La vida está en otra parte

La biblografía «pisana» no deja de aumentar. En periódicos de papel o en plataformas digitales, el dichoso Informe es analizado, deconstruido, liofilizado y hasta disecado desde perspectivas que, en ocasiones, resultan antagónicas. Según qué se lea, PISA es una fiabilísima herramienta de evaluación o un instrumento de control político. Un estudio minucioso o un chapucero examen bajo el que se esconden los intereses crematísticos de los malvados neoliberales.

En la página de Joachim Wuttke se reúne toda una biblioteca crítica cuyas conclusiones generales apuntan a esta hipotética pulsión economicista. Aún más sorprendente es este enlace  en el que más de doscientos profesores universitarios finlandeses manifiestan su preocupación por el escaso conocimiento matemático de los alumnos que ingresan en la institución. Finlandeses, sí. Y muy elocuentes:

However, mathematics teachers in universities and polytechnics are worried, as in fact the mathematical knowledge of new students has declined dramatically. As an example of this one could take the extensive TIMSS 1999 survey, in which Finnish students were below the average in geometry and algebra. As another example, in order not to fail an unreasonably large amount of students in the matriculation exams, recently the board has been forced to lower the cut-off point alarmingly. Some years, 6 points out of 60 have been enough for passing.

«Dramatically», dicen. Pocas bromas.

Así que en el paraíso pedagógico finés, el mismo con el que se le llena la dialogante boca a nuestro inane Ministril, se baja la nota de corte para evitar un suspenso masivo. Qué interesante.

Sin embargo, quien lea hoy el Diario de Sevilla  se encontrará con directores y maestras que afirman cosas como la que sigue:

«Ha habido cierta mejoría, pero todavía es insuficiente», destaca Rafael Ibáñez. Este director opina que el problema está en el elevado índice de fracaso escolar (un 37%) registrado en la enseñanza obligatoria andaluza, que «es lo que realmente hace bajar nuestra posición respecto a España y la OCDE». Y añade: «no se puede obligar a los alumnos a estar hasta los 16 años en un centro para que luego encima fracasen».

Para Ibáñez, la enseñanza en esta región «se ha regulado siempre a base de objetivos, sólo en los últimos años nos hemos incorporado al análisis por competencias», así que los resultados de PISA los justifica por el retraso histórico que tiene la comunidad.

Es decir, todo lo contrario de lo que demandan los profesores fineses, quienes denuncian la inconsistencia de una preparación matemática anclada en la fruslería de lo competencial. Observen cómo el Dios PISA instala en las mentes profesorales sutiles mecanismos de lógica perversa: nuestro elevado índice de fracaso escolar desluce la participación de España en el sagrado examen. En lugar de: el sagrado examen refleja nuestro elevado índice de fracaso escolar. Quizá nos gustaría hacer lo que presumiblemente ha hecho el gobierno chino: convocar a nuestros mejores alumnos y conceder un día libre a esa enorme masa de repetidores que, con su fastidiosa torpeza, estropea los resultados.

La profesora de Lengua y Literatura Mercedes Laguna, referente nacional en calidad educativa, opina que los alumnos andaluces tienen muchas habilidades, «el problema es que no se concentran en clase». Esta pedagoga dice que «los jóvenes no entienden muchos conceptos porque su interés está en otro sitio». Los docentes tienen que hacer hincapié en el aprendizaje, en crear conexiones con la realidad del alumnado.

Este «referente educativo» sugiere que los alumnos de hoy son distintos a los alumnos de cualquier otra época, quienes, como es sabido, no veían la hora de empezar las clases y sumirse en el paciente estudio de la Revolución Francesa o los Principios de Newton. Los alumnos del pasado – ése que hay que borrar a toda prisa de la memoria histérica – no tenían, pues, intereses ajenos al nirvana escolar. Carecían de idolatrías juveniles, tales como cantantes de moda, estrellas del cine o deportistas eximios. Tampoco les gustaba un partido de fútbol entre colegas más que la resolución de integrales. Los profesores estaban en la gloria, pues no necesitaban «crear conexiones» entre Garcilaso, el ídolo de las quinceañeras, y Radio Futura, grupo que todos los adolescentes denostábamos por no usar el atonalismo y la dinámica de timbres en ninguna de sus pueriles composiciones.

