Réplica en tres tiempos a Xavier Roig

 

Xavier Roig (Barcelona, 1957) ha publicado un libro valiente, demoledor y necesario. La dictadura de la incompetencia (Gestión 2000, Barcelona, 2010) es una diatriba contra la Administración pública sustentada en la neutralidad de los datos y en un corrosivo sentido del humor. Desde aquí recomendamos su lectura, que abarca dominios económicos, culturales y sociales. El Individuo sólo se va a detener en el análisis que el autor hace de la educación española. Para suscribir sus palabras, en muchos puntos; pero también para contribuir con algunas matizaciones.

Se queja Don Xavier de que al hablar sobre educación todo el mundo quiere «quitarse el muerto de encima» y traspasar las culpas a otro:

Pero teniendo en cuenta que la educación está estrictamente regulada, que el Estado te dice a qué escuela debes llevar a tu hijo y cuál es el dedo que los niños deben meterse en la nariz, alguna responsabilidad tendrán los empleados que manejan este servicio, ¿no? […] Con una escuela ocurre como con cualquier empresa: puede tener mejores o peores instalaciones, puede disponer de una materia prima – los alumnos – más o menos buena, pero si no cuenta con buenos profesionales – es decir, buenos maestros – no puede funcionar bien de ningún modo. Y déjenme dudar de la mayoría de profesores que corren por nuestras aulas.

El autor cita el Informe McKinsey como un estudio fiable para descubrir qué tienen en común los sistemas educativos que triunfan en el mundo. Nos complace que ésa sea la referencia, ya que dicho informe fue comentado en entradas anteriores de este blog. Recordemos los tres principios básicos que ordenaban tales sistemas:

1. Atraer a los mejores docentes. 2. Desarrollar la eficiencia profesional de éstos. 3. Garantizar una instrucción general basada en estándares de excelencia.

Ya dijimos en su momento que estos tres presupuestos eran incuestionables. Roig los condensa en tres palabras: Calidad. Competitividad. Responsabilidad en los resultados. Y hace suya la conclusión del Informe McKinsey: Ningún sistema educativo puede tener una calidad superior a la de sus maestros. También añade: «Hay otros aspectos importantes, sí señor. Pero vienen después».

Es natural que, como profesor, me duela la duda que Roig extiende sobre la calidad de los docentes españoles. Creo que se equivoca al decir que son ellos los máximos responsables del fracaso. Y, sin embargo, hay algo de verdad en sus palabras. Veamos:

1. No coincido con la afirmación de que los demás aspectos importantes vengan después. Los propios criterios de selección del personal docente son anteriores a la existencia efectiva del mismo. Es decir: una Administración pública tiene en su mano decidir si va a contratar a los mejores o si nada más pretende hinchar su nómina de funcionarios. McKinsey y Roig tienen razón al afirmar que unos buenos profesionales mejoran el sistema, pero no contemplan la razón inversa: que un mal sistema aliente la proliferación de malos profesionales. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo en España. Las exigencias para ingresar en el cuerpo docente son cada vez más bajas, hasta límites irrisorios. Con la aquiescencia de los sindicatos, priman los intereses políticos sobre el rigor académico. Valgan como ejemplo las últimas oposiciones, en las que el objetivo evidente y no confesado era eliminar el excedente de interinos, rebajando las exigencias del examen únicamente a este grupo y en perjuicio de muchos opositores libres que se quedaron sin plaza aun habiendo obtenido un diez. Comparemos estas martingalas con lo que se estila en otras latitudes:

Los sistemas exitosos “reclutan a sus docentes en el primer tercio de de cada promoción de graduados”. El primer 5% en Corea del Sur, el 10% superior en Finlandia y el 30% superior en Singapur y Hong Kong. Es decir, se selecciona a los mejores cerebros. A la inversa, prosigue el informe, los peores sistemas “rara vez atraen a la docencia a las personas adecuadas”, que en muchos casos proceden del tercio inferior de sus respectivas promociones.

