Decálogo del profesor contingente

La CEJA quiere etiquetar a los profesores, como ya saben. Toda vez que el fracaso del sistema es un hecho, conviene a la casta política esconder esta evidencia y trasladar la mayor responsabilidad posible a los profesionales que ella misma contrata. Los borradores sobre «Buenas prácticas» y «Estándares profesionales» constituyen el discurso tautológico con el que pretenden acallar los gritos proferidos por una realidad tozuda. Que se creen cuatro perfiles – Competente, Avanzado, Experto y Excelente – cuya evaluación es todavía una incógnita, no sólo no mejorará un ápice la formación de los alumnos, sino que será un modo, nada sutil, de arrinconar a los críticos y premiar a los voceros de su amo.

Al mismo tiempo que la CEJA prepara sus decálogos sobre lo que ha de ser un buen docente, en los Institutos todo está listo para el desmantelamiento de la Enseñanza tal y como la conocíamos. Las recientes directrices dejan un mensaje muy claro, y es que lo primordial en el Nuevo Orden no es el conocimiento, sino la vigilancia. Dos departamentos se erigen como faros de la hipermodernidad loesiana: Coeducación y Formación. Parafraseando el recibimiento laudatorio de aquella famosa película, los profesores de Lengua o Matemáticas podrán decir: «¡Coeducantes, Formadores, nosotros somos contingentes, pero vosotros sois necesarios!»

El giro es de 180º: la norma dicta que los únicos departamentos con existencia propia sean aquellos que vigilan el género (vulgo, sexo) y el paño (es decir, los docentes). Todos los demás son prescindibles, lo que significa que el saber no es tan importante como el control político. Este único dato debería servir para que la gente se echara a la calle (algunos lo llevamos haciendo años) y exigiera un cambio en la Enseñanza. Ya. Pero se ve que las demandas educativas son siempre susceptibles de verse relegadas a un segundo plano. Exactamente como ocurre con los tradicionales campos del conocimiento.

Reparen en que los departamentos «estrella» no son didácticos, esto es, no tienen horas de clase. El centro de las reformas educativas se ha ido desplazando, con el tiempo, fuera del aula. Y no por casualidad, sino por causalidad. La trivialización del saber es el complemento perfecto de la manipulación política. Y la institución escolar el mejor campo de pruebas para experimentar lo que en otros ámbitos de la sociedad civil no se consiente. Los ciudadanos deben saber cuáles son las prioridades de quienes administran la cosa pública. Pues bien: puestos a elegir entre una catedrática de Lengua o un Coeducador con Perspectiva Transversal de Género, la Consejería no tiene dudas. El segundo. Y, ¿para qué? Pues para certificar que todos los documentos oficiales vulneran la corrección lingüística a beneficio de la corrección política. Para que una comunidad de licenciados escriba cosas como ésta: «Las y los alumnos y alumnas deben entregar la justificación a la o el tutor y tutora, debidamente firmada por el padre, la madre o, en su caso, los y las tutores legales.» El ágrafo triunfando sobre el experto.

Porque la condición de experto que maneja la Unta no es la misma que usted, lector, quizá imagina. A la hora de establecer criterios de competencia, en los borradores citados no se distingue entre educadores infantiles, maestros y profesores. Esta indiferenciación tampoco es inocente, sino que consagra el principio de que el procedimiento (o el simulacro burocrático de procedimiento) debe anteponerse al dominio de la materia y a la verificación de unos resultados objetivamente comprobables. Poco importará que sus alumnos hayan aprendido mucha Historia o que estén en condiciones de superar cualquier evaluación externa. Si no ha «implementado recursos TIC» o no ha tenido en consideración «las variables contextuales de un alumnado diverso», usted, querido profe, no entra en el club de la Excelencia Cejijunta. De lo que aquí se trata es de socializar, no de enseñar sociales.

El profesor excelente es, condensando el decálogo de la AGAEVE, un líder bilingüe, experto en TIC, dotado de una gran inteligencia emocional, de talante democrático a la vez que tutor vigilante de sus compañeros, innovador e inclusivo. Dicho así, no parece grave, ¿verdad? Lo malo no es tanto lo que se menciona como lo que se omite, que es el saber mismo. Ese decálogo podría servir tanto para una institución escolar como para una oficina de Coca-Cola en Sausalito. Ninguno de esos atributos mantienen vínculo alguno con la maestría, la especialidad académica o la investigación científica. Lo cual es coherente con los nuevos reglamentos de centro, que acaban con la tradicional especialización de la Enseñanza Media para subsumir las asignaturas en genéricas áreas competenciales. De hecho, el decálogo se confecciona a la medida de un nuevo tipo de profesor que no tiene por qué ser especialmente brillante en su disciplina, pero sí lo bastante espabilado como para saber por dónde soplan los vientos de cambio. Así, un incapaz con un inglés correcto y buena mano con el cacharraje tecnológico es un modelo de referencia mayor que el lingüista cum laude o el músico experimentado. Saber inglés y gestionar un blog está muy bien, pero lo accesorio no debe predominar sobre lo esencial. Y meter en el mismo saco la Educación Infantil, la Primaria y la Secundaria es haber apostado por la cosmética y la apariencia, no por el rigor y la selección. Hasta que no se entienda que el Instituto debe volver a ser el puente necesario hacia la Universidad, nada se habrá avanzado.