Laguna sigue con sus afirmaciones lacustres:

«Es imposible que el alumno atienda en una clase con 30 compañeros», advierte Laguna.

Pues yo fui testigo de un imposible, ya que en mi época de alumno éramos más de 30 en clase y no teníamos problema alguno para «atender» si ése era nuestro deseo. Ahora ya sé que puedo dar testimonio de un milagro.

Un director de IES, Julio Prados, apuesta por la «autonomía»:

Además, «los centros deben gozar de una mayor autonomía», demanda Prados, quien opina que los nuevos reglamentos de centros ayudarán en este sentido. La independencia de la gestión de los institutos es una de las grandes bazas de Cataluña, que lidera el ranking nacional. Uno de los ítems analizados en el informe PISA 2009 es el porcentaje de «directores con responsabilidad de organización»: mientras que el promedio en la OCDE es del 74% para normas de disciplina, en España es del 53%; para normas de evaluación es del 62% en la OCDE, el 42% en España; y lo que es más significativo, la potestad sobre la admisión de alumnos, en la OCDE es del 79% y sólo del 31% en los directores españoles.

El problema, señor Prados, es que la autonomía del nuevo ROC extiende las responsabilidades directivas a unos predios que van más allá de los ítems analizados en PISA, pudiendo eliminar y crear departamentos didácticos, estipular requisitos de contratación totalmente arbitrarios y combinar sus atribuciones de gestor con la pura y dura intromisión pedagógica. Sin duda, usted estará encantado.

Más divertido es el análisis que hace Arcadi Espada de las «destrezas» lingüísticas que desarrolla el redactor español del Informe PISA. No hemos podido sustraernos a la tentación de intentar un análisis semejante. Para ello, hemos escogido un párrafo al azar, en el que el escribiente trata de exponer la justificación científica de la pregunta, relativa a un aviso sobre la donación de sangre:

En un nivel ligeramente más difícil, alrededor de la mitad del nivel 2, esta tarea pide al lector que aplique la información del texto a un caso práctico. Éste es el tipo de actividad que se suele asociar a un texto de este tipo en la vida cotidiana y que se encuentra con uno de los objetivos de PISA consistente en responder preguntas sobre cómo los jóvenes, que cursan el final de la educación obligatoria, pueden hacer frente a futuros retos.
El lector debe enlazar el caso que se describe en el enunciado de la pregunta con cuatro fragmentos de información que aparecen en la segunda mitad del texto: la edad y el sexo de los posibles donantes, el número de veces que se permite a una persona donar sangre y el intervalo entre donaciones. La referencia a este último trozo de información es necesaria para ver lo que requiere esta tarea y para estipular la “condición” bajo la cual las mujeres jóvenes pueden ser donantes. Como se evidencia en los dos ejemplos a los que se da el crédito completo, los alumnos lo recibieron bien por una respuesta específica que incluía una referencia a un intervalo de 8 semanas entre donaciones, o una respuestas más generalizada como “puede si ha pasado el tiempo suficiente, en caso contrario, no”.

1. La riqueza léxica del redactor suele incurrir en este «tipo» de repeticiones, que, además de afear el estilo, contribuyen a oscurecer el significado de las frases. No queda claro si es costumbre en la «vida cotidiana» asociar cualquier actividad a un texto. Es decir, si el común, cuando dona sangre, trata de imaginar cómo será el lenguaje característico con que se promueve acto tan noble. Por otra parte, «este tipo de actividad… se encuentra con uno de los objetivos de PISA», lo que sin duda confirma el hecho de que la vida imita a PISA, y no a la inversa. La vida es un texto, en la mejor tradición estructuralista. El objetivo es averiguar cómo «los jóvenes, que cursan el final de la educación obligatoria, pueden hacer frente a futuros retos.» Las comas explicitan que todos los jóvenes, sin excepción, cursan el final de la educación obligatoria, lo cual es una condena al lado de la cual palidecen las tribulaciones de todo un Sísifo.

2. «La referencia…. tarea»: Más bien sería al revés. «Ver» lo que requiere esta tarea supondrá la inclusión de dicha referencia. No es posible, más allá de un feliz accidente, dar una respuesta antes de conocer qué es exactamente lo que se está preguntando.