Otro procedimiento selectivo que parece dar buenos resultados es el que se ha empezado a utilizar en Inglaterra, “pionera en el uso de técnicas de marketing y reclutamiento tomadas de los negocios para elevar la oferta de postulantes calificados”. La mayoría de estos sistemas admiten que pueden cometer errores, y también han desarrollado mecanismos para despedir a docentes ineficaces.

En Finlandia, apenas 1 de cada 10 candidatos es aceptado como docente. En primer lugar, debe proceder del 10 o 20% superior en su promoción. Luego es sometido a una evaluación sobre aritmética, lengua, resolución de problemas, conocimientos y capacidad académica en general (procesamiento de datos, razonamiento y capacidad de síntesis). Más adelante, una serie de entrevistas y ejercicios grupales evalúan su motivación para enseñar y aprender, así como sus habilidades comunicativas e interpersonales. Una vez completado este ciclo, las escuelas reclutan a sus profesores individualmente.

Derribando falsos mitos: El Informe McKinsey (II)

Es razonable pensar que muchos buenos maestros potenciales se están quedando fuera del sistema, y que la administración pública no tiene ningún interés en la calidad de sus contratados. Sin contar con que las hornadas futuras se habrán formado en el mismo sistema educativo que fomenta este aplastante triunfo de la mesocracia.

Hablando del sistema educativo catalán, dice Roig:

Pienso que es un desastre que ha ido haciéndose cada vez mayor gracias a la aportación de supuestos expertos – a menudo sumamente incompetentes y mediocres – que en realidad estaban ideologizados hasta la médula.

2. En efecto, y aquí sí da Roig en el centro de la diana, una gran responsabilidad del fracaso recae en una nueva casta de profesionales que, curiosamente, se distinguen por no coger una tiza ni muertos. Estos «expertos» no sólo son incompetentes y mediocres, sino que carecen de experiencia. Son quienes redactan las leyes, aportan la bibliografía y trepan ágilmente por la secuoya burocrática. Los mismos que rechazan la calidad, la competitividad y la responsabilidad como los tres ejes que deberían conducir el sistema hacia el éxito. Por el contrario, aconsejan la mediocridad, el igualitarismo rampante y la opacidad evaluadora. Han querido hacer de la enseñanza un laboratorio donde ensayar prototipos del «hombre nuevo», que no es sino un Homo Subvencionens acrítico, ignorante y sumiso.

Los principales responsables de la educación académica son los maestros. Ya está bien de pasar la patata caliente a los demás. […] La escuela, no lo olvidemos, debe dar un servicio de formación intelectual

Aprecio su valentía, Don Xavier, pero me asombra su ingenuidad en este punto. Le informo: «académico» es un término tabú en la filosofía logsiana. Como se puede comprobar con la lectura de otras entradas de este blog, la escuela contemporánea no se ocupa  de ofrecer ese imprescindible servicio de formación intelectual. Muchos profesores llevamos años denunciando la conversión de la Enseñanza en una colosal guardería donde lo único que se enseña es a perseverar en el vasallaje. Y ahora viene lo peor: ni siquiera los maestros eficientes pueden prosperar en este campo donde lo que se mina es la inteligencia. Por una sencilla razón: porque el sistema está pensado para cualquier otra cosa menos para la que se supone fueron creados los espacios de aprendizaje. Esto es, aprender. Lo único que quieren nuestros políticos es que los niños «titulen». Y los niños ya se han enterado de lo que hay y actúan en consecuencia. Le pongo un ejemplo:

Clase de 2º ESO (13 años): Enésimo día en que sólo tres alumnos traen la tarea hecha. Enésimo sermón de la montaña del que suscribe: ¿Qué tienen pensado hacer? ¿Qué les interesa? ¿Qué plan es el suyo? Y un alumno que, en efecto, me revela su plan:

– Maestro, no pienso hacer nada hasta que cumpla los 16 años. Entonces, me matriculo en un PCPI. El último año estudio un poco y me saco el título de la ESO. Ése es mi plan.