A veces, se nos dice que todos estos baremos son algo habitual en la empresa privada, que los profesores no estamos acotumbrados a que se juzgue nuestro trabajo y que nos molesta que se empiece ahora. Esto parte de una premisa falaz, como es equiparar empresas en situación de libre competencia con el monopolio de la Enseñanza pública. Las empresas deben responder ante sus clientes y accionistas. El mercado establece cuáles deben sobrevivir y cuáles no, en función de unos resultados. En la moderna escuela pública, como dije, lo que importan son los procesos, de tal suerte que los resultados (en términos académicos: lo que aprenden los alumnos) no están sujetos a control externo hasta llegada la Selectividad. ¿Qué importa lo innovador o inclusivo que sea uno si al cabo del año los estudiantes no han aprendido nada? El correlato empresarial sería el de un creativo de Sausalito, simpático, bilingüe y tuitero, cuyas innovadoras propuestas comerciales fracasan un año tras otro. No les quepa duda de que su jefe le enseñará la puerta por mucho decálogo que el ejecutivo esgrima.

No deja de ser hipócrita que un monopolio del Estado incorpore principios de competencia empresarial. Muy al contrario, tales principios sólo pueden serlo de control político y de vigilancia estricta del pensamiento único. Habrá innovación, formación y evaluación, sí, pero absolutamente condicionadas por los dictados del poder.

A diferencia de coeducadores y formadores, los disidentes no serán bienvenidos.

DECÁLOGO DEL PROFESOR CONTINGENTE

1. Liderazgo. Duda siempre de lo que sabe, a la manera socrática. Delega, en lugar de imponer o abanderar delirios eventuales de la Junta. Minimiza los daños. Propone y escucha. Reduce, en lo posible, el papeleo. Argumenta. Da clases. Se deja ver por los pasillos y la sala de profesores. La Delegación sólo la pisa si es estrictamente necesario.

2. Comunicación. Habla y escribe en español culto. No tuerce el gesto si alguien dice «corolario» o «sicalíptico», aunque evita ser pedante. Desprecia el lenguaje de género, pero es escrupuloso con su concordancia. Usa el ordenador como una herramienta de rango muy inferior a su cerebro. Evita viajes de recreo a Finlandia.

3. Relación. Cordial y respetuosa. Las emociones más profundas las reserva, siempre que lo tiene a bien, para sus familiares y amigos.

4. Trabajo en equipo. Lo tiene por un complemento interesante que, en ocasiones, da buenos resultados. En otras, sirve para organizar la fiesta de fin de curso o un viaje a Benalmádena. De vez en cuando, es bueno que el hombre esté solo.

5. Planificación.  A partir de los objetivos, no descansa hasta encontrar el mejor modo de compartir sus conocimientos.

6. Gestión de recursos. Propone que no se regalen ordenadores ni libros de texto a quien puede permitírselos.

7. Evaluación. Intenta ser justo.

8. Orientación a la calidad. Sus padres le dijeron, desde muy pequeño, que ésa era la única orientación posible.

9. Aprendizaje a lo largo de la vida. Trabaja con ideas, así que está siempre aprendiendo. Prefiere a Chéjov antes que a Álvaro Marchesi. No ve Redes (no tiene tiempo: como ya está dicho, trabaja).

10. Gestión de ambientes de aprendizaje. No adorna el aula con palomitas de papel ni confecciona murales multiculturalistas. Su clase está en un sótano sin ventilación, al lado de la caldera. Pese a ser licenciado, imparte a niños con edades de Primaria. Le han dicho que su asignatura es contingente. Que él es contingente. Y que es justo que así sea. Justo y necesario. Nuestro deber y salvación.

No sabe si beberse la cicuta.

Camino de perfección

La AGAEVE (Agencia Andaluza de Evaluación Educativa) debe de ser algo así como un remedo contemporáneo de Los Campos Elíseos.

Recordemos la mitología:

«Un lugar sagrado donde las sombras de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y floridos».

Y qué duda cabe de que la virtud es cualidad muy extendida en la Administración andaluza, siendo así que quienes habitan este reverso del Tártaro componen un organigrama al que, muy idiosincráticamente, «no le farta de ná».

Celia Cruz diría que «no hay cama pa tanta gente», pero sí que hay, sí. A fin de cuentas, la sede de este cielo pedagógico está en el municipio de Camas (Sevilla), aunque quizá rodeado, no de hermosos parajes, sino de elípticas circunvalaciones.