3. «Los alumnos lo recibieron… más generalizadas»: Es extraño que los alumnos «reciban» cuando su tarea es interpretar, a menos que una cierta lasitud de espíritu sea requisito necesario para el aprendizaje. «Lo recibieron bien por…», animal de extraña morfología que nos deja confusos. ¿Quiere decirse que se tomaron con agrado la pregunta? Eso debe de ser, puesto que la gemela conjunción distributiva está ausente de este «campo de batalla» sintáctico. Más sencillo hubiera sido: «Los alumnos lo interpretaron bien como una respuesta específica, bien como una respuesta generalizada.»

De tal modo que la glosa es más larga que el texto comentado. No extraña, así, que PISA tenga tantos y tan ilustres exégetas.

Concluyendo: buceen en esta prolija bibliografía, si no tienen nada mejor que hacer. Pero si lo que desean es saber qué pasa en los institutos, hágannos una visita, entren en las clases y dense una vuelta por la sala de profesores.

La vida, por desgracia para los burócratas, es algo más que un triste informe escrito con las pezuñas.

Follow the Leader

 

En el número 3.876 de la Revista Escuela sostiene Antonio Bolívar, Catedrático de Didáctica en la Universidad de Granada, que el problema de la enseñanza española es que sus “directores o directoras (sic) tienen una más baja capacidad de liderazgo pedagógico y, paradójicamente, administrativo.” Le satisface, pues, que la LOE haya “abierto la puerta de que (sic) entre las competencias de la dirección esté (art.132c) ejercer la dirección pedagógica, promover la innovación educativa e impulsar planes para la consecución de los objetivos del proyecto educativo del centro”. No le produce idéntico placer que el claustro tenga tantas competencias como hasta ahora, pues eso es un impedimento para el despliegue carismático del líder.

Suponemos que lo que entiende Don Antonio por “liderazgo administrativo” apunta a la capacidad sancionadora de los directores. El “liderazgo pedagógico” está mucho más claro: el señor Bolívar quiere ser testigo de una escuela en la que el director “reorganice el currículum y mejore la labor docente del profesorado en su aula.”

Aquí hay un pequeño problema, Don Antonio, una cosita de nada, una bagatela. Los directores de escuela españoles lo son porque nadie más quiere serlo. Es raro, rarísimo, que en un centro se presenten dos candidaturas. Cuando esto ocurre, es debido a que la consecución del cargo posibilita ciertas ventajas personales, como pueden ser la permanencia en el instituto o el acercamiento a una plaza más tranquila o más próxima al domicilio. ¿Imagina una empresa privada en la que (casi) nadie quisiera ascender, en la que (casi) nadie quisiera mandar? Pues exactamente eso es lo que sucede en la enseñanza pública. Los inconvenientes son más que las prerrogativas.

Otra minucia, una caxigalina, es que para ser director no se exige otra cosa que unos años de antigüedad en la función pública. No importa lo estúpido que seas, no importa que jamás hayas dedicado un segundo a reflexionar sobre la enseñanza, no importa que en tus años de profesor cogieras la baja médica por un moqueo, no importa que cometas faltas de ortografía o asesines el idioma cada vez que hablas, no importa nada. Basta con que el claustro te vote. Y, dadas las premisas apuntadas supra, la gente lo vota a uno con tal de quitarse el muerto de encima, no vaya a ser que me toque.

¿Y usted me dice que con semejantes mimbres nuestras escuelas se van a poblar de “líderes pedagógicos” ? Permítame que lo dude, Don Antonio. No contento, pretende que “reorganicen el currículum”, lo que acaba con la igualdad de oportunidades: una familia tendrá que elevar plegarias para que al  eximio caudillo no le dé por crear diez hodiernos seminarios de – un poner – Género, Ecociudadanía, Prevención de Drogas, Multiculturalismo, Redes Sociales, Lip Dub, Marquetería, Animalismo, Yoga, Bailes de Salón y Movida Madrileña.

También apetece usted que el nuevo Ducemejore la labor del profesorado en su aula.» Ya. Supongo que tiene usted en mente a un Übermensch capaz de instruir sobre cada especialidad con la soltura de un Leonardo. Yo sólo le pido que me diga de qué modo puede mi director (especialista en Educación Física) cuestionar mis planteamientos didácticos en la clase de Música. ¿O cree que he estudiado treinta años para que un profano me diga cómo debo enseñar solfeo?