Lo peor de todo es que tal propósito es factible, y que las intenciones de la administración van por los derroteros de regalar títulos del mismo modo que, en el mundo adulto, se regalan subvenciones por doquier.

y 3. Desmantelado el espíritu académico, el profesor juega en un terreno extraño. Es como si a Zidane lo metieran en una pista de bolos cuatreada: su presencia es absurda. Cuando no se trata de aprender, tampoco se trata de enseñar. Sepa el Sr. Roig que los profesores (y, muy en especial, aquellos que criticamos el sistema) somos la única china en el zapato que incordia a la máquina totalitaria del rodillo logsiano. Nos han robado la profesión, pero algunos queremos recuperarla.

Queremos volver a enseñar.

Ése es nuestro plan.

Derribando falsos mitos: El Informe McKinsey (y III)

 

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En suma, ¿cuáles son esos falsos mitos que el Informe Mckinsey echaría por tierra?

1. El mito constructivista de que los niños «inventan» el conocimiento. Muy al contrario, los sistemas exitosos establecen estándares académicos cuyas expectativas deben satisfacer todos los alumnos.

2. El mito transformativo que «tiende a minimizar la importancia de las habilidades básicas (lectura, escritura, aritmética) en la creencia de que son innecesarias» (Gardner, 1993). No sólo son necesarias, sino que constituyen el fundamento para cualquier posterior desarrollo en el aprendizaje.

3. El mito comunitarista que condena la existencia de cualquier medidor objetivo basado en criterios de excelencia: exámenes, evaluaciones, etc. Es imposible mejorar algo que no se mide.

4. El mito antiliberal que anatemiza cualquier actuación basada en la competencia y los métodos propios de la empresa privada. Por el contario, estos sistemas seleccionan a los mejores y, en algunos casos, emplean técnicas de marketing para tal fin.

5. El mito pedagógico que sitúa su verborrea logoteórica muy por encima de la experiencia docente. En los sistemas estudiados por McKinsey se da prioridad a la práctica en escenarios reales, y los «líderes de instrucción» son siempre profesores reconocidos por la eficacia de sus procedimientos en clase.

6. El mito administrativo de que todo se solucionaría con menos alumnos por aula y mucho más dinero. En los países asiáticos, la ratio casi duplica el promedio de la OCDE, y, sin embargo, sus resultados son excelentes.

7. El mito determinista que vincula el rendimiento académico con el contexto socioeconómico del alumno. Las puntuaciones de estos países muestran escasa correlación entre los resultados y el entorno familiar de cada estudiante.

8. El mito igualitarista que trata de poner en un plano de igualdad al maestro y al alumno. Por contra, el estatus docente en estos sistemas es muy alto, contribuyendo a una equivalente valoración social de su trabajo.

9. El mito burocrático que mantiene a los profesores ocupados en el tráfico de impresos antes que en el tráfico de ideas. Los mejores sistemas educativos eximen al docente de ser un mero Bartleby. Simplemente, «prefieren no hacerlo».

y 10. El mito buenista de que la inculcación de «valores» garantiza la bondad intrínseca de un sistema educativo. Aunque sólo sea por omisión, ya que en el citado informe no hay ni una sola nota que identifique este propósito como una insoslayable garantía de éxito.

Además de las que corresponden a políticos y psicopedas, también los docentes debemos empezar a hacernos algunas preguntas:

¿Vamos a decir, de una vez por todas, que el problema de la Enseñanza en este país empieza por la Primaria, y, más exactamente, por la abducción que ésta ha sufrido a manos de la sacrosanta Pedagogía?

¿Vamos a reconocer que, como lo demuestran las últimas oposiciones andaluzas, los procesos de selección de personal son completamente ridículos?

¿Estamos dispuestos a competir, pues no otro es el modo de que los docentes gocen de mejor estatus y más amplias perspectivas de promoción?

¿Admitiremos que aprobar unas oposiciones no puede justificar la torpeza o la desidia de los malos profesionales?

Son preguntas sencillas. Quizá duras. Pero necesitan ser respondidas.

