¿Qué son las competencias básicas? (II): Primeras conclusiones.

En el artículo anterior se definía el concepto de competencia básica y se llegaba a una serie de conclusiones provisionales que pasamos a desarrollar:

A) Las CCBB como tautología:

1.  La delimitación de dichas competencias acarrea en su seno un imposible lógico o, cuanto menos, una tautología. Tal contradicción o redundancia se produce al afirmar que la competencia adquirida debe ser valiosa, simultáneamente, para cada individuo en particular y para la sociedad en su conjunto, siendo así que contribuya a responder a “demandas complejas” para alcanzar resultados “de alto valor personal o social en la mayor variedad de contextos posibles”. Inevitablemente, la complejidad de los problemas que puedan resolverse es inversamente proporcional al número de individuos capacitados para su resolución. Desde un punto de vista epistemológico, lo que todos, sin excepción alguna, pueden conocer deja de ser complejo desde el momento en que los vínculos de los elementos interconectados no crean una información adicional desconocida previamente por el sujeto. Aquí interpretamos la “complejidad” no en función del número de elementos que intervienen en un sistema, sino de las posibilidades de encontrar un sentido en sus relaciones. Al hablar de “complejidad” debe tenerse en cuenta la relación entre el observador y lo observado: lo que es complejo para un lego en informática puede no serlo para un programador de software.

2. De acuerdo con este planteamiento, las CCBB pueden ser condición necesaria para la satisfacción de “demandas complejas”, pero, desde luego, no suficiente. Más bien, deben entenderse como un sustrato común que faculta para el desempeño de tareas simples o cuyo carácter “complejo” ha sido resuelto con anterioridad. Estaríamos hablando, pues, de un nivel mínimo, o elemental, de competencia en sentido estricto.

3. Así entendidas, las CCBB tienen que ver más con la alfabetización (lingüística, matemática, digital, social) que con un proyecto alternativo capaz de orientar, limitar o sustituir los contenidos y objetivos de una enseñanza media.

B) Las CCBB como reduccionismo:

1. La oposición que suele establecerse entre competencia y saber es falaz y parte de un reduccionismo interesado, como es considerar que el desarrollo de dichas competencias puede darse al margen de un campo específico del conocimiento. No existen por separado un “saber” y un “saber hacer”, como afirman algunos pedagogos, sino un único “saber genuino” que es mezcla de “información” y “discernimiento”. Esta concepción del aprendizaje no distingue entre contenidos y procesos, porque unos no pueden darse sin la exacta comprensión de los otros. Dicho de otro modo: nadie puede procesar unos datos que no ha comprendido, de la misma forma que no existen procesos que se desarrollen sin el soporte de una información previa. Si una cosa no es sin la otra, carece asimismo de sentido que ambas se evalúen de forma independiente.

2. Por tanto, lo único que diferencia a las CCBB de los programas de estudios en que están insertas es su vocación ecuménica de preparar para los problemas de la vida diaria, sin poder aspirar a las abstracciones y conceptualizaciones de los saberes especializados. Interpretar