«Aún así las personas que residían en los Campos Elíseos tenían la oportunidad de regresar al mundo de los vivos, cosa que no muchos hacían».

Aquí la analogía es implacable, excepto por lo del receso. No se conoce el caso de alguien que, habiendo pastado en las verdes praderas burocráticas, haya regresado al «mundo de los vivos»; esto es, de los currelas. De hecho, abunda el tipo de experto que apenas ha padecido una existencia mortal, por aquello de que en la sombra transmundana de la Unta se vive mejor. Y es que la sombra es muy apreciada en Andalucía. Sobre todo en Junio, en una guardia de recreo al cuidado de quinientos adolescentes exudando joie de vivre.

¿A qué se dedica, pues, toda esta gente en su retiro dorado? Pues a lo que todos los idealistas de la cosa pública: a forjar al nuevo hombre. En este caso, a establecer el paradigma de profesor «excelente». Digo yo que hecho a imagen y semejanza de tantos guerreros heroicos como pueblan la Agencia Elísea. Quizá, es un poner, aunando lo mejor de sus dilatadas trayectorias como docentes.

Para esa forja, el hacedor necesita buenas herramientas. Y la estirpe de los agaeveños las ha encontrado en lo que se denominan Estándares profesionales de referencia:

Estándares profesionales de referencia:

Normas o criterios del modelo de acreditación o certificación de la AGAEVE que sirven como patrón para la mejora. Hacen referencia al cumplimiento de un descriptor en aquellos niveles de calidad que se consideran mínimamente aceptables en el camino hacia la excelencia entendida como el nivel máximo alcanzable. Los estándares se validan, mediante técnicas de pilotaje o juicio de personas expertas, identificando aquellos elementos considerados clave para mejorar los resultados del proceso de enseñanza-aprendizaje, la satisfacción de los grupos de interés y el itinerario hacia la mejora. En el caso de la función docente, los estándares profesionales deben expresar adecuadamente el conocimiento y la destreza de los docentes en toda su profundidad y complejidad. Tienen, necesariamente, que centrarse de modo específico en un determinado campo de competencias vinculadas a metodologías, didácticas o técnicas que caractericen dicho puesto de trabajo. Estos campos pueden responder tanto a ámbitos de conocimiento (áreas de competencias, familias profesionales) y niveles de enseñanza como a la función principal que se desarrolle, o, también, a una combinación de ambos.

La estandarización es lo que tiene: que crea, en el legislador, agente o arbitrista, la necesidad de proferir un dogma. Y, así, necesariamente, el puesto de trabajo se caracteriza por una metodología o una didáctica concretas que lo definen. De forma nada inocente, las herramientas de evaluación no están pensadas para descubrir al profesional excelente, sino para detectar a quienes no se ajustan al modelo que las mismas herramientas prefiguran. Es decir: para señalar al que se escapa del molde.

Si el trabajo de un profesor fuera tan simple y mecánico como el de quien ensambla piezas en una cadena de montaje, tendría sentido hablar de una técnica estandarizada. Pero la enseñanza, excepto para estos tecnócratas de prosa piloto, es cosa muy distinta. Tan es así, que la Constitución y la jurisprudencia protegen el derecho a la libertad de cátedra, no sólo en lo que se refiere a los contenidos de la misma, sino también en lo correspondiente a los métodos que se emplearán para transmitirlos. En un Estado de Derecho, no es competencia de los agentes públicos establecer una metodología oficial en ningún campo del conocimiento. Eso es propio de dictaduras capaces de premiar a sus particulares lissenkos, aun a costa del rigor científico.

Con estas premisas, poco ha de sorprender el decálogo de 13 puntos (lagarto, lagarto) que, como unas nuevas tablas de la Ley, establece la AGAEVE para designar al profesor excelente. Nótese la indiferenciación de niveles: en este Kempis pedagógico caben el especialista en Infantil, el maestro de primaria y hasta el último Rey de Escocia, esto es, el casi extinguido catedrático de Instituto. Por lo que, habremos de inferir, para la AGAEVE – y siempre según su propia definición de estándar profesional – todos estos niveles son suceptibles de compartir, no ya una metodología común, sino también una didáctica. Ya se sabe: del aprendizaje de las vocales a la Crítica de la Razón Pura, todo el monte es orégano competencial.

Revisen con atención cada punto. Pregúntense cuántos de ellos cumplen y, en caso de faltar a cualesquiera de estos mandamientos, hallen la forma de enmendarse. Hasta hoy estábamos ciegos y viajábamos sin rumbo por las agitadas aguas del saber. Ahora ya conocemos el modo de alcanzar la «excelencia».

Con un poco de voluntad, es posible que algún día la sombra del profesor que fuimos habite las plácidas Llanuras Eliseanas.

Amén.

P.S.: Más enlaces sobre AGAEVE-YAHVÉ en esta entrada de El profesor cabreado.