Si a alguien le resultan incómodas puede consolarse pensando que es tan sólo un informe. Para más inri, elaborado por esos yanquis neoliberales que no tienen ni pajolera idea de los valores progresistas que han llevado a Europa a la cima del mundo….

Vale.

Derribando falsos mitos: El Informe McKinsey (II)

Veíamos en la entrada anterior cómo los mejores sistemas educativos tenían en común tres objetivos fundamentales:

1. Atraer a los mejores docentes. 2. Desarrollar la eficiencia profesional de éstos. 3. Garantizar una instrucción general basada en estándares de excelencia.

Estos tres objetvos deben partir de unas condiciones fundacionales básicas: evaluaciones rigurosas, expectativas claras, apoyo diferenciado para docentes y estudiantes, y suficiente financiamiento, instalaciones y recursos.

El primer objetivo se logra «por medio de un ingreso a la capacitación docente altamente selectivo, procesos efectivos de selección de los aspirantes más apropiados y buenos salarios iniciales. Con estas premisas se eleva el estatus de la profesión, lo que facilita la atracción de candidatos aún mejores». Y, ¿saben cuál es el atributo docente más valorado y que mejor incide sobre los logros académicos? El nivel lingüístico, medido en razón del vocabulario y de otras pruebas estandarizadas. Otra constatación: enseñar es un acto de elocuencia, de maestría retórica. De tan obvio, es posible que a muchos se nos haya olvidado.

Pero es que, además, dichos sistemas «reclutan a sus docentes en el primer tercio de de cada promoción de graduados». El primer 5% en Corea del Sur, el 10% superior en Finlandia y el 30% superior en Singapur y Hong Kong. Es decir, se selecciona a los mejores cerebros. A la inversa, prosigue el informe, los peores sistemas «rara vez atraen a la docencia a las personas adecuadas», que en muchos casos proceden del tercio inferior de sus respectivas promociones.

Otro procedimiento selectivo que parece dar buenos resultados es el que se ha empezado a utilizar en Inglaterra, «pionera en el uso de técnicas de marketing y reclutamiento tomadas de los negocios para elevar la oferta de postulantes calificados». La mayoría de estos sistemas admiten que pueden cometer errores, y también han desarrollado mecanismos para despedir a docentes ineficaces.

En Finlandia, apenas 1 de cada 10 candidatos es aceptado como docente. En primer lugar, debe proceder del 10 o 20% superior en su promoción. Luego es sometido a una evaluación sobre aritmética, lengua, resolución de problemas, conocimientos y capacidad académica en general (procesamiento de datos, razonamiento y capacidad de síntesis). Más adelante, una serie de entrevistas y ejercicios grupales evalúan su motivación para enseñar y aprender, así como sus habilidades comunicativas e interpersonales. Una vez completado este ciclo, las escuelas reclutan a sus profesores individualmente.

Si la selección de personal se rige por criterios de mérito y eficiencia, el desarrollo profesional de estas capacidades dista mucho del planteamiento habitual en nuestro sistema educativo. La formación pedagógica que se facilita a los futuros docentes no se basa en peregrinas teorías fuertemente ideologizadas, ni en apuntarse a un sinfín de cursillos inútiles e infantiloides: «Cada docente debe informarse acerca de mejores prácticas específicas. En general, esto sólo puede lograrse por medio de la demostración de tales prácticas en un contexto real. […] La noción de que las ideas externas por sí mismas derivarán en cambios en las clases y en las escuelas tiene graves defectos como teoría de acción». Esta última frase pueden apuntársela en su diario nuestros políticos, los sindicatos verticales a los que subvencionan y los pretendidos «expertos» que martirizan al gremio con ponencias sobre, pongamos, la salud de género en un contexto educativo multicultural. Los peores sistemas apenas dedican una pequeña proporción de su oferta formativa al entrenamiento en escenarios reales (a diferencia de lo que ocurre con médicos, enfermeras, religiosos, abogados o consultores), «el lugar donde ésta sería lo suficientemente precisa y relevante para lograr la mayor efectividad». En Japón, por ejemplo, docentes experimentados en cada materia brindan entrenamiento persona a persona. En Inglaterra, los mejores instructores reciben menores cargas horarias de clase con el fin de que dediquen más tiempo a ayudar a sus colegas novatos. Asimismo, los nuevos docentes son eximidos en su primer año de cierto número de horas lectivas, de modo que puedan dedicar más tiempo a mejorar su planificación y capacitación. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en España, donde los profesores en prácticas son arrojados a los leones sin más pertrecho que su propia ilusión y, acaso, un par de sumiales. Del mismo modo, los requisitos para acceder a la dirección de las escuelas son especialmente exigentes. A éstos, remunerados con salarios altos, se les libera de cargas administrativas y son considerados «líderes de instrucción» que dedican su tiempo a supervisar problemas educativos y no a rellenar cientos de inútiles informes.