En cualquier caso, imagino que dice estas cosas porque ya está usted maduro para que el Rector de la Uni supervise sus clases; y porque escuchará con el debido respeto y choque de talones las sugerencias de su excelentísimo jefe.

¿No?

 

Herr Direktor: Die Übermensch

La Neolengua del ROC (I): La Autonomía.

Las logomaquias educativas constituyen un campo semántico fascinante. Como ocurre con el doble lenguaje político – la neolengua orwelliana de 1984 – las palabras significan lo contrario de lo que el uso común prescribe, de modo que la escuela se convierte en algo así como una imagen especular del mundo. Semejante transfiguración sigue un procedimiento muy sencillo. En primer lugar, se escoge una serie de palabras totémicas, sacralizadas e inatacables. Formación, Autonomía, Innovación. En segundo lugar, se asigna a tales términos toda una sarta de atributos que, lejos de corresponder a la acepción universalmente consensuada de los mismos, se identifican exactamente con sus antónimos: Permanencia, Subordinación, Ignorancia.

Éste es uno de los modos como opera la Propaganda. Repetición, vaciamiento y sustitución. Repetición de las palabras-fuerza, vaciamiento de sus contenidos tradicionales y sustitución de éstos por sus contrarios. Una estrategia semejante obliga a profundizar en el desarrollo que las autoridades hacen de los conceptos divulgados a la opinión pública. El mejor amigo del político es el titular, el reclamo publicitario, el eslogan.  Mientras que el ciudadano debe perseguir la fidelidad del análisis si no quiere descubrir el engaño cuando ya es demasiado tarde.

Veamos cómo se cumplen estos principios en el nuevo ROC aprobado por la Junta de Andalucía:

 

  1. AUTONOMÍA

Ésta es quizá la palabra clave del documento, con la que más se insiste a la hora de blindar el ROC frente a toda crítica.  Afortunada elección, siendo como es uno de los objetivos de la pedagogía moderna: formar individuos autónomos y dotados de pensamiento crítico. Ser autónomo supone darse normas a uno mismo, libre de las presiones externas y atento a la reflexión propia antes que a las imposiciones de lo establecido.

Se nos dice una y otra vez que la autonomía es un factor decisivo para alcanzar resultados satisfactorios. Sin embargo, esto no es del todo cierto. La mayoría de los sistemas educativos exitosos están sujetos a un reglamento estricto, transparente y sencillo que todos deben cumplir por igual. Así ocurre en Flandes, Baviera, Singapur y Corea, por poner unos cuantos ejemplos, frente a la mayor independencia de los centros finlandeses, en cuya estructura no cabe, por cierto, la figura de la inspección. No hay lugar aquí para empezar un debate sobre la preferencia de uno u otro modelo, sino para dejar constancia de que la tan cacareada autonomía no es condición necesaria para el éxito escolar. Puede que sea preferible una concepción más heterónoma si ésta va acompañada de unos objetivos claros, un adelgazamiento de la burocracia y una confianza recíproca entre docentes y autoridades. De hecho, es la confianza lo que tienen en común el centralizado modelo coreano y el más autónomo de Finlandia. La confianza y el alto nivel de competencia de sus profesores.

Por otra parte, la autonomía que se nos vende no es tal. ¿Puede concederse tal gracia a través de un texto de 100 artículos? Y, ¿a quién corresponde ejercer tal autonomía? No, desde luego, al Claustro de profesores, que se convierte en un órgano subsidiario del Director y de los flamantes departamentos neopedagógicos. ¿Qué autonomía, entendida como la capacidad de tomar decisiones sin injerencias extrañas, pueden otorgar artículos como éstos?:

Artículo 9. Funciones y deberes del profesorado.

k) La participación en las actividades formativas programadas por los centros como consecuencia de la autoevaluación o evaluaciones internas o externas que se realicen.

l) La participación en los planes de evaluación que determine la Consejería o los propios centros.

n) El conocimiento y la utilización de las TIC como herramienta habitual del trabajo en el aula.

