años ya se esgrimía esta mudanza vertiginosa como una excusa inatacable para emprender todo tipo de «ingenierías sociales».
A esta pasión historicista se une el gusto por un tipo de legislación basada en el holismo, que aborda los problemas sociales (o económicos, lingüísticos… educativos) como un «todo», en el sentido de totalidad: estado del pensamiento que, como señala Popper, «es característico de una edad pre-científica»:
» Si queremos estudiar una cosa nos vemos obligados a seleccionar ciertos aspectos de ella. No nos es posible observar o describir un trozo entero del mundo o un trozo entero de la naturaleza. […] Ya que toda descripción es necesariamente selectiva. […]
No obstante, los holistas no sólo se proponen estudiar la totalidad de nuestra sociedad por un método imposible, se proponen también controlar y reconstruir nuestra sociedad como un «todo». Profetizan que el poder del Estado tiene necesariamente que aumentar hasta que el Estado se identifique casi totalmente con la sociedad.»
Esto es lo que llama Popper «la intuición totalitaria». Y en una nota a pie de página, añade: «No está de más el mencionar que el holismo psicológico está en el momento presente muy de moda entre los teóricos de la educación».
En los albores del siglo XXI, las palabras del filósofo vienés siguen vigentes. Desmontadas las utopías políticas totalitarias de uno u otro signo, la Educación permanece como laboratorio en el que ensayar «caminos de perfección». Y los planes se desarrollan con el mismo espíritu anticientífico de sus predecesores, fiados a ese impulso irresistible de los acontecimientos.
Estos residuos holísticos se detectan en varios aspectos:
1. La formación del docente:
Hubo un tiempo en que del profesor se exigía un dominio probado de su especialidad. Hoy, ese conocimiento es virtualmente obliterado para ser sustituido por una formación integral que no es sino asimilación de la doctrina pedagógica dominante. La pedagogía holística no se permite reparar en los detalles de una u otra especialidad, pues sostiene que es posible disponer de un único método que posibilite la transmisión de cualquier campo de conocimiento. Arrumbados los saberes particulares, el método es un cauce sin contenido, apto para que lo apliquen doctos e indoctos: una especie de interruptor que, por sí mismo, habrá de activar en el alumno un espontáneo interés por los valores que la clase política tiene por ciertos.
2. Las asignaturas:
Una vez que lo importante no es el conocimiento, sino la formación integral en valores, las asignaturas se devalúan. Pasan a agruparse en áreas tan peregrinas como la que mete en el mismo saco Música, Plásica y Educación Física. En todas ellas hay que evaluar una serie de competencias básicas que se corresponden con lo que antes llamábamos alfabetización. Todas han de estar trufadas con los mismos tópicos tansversales: ecologismo, género, multiculturalidad, etc.; sin, por supuesto, poner en tela de juicio los postulados que el pensamiento único ha sancionado como políticamente correctos.
(V.gr: Del profesor de Latín se exige que trabaje y evalúe las competencias matemáticas de sus alumnos de Bachillerato, así estén traduciendo La Guerra de las Galias. Si el profesor argumenta que no tiene autoridad ni datos para emitir tal juicio, se le conmina a que, por ejemplo, sugiera a sus alumnos que cuenten las páginas que han leído y hagan un cálculo aproximado de las palabras que han debido traducir. Verídico.).
3. Las condiciones laborales:
Al profesor cada vez se le pide menos que sepa mucho de algo. Por el contrario, se le exige que no sepa nada de todo. Como ejemplo, valga esta noticia recogida en El Faro de Vigo:
Y es que en la mente del planificador holista, los detalles son contratiempos insignificantes; lo «fragmentario», algo que no debe interferir en la perfecta comprensión del todo.