En lo que respecta al apoyo personal de los alumnos, se describe el caso finlandés. Como promedio, hay un docente de educación especial por cada siete maestros de clase: «Los docentes especiales brindan apoyo uno a uno o en pequeños grupos a los estudiantes en riesgo de sufrir retrasos, y asisten al 30% (¡!) de los alumnos de una escuela cada año.» «La educación especial ha sido desestigmatizada en Finlandia, por dos razones. Primero, por el alto número de estudiantes que toman parte en el programa. En segundo lugar, por la práctica de enviar también ocasionalmente a los mejores alumnos a recibir una instrucción adicional: esto pone en claro que la intervención no es necesariamente señal de bajo rendimiento».

Una constante de estos sistemas es que fijan altos objetivos y luego monitorean su labor en comparación con las expectativas iniciales. Como dato que podría despertar algunas conciencias, las puntuaciones de estos países en PISA muestran escasa correlación entre los resultados y el entorno familiar de cada estudiante.

Por último, las únicas Comunidades de Aprendizaje que se manifiestan en los sistemas estudiados las componen profesores de las distintas disciplinas, quienes analizan, desarrollan y comparten periódicamente una serie de lecciones modelo.

Después de este resumen, sólo nos resta establecer una serie de conclusiones. Pero eso será en la siguiente entrada.

Derribando falsos mitos: El Informe McKinsey (I)

A menudo, los profesores hablamos de las fallas del sistema. Denunciamos la promoción automática, la comprensividad, la falta de disciplina, la vulgarización de los contenidos, etc. El Individuo lo ha hecho en la mayoría de las entradas precedentes. Pero hoy quiere ser justo y demandar las mismas exigencias a quienes les ha sido enconmendada la noble y difícil tarea de instruir.

Hoy quiere poner bajo el foco a los docentes.

Ya les adelanto que lo que aquí se escriba quizá no contente a ninguno de los dos polos en que se ha escindido el gremio de enseñantes: ni al de quienes aplauden el sistema vigente, ni al de sus feroces detractores (entre los cuales, por cierto, me incluyo). Temo que disgustará especialmente a los maestros de Primaria, pero también a muchos colegas de Instituto. Sea como sea, yo soy sólo el mensajero. Échenle la culpa al Informe McKinsey

Se trata de un estudio publicado en 2007 por Michael Barber y Mona Mourshed, de McKinsey & Company. Su título: “How the World’s Best-Performing School Systems Come Out On Top» («¿Cómo hiceron los mejores sistemas educativos del mundo para alcanzar sus objetivos?»). En él se analizan los diez sistemas que ocupan los primeros puestos en el Informe PISA, así como otros doce que están experimentando rápidas mejoras.

Las conclusiones más notables de dicho informe se resumen en estos tres puntos. Los mejores sistemas educativos del mundo lo son porque:

– Consiguen a las personas más aptas para ejercer la docencia;

– Desarrollan sus capacidades profesionales hasta convertirlas en instructores eficientes.

– Garantizan que el sistema sea capaz de brindar la mejor instrucción posible a todos los niños.