No existe autonomía cuando a uno lo fuerzan a ejercer la autonomía. La trampa está en que los centros tienen la obligación de programar actividades, quieran o no, sea necesario o no. Y lo peor es que, como veremos, estas actividades no están orientadas a los conocimientos específicos de cada asignatura, sino a las muy heterónomas prescripciones de la pedagogía socializante y pseudoconstructivista de la curia logsiana. En cuanto a los planes de evaluación, ¿incluyen esas estériles pruebas de diagnóstico que sólo certifican lo sabido por todos y cuyos resultados se camuflan o se interpretan a la luz de la sacrosanta Equidad? ¿Qué autonomía se concede cuando se explicita la metodología a seguir por todos los profesores?

Por lo demás, ese Artículo 9 n) entra en flagrante contradicción con el 10.2 b) sobre los Derechos del Profesorado:

Artículo 10.2.

b) A emplear los métodos de enseñanza y aprendizaje que considere más adecuados al nivel de desarrollo aptitudes y capacidades del alumnado, de conformidad con el proyecto educativo.

Bien. Pongamos que mi consideración me dicta no emplear las TIC en el aula. O, simplemente, no utilizarlas de modo habitual. ¿Puedo acogerme al derecho o debo cumplir con mi deber? ¿Dónde queda la libertad de cátedra amparada por la Constitución y ratificada por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional?:

Así, en la Sentencia de 23-02-1985, el Tribunal Constitucional reconoce la libertad de cátedra a TODOS los docentes, sea cual fuere el nivel de enseñanza en el que actúan –no se circunscribe por tanto exclusivamente al ámbito universitario- y la relación que media entre su docencia y su propia labor de investigación. […]

Así, en la pág. 34, de la sentencia comentada, el Tribunal manifiesta que:

“la libertad de cátedra… habilita al docente para resistir… cualquier orientación que implique un determinado enfoque de la realidad natural, histórica o social…”

 En otra conocida y reciente sentencia del Tribunal Constitucional, Auto numero 423/2004 se afirma:

 […] «este derecho fundamental -como libertad individual del docente- es una proyección de la libertad ideológica y del derecho a difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones que cada profesor asume como propias en relación con la materia objeto de su enseñanza» […]

Extracto de «La libertad de cátedra en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional«, de David Arboledas

 

El propio derecho, tal y como aparece formulado, es, en realidad, un nuevo deber. La coletilla final (“… de conformidad con el proyecto educativo”) ata de pies y manos al profesional de la enseñanza, cuyos métodos deben ceñirse a la uniformidad procedimental que viene desde arriba.

 La autonomía, así expresada, es un subterfugio para socavar la autoridad del profesorado, por más que, de forma hipócrita, en otros artículos se invoque ésta como un satisfecho brindis al sol. El Claustro se convierte en un órgano más de la comunidad educativa, sin apenas competencias en lo que respecta a la elaboración del Plan de Centro. Además de lo que corresponde a la gestión académica de sus asignaturas, su papel más relevante es aprobar y evaluar las líneas generales de actuación pedagógica (Artículo 22.2), lo que no es decir mucho. También se le deja decidir en cuestiones como la transversalidad, la igualdad de género, y otras enseñanzas (sic).

 Lo más grave es que la Administración le traspasa la responsabilidad de decidir los criterios pedagógicos que regirán la desaparición de departamentos y la creación de otros nuevos, con las repercusiones que tales criterios tendrán en la configuración de los horarios y en la estabilidad laboral de los trabajadores. Se podría dar el caso de que un profesor de Dibujo argumente con toda seriedad la conveniencia pedagógica de eliminar el departamento de Música, y viceversa, lo cual significa convertir la supuesta autonomía en una proliferación de pequeñas y enfrentadas taifas didácticas. Con este ardid, la Administración pretende que los profesores estén más preocupados por conservar su estatus que por poner en cuestión los principios básicos de este reglamento mendaz.

 El Claustro nada tiene que decir en la elaboración del proyecto educativo, incluido el plan de convivencia, ni en el ROF. Como escribe un estimado compañero de la Asociación [PIENSA], “no es casualidad que se excluya al claustro de la elaboración de este plan. Los profesores, que son los que sufren las consecuencias de la indisciplina, son silenciados porque, en el fondo, el plan de convivencia consiste en que los alumnos estén, como sea, en el centro, hagan lo que hagan, con los profesores como cuidadores”. Añado yo: y vigilantes, psicólogos, monitores de ocio, expertos en seguridad de edificios (plan de autoprotección) y mozos de cuerda (plan de gratuidad de libros de texto).

