Un fantasma recorre los claustros andaluces. A cualquier hora del día, se oyen en las salas de profesores sus lúgubres parlamentos de alma atrapada entre dos mundos, el penoso arrastrar de hierros y el roce del sudario sobre las cabezas atribuladas de los docentes. Se llama Séneca. Pero no es el filósofo y político romano oriundo de Corduba, sino la aplicación informática de gestión educativa que lleva su nombre. Me consta que su influencia se extiende a muchas otras comunidades españolas, lo que nos ilustra acerca de la ubicuidad del espectro. Lleva ya mucho tiempo entre nosotros, pero desde hace un par de cursos acapara toda la atención de quienes nos dedicamos a la cada vez más complicada tarea de dar clase.
Y no es que sea una mala herramienta administrativa, no. La interfaz es ahora más limpia, las funciones se han ampliado con el transcurso de los años y su implantación ha permitido que dejen de amarillear legajos en carpetas analógicas que nadie mira. Como toda creación humana, es su uso – y las intenciones que preceden a tal uso – lo que tiene a los profesores sumidos en una pesadilla tecnológica. La inmediatez que es propia de tales aplicaciones ha favorecido la multiplicación de tareas estrictamente burocráticas. Ya es una rareza sorprender a un profesor leyendo un libro, consultando un manual o preparando clases. Todos estamos conectados al fantasma en la máquina, que es cosa muy antigua y cartesiana. Con la peculiaridad de que el susodicho fantasma funciona como una conciencia externa que nos dispensa de cualesquiera decisiones morales para enfrascarnos en un tableteo automático y funcionarial. Dicho de forma (solo un poco) exagerada, y que así se entienda: el profesor ha recibido la orden de no pensar. Y ahora registra, ordena y clasifica.
Huyamos de la jeremiada y el rasgar de vestiduras. Como funcionarios, debemos llevar una contabilidad, lo más transparente posible, de nuestras acciones: nada que objetar a ello. El problema radica en que esa es la única dimensión valorada en nuestro oficio. Si un observador de otro planeta pasara unos días con un grupo de profesores, sin duda le sorprendería el hecho de que jamás hablaran de literatura, música o matemáticas, sino de oscuros atajos digitales con los que agilizar un trabajo que saben, en su mayor parte, inútil. Si los siguiera hasta sus casas, comprobaría cómo la tarea de compilar datos se extiende a su tiempo de ocio, abrumados a veces por plazos imposibles, jergas enigmáticas y leyes tan alambicadas como un atractor de Lorenz. Seguramente, regresaría a su planeta preguntándose cuándo demonios sacan tiempo para el estudio tan infortunados seres.
Los jóvenes tiktokean y nosotros, como corresponde a unos carrozas, senequeamos. Son dos formas complementarias de tener al personal dándole a la tecla. Si acaso, aquellos se divierten un poco más que sus tutores y acumulan subidones de dopamina con cada like. Séneca funciona más bien como sedante de las pulsiones contestatarias, porque mientras uno está perdido en el laberinto solo puede soñar con encontrar cuanto antes la salida. En este sentido, el nombre del programa resulta muy pertinente: se precisan toneladas de disciplina estoica para no sucumbir al desaliento.
Claro que, como ya hemos dicho, Séneca es solo el mensajero que nos martillea con la mala noticia. Y, hoy en día, las malas noticias son ley. Concretamente, una a la que han bautizado con nombre de monstruo lovecraftiano: LOMLOE. Si definimos al monstruo como una entidad extraña e inexplicable desde el punto de vista científico, la LOMLOE podría ser su plasmación más acabada. Para evitarles espantos, voy a enseñarles solo la colita:
Los descriptores operativos de las competencias clave constituyen, junto con los objetivos de la etapa, el marco referencial a partir del cual se concretan las competencias específicas de cada materia o ámbito. Esta vinculación entre descriptores operativos y competencias específicas propicia que de la evaluación de estas últimas pueda colegirse el grado de adquisición de las competencias clave definidas en el Perfil competencial y el Perfil de salida y, por tanto, la consecución de las competencias y objetivos previstos para cada etapa.
A esto nos enfrentamos. Otra neolengua indescifrable para la enésima ley educativa. Cuando ya nos habíamos acostumbrado al recio dialecto de la LOMCE, ahora debemos reproducir los tonos delicuescentes de su heredera, que oscilan entre la homilía laica y un manual de instrucciones checo. La LOMLOE, más allá de la grandilocuencia propagandística de su preámbulo, es el intento definitivo de cuadrar el círculo y primarizar para los restos la enseñanza secundaria. Es cierto que la palabra conocimiento se nos aparece aquí y allá, pero cuando lo hace la encontramos irreconocible, como si fuera otro espíritu extraviado en un mundo que le es ajeno: el mundo «gaseoso», como diría el profesor Alberto Royo, de las emociones, las competencias y la Agenda 2030.
A los profesores de instituto se nos está advirtiendo: hay que desterrar el examen como instrumento de evaluación, atender a los intereses particulares del alumno y a las contingencias de su contexto socioeconómico, adaptar los niveles de enseñanza hasta donde sea necesario con tal de que el muchacho (o la muchacha, no vaya a ser) apruebe. Tenemos que emular a los colegios y renunciar a la especialización y al concepto de asignatura. El mismo libro de texto que a bombo y platillo subvencionan las comunidades se convierte en un artículo abyecto si el profesor lo adopta como herramienta de trabajo. De la instrucción general hemos pasado, en pocos años, a la seducción espectacular y la experiencia personalizada. Y es que se nos pide, sin llegar a verbalizarlo, que tratemos a los estudiantes como si fueran consumidores. Por eso es preciso desterrar de la ley educativa todo atisbo de razón: para que, como corresponde a cualquier cliente merecedor de tal nombre, aquella sea patrimonio exclusivo del alumno. Incluso se nos sugiere que la violencia desplegada contra nosotros obedece a deficiencias didácticas que deberíamos subsanar. El profesor es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario. Y esa demostración solo se concreta cuando el porcentaje de aprobados resulta del gusto de las administraciones.
Quizá comparado con la guerra, la inflación y tantas amenazas pandémicas, climáticas y nucleares, el fantasma de este artículo le produzca al lector más risa que miedo. No se lo reprocho: yo mismo me río por no llorar. Además, siempre es posible escapar del sistema y hacer lo que hacen nuestros ministros: matricular a la prole en el Liceo Francés. Habrá que rascarse el bolsillo, pero seguro que allí aún aprecian el valor de despejar incógnitas.
Hablando de incógnitas, permanece en el aire una duda, entre existencial y matemática: ¿conocen algún límite las tragaderas de los profesores?
Sublime!!!
Corresponsal de la más pura realidad!!!!
No se puede explicar mejor!!!
Maravilloso y triste a la vez…
Pues fíjate que yo pienso que es una buena herramienta para controlar qué hacen los trabajadores. Si realizan su carga burocrática, el Cuaderno Séneca para ver qué hacen en el aula, dónde están en su puesto de trabajo, incapaces de escapar de su control. Todo un entorno confortable… para los patronos.
Totalmente de acuerdo.
👏👏👏👏👏 Y el final lo dice todo. ¿Y no se nos cae la cara de vergüenza?