En principio, esto no debería sorprender a nadie. El rendimiento de cualquier equipo de trabajo es directamente proporcional a la calidad de los miembros que lo forman. Perogrullo. Lo interesante es comprobar de qué modo se consigue tal grado de cualificación, y en qué medida incide ésta en la calidad del aprendizaje.

Para empezar, un diagnóstico que debería hacernos pensar, por si aún no habíamos caído:

«El impacto de los docentes con bajo desempeño es particularmente severo en los primeros años de escolaridad. A los 14 años, las posibilidades de que un alumno con problemas de aprendizaje se gradúe con el nivel más bajo exigido de calificaciones finales desciende a apenas un 6%. Aun en un buen sistema, aquellos alumnos que no avanzan con rapidez en sus primeros años de escolaridad por no estar expuestos a docentes de suficiente calidad, tienen escasas posibilidades de recuperar los años perdidos.»

Hemos repetido muchas veces en este blog la imagen de «la casa por el tejado», «la catedral por el cimborrio», «el domus por el compluvium» y hasta, como apuntó mi amigo Javier Veiga, «la Etxe por el Teilatu». Ahora que se proyecta infantilizar la enseñanza postobligatoria, no estaría de más recordar lo obvio: que por mucho que se alargue en el tiempo la imposición de cursar estudios, es por la etapa infantil por donde deberíamos empezar a ponernos serios. Si nuestros niños de Primaria acaban este ciclo leyendo y sumando con dificultad (es decir, en un estadio de analfabetos funcionales), de nada sirve que el Instituto se llene de profesores de apoyo. Ya es tarde.

Ocurre que es en Primaria, precisamente, donde las demenciales ideas pedagógicas que se han descrito en otras entradas han calado con más fuerza. Sin embargo, los sistemas existosos no hace otra cosa sino descubrir la pólvora, esto es:

«Todos ponen un fuerte foco en aritmética y lengua durante los primeros años de escolaridad, basados, en parte, en investigaciones que demuestran que la habilidad temprana en capacidades fundamentales está íntimamente relacionada con un amplio espectro de resultados futuros. También existe una creciente tendencia a alinear los estándares globalmente, particularmente con referencia a las evaluaciones del Informe PISA y de otros importantes sistemas de evaluación escolar».

Admirénse del «descubrimiento». Resulta que es esencial que los niños se instruyan en las habilidades básicas desde muy pequeñitos. Uno diría que éste es el concepto que siempre ha dictado el sentido común, incluso en aquellos sistemas que, peyorativamente,  los iluminados pedagógicos califican como «tradicionales». Sin embargo, en España no es infrecuente encontrarse con gurús y gurusas que minimizan el potencial formativo de dichas habilidades, so pretexto de que vivimos en la era de las calculadoras y los procesadores. Entre ellos, por desgracia, muchos maestros de Primaria.

Y admírense también de que tales sistemas fijan unos estándares de excelencia claros y precisos, es decir unos procesos de evaluación que midan de manera fiable y objetiva los resultados del aprendizaje. Nosotros, en cambio, «progresamos adecuadamente»:

«Todos los sistemas con alto desempeño reconocen que es imposible mejorar algo que no se mide. Monitorear los resultados les permite identificar y difundir mejores prácticas, indicar con precisión las áreas más débiles y hacer que las escuelas respondan por sus resultados«.

Pues cómo no. Si los docentes queremos que nuestros alumnos respondan por sus resultados, y no por evanescentes criterios de transversalidad y bonhomía, ¿no es contradictorio que no pasemos nosotros por una prueba semejante? Todos estos países verifican sus resultados por medio de exámenes (palabra tabú en España) e inspecciones externas, más o menos independientes de las oficinas estatales a las que reportan las escuelas. Ojo: inspecciones que no se dedican a solicitar el Anexo I del Modelo II de la Norma Implementada V, sino a cotejar dichos resultados a la luz de los procesos, identificar posibles márgenes de mejora y evaluar el trabajo de los centros siguiendo unos indicadores de referencia.

(Continuará…)