 Si querían ustedes más autonomía, el Artículo 29, sobre las programaciones didácticas, les da taza y media.

 Artículo 29. Las programaciones didácticas.

1.     […] Serán elaboradas por los departamentos de acuerdo con las directrices de las áreas de competencias […]

 El redactor debería haber matizado: “por los departamentos que aún existan”. Ésta es una nueva constricción de la libertad de cátedra. Desde ahora, el máximo especialista de Historia tendrá que obedecer las pautas pedagógicas de un colega –  pongamos, de Latín –  al que el Director ha nombrado jefe de área. Las áreas tienen como misión examinar competencias básicas; es decir, los “niveles mínimos de subsistencia intelectual” (Gregorio Luri). Así, las asignaturas se diluyen, rebajan sus exigencias, se trivializan o edulcoran a la medida de muchos alumnos y padres que, lejos de demandar rigor y transmisión eficaz de saberes, parecen conformes con esta nueva era de la Educa100. La educación de bazar chino, donde se mezclan sin criterio un montón de menudencias que exigen el esfuerzo equivalente a veinte duros.

Otro alarde autonómico es incluir un punto, el 29.5 en el que se alienta la “realización de trabajos monográficos interdisciplinares”. Estupendo. Y, ¿por qué no la realización de exámenes orales eliminatorios, o la redacción obligatoria de un cuento semanal sobre el sexo angélico o las teselas bizantinas?

Para completar el cuadro, el Artículo 87 confirma la existencia de un departamento de formación, evaluación e innovación educativa. Dicho en plata: una serie de compañeros que hasta ayer eran tus pares, serán investidos del poder de analizar, juzgar y corregir tu trabajo. Una auténtica Securitate pedagógica formada por los mismos profesores cuya autonomía intelectual es puesta en entredicho. Las fallas que estos conversos adviertan en el desempeño de nuestra profesión serán subsanadas con proyectos formativos procedentes de esa reserva espiritual del dogmatismo pedagógico que son los CEPS. Tantas son, por cierto, sus atribuciones que poco tiempo les restará para formarse ellos mismos. Temo que no dispongan siquiera del imprescindible para preparar sus clases.

 Si después de leído este somero análisis alguien cree que la autonomía no significa aquí otra cosa que subordinación, es que ya ha asimilado aquella máxima del eminente propagandista Joseph Goebbels, por la cual una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad.

 En la próxima entrega, hablaremos de la Formación.

 

El nuevo ROC andaluz: 2. Autonomía y Determinismo

En la anterior entrada dedicada al borrador de Decreto del ROC andaluz quedaban claras las muchas competencias, no precisamente básicas, que adornarán la figura de los Neodirectores. Todo ello pese a que, en la página 1, se nos participa que las novedades de este documento se introducen con el fin de profundizar en los conceptos de «participación de la comunidad educativa». Un modo peculiar de favorecer ésta es, a lo que se ve, dotar al director de plenos poderes.

Asimismo, se insiste en la idea de que el ROC impulsará la «autonomía pedagógica, organizativa y de gestión de los centros» (íbid.). Habría que objetar que el verdadero ser autónomo es el director, y que hablar aquí de «los centros» es tomar el todo por la parte. Todo esto se hace con el noble fin de alcanzar la «excelencia». Pero, ojo, tal excelencia debe ir unida a dos leitmotiven muy queridos por las políticas educativas del Siglo XXI: la adaptación al contexto (página 2) y la equidad (íbid.)

Como ya denunciamos en otros artículos, resulta paradójico hablar de «autonomía» cuando ésta se ve limitada por el fatal determinismo del entorno:

«Según este principio, el entorno ha de condicionar el plan de estudios de las escuelas.  Esto quiere decir que, en un contexto de escasos estímulos intelectuales, la oferta educativa debe “adaptarse al medio” y rebajar el rigor de sus contenidos. Por supuesto, también significa lo contrario: si al lado de su casa hay pistas de tenis y un club de polo, el instituto asignado a sus hijos deberá presentar un pleno de aprobados en Selectividad. Qué menos.» (De Adaptación al medio, Octubre de 2009)

Los principios de una enseñanza común para todos, que fueron en tiempos estandarte progresista, ya no están de moda. Como Groucho, las administraciones educativas tienen otros. Y consisten éstos en un espejismo de libre albedrío, de optatividad ilimitada que, en realidad, sólo aspira a disimular el fracaso de todo un sistema:

«Este es el resultado de confundir Sociología con Enseñanza. De menospreciar al individuo y exarcebar la nebulosa identidad de la masa. El verbo “adaptar”, que aquí se conjuga con un tono entre paternalista y resignado, es el eufemismo predilecto para encubrir la derrota de un programa, ya no educativo, sino social. “Adaptar” es lo que uno hace cuando la premisa mayor (enseñanza obligatoria y común para todos) se ha revelado un espléndido fracaso. Pero adivinen qué institutos tendrán que plegarse a las condiciones impuestas por la misma sociedad a la que es su misión instruir. Sí, en efecto: precisamente aquéllos donde sería más necesario que la tarea de enseñar se mantuviera fiel a sí misma.» (de Adaptación al medio).

Lo más curioso es que un centro que se «adapte» a las peculiares características de su contexto social debe recoger en su proyecto educativo aquellos valores que, «desde un punto de vista cultural, hacen del centro un elemento dinamizador de la zona donde está ubicado«. Es difícil precisar cómo se puede hacer algo semejante si previamente uno se ha mimetizado con el entorno. Asimismo, exigir tal responsabilidad a una escuela es no haber entendido cuál es la función de ésta. Recordemos las palabras de Oakeshott:

«¿Qué características habrían de tener estos espacios? En primer lugar, el reconocimiento de quienes están allí como sujetos de aprendizaje; un aprendizaje que debe ser el compromiso declarado de aprender algo en particular. No sólo se aprende con afán utilitarista, sino que el aprendizaje es en sí el compromiso, y tiene sus propios criterios de logros y excelencia. Con tal fin, la Escuela debe aislarse del “hic et nunc”, de “las contingencias de la vida en curso».  Tal aislamiento favorece que el sujeto se libere de las limitaciones de las circunstancias que lo rodean. La Escuela, pues, como “espacio protegido”. (de La voz liberal de Michael Oakeshott)».

«Dinamizar una zona» no es competencia de los colegios, sino de los ciudadanos y las instituciones políticas capaces de favorecer tal circunstancia. Difícil tarea es formar ciudadanos autónomos como para pretender que los profesores se conviertan en concejales de cultura.

Esta rebaja de exigencias, que oficiosamente ya se lleva a cabo en la mayoría de centros, queda recogida hasta en los pormenores de las programaciones didácticas:

Artículo 46.2. Las programaciones didácticas de las enseñanzas encomendadas a los institutos de educación secundaria incluirán, al menos, los siguientes aspectos:

a): «Los objetivos, los contenidos y su distribución temporal y los criterios de evaluación por cada curso y ciclo, posibilitando la adaptación de la secuenciación de contenidos al contexto del centro«.

Es decir, es el contexto lo que, a priori, determina el ritmo de aprendizaje de los individuos. Si a esto unimos las ideas-fuerza de «competencias básicas» y «equidad» (que analizaremos en sucesivas entradas) más otros mantras del pedagogismo oficial, podemos llegar a unas sencillas conclusiones:

– La supuesta autonomía no se establece siguiendo principios democráticos, pues todo el poder decisorio recae sobre una sola persona: el director.

– Tal autonomía, en todo caso, no debe ser tanta que no considere el contexto socioeconómico como un factor limitador de la misma.

– Esto supone, por extraño que parezca, que la autonomía organizativa de las escuelas no está dirigida a favorecer la formación de individuos autónomos, sino sujetos al yugo determinista de sus circunstancias vitales.

– Para que las enseñanzas estén de acuerdos con tales principios, se sitúa a las «competencias básicas» como eje metodológico del sistema, estableciendo como axioma una enseñanza de mínimos.

El lector sagaz ya habrá concluido que éste es un planteamiento pedagógico profundamente reaccionario: enseñar menos a quienes más lo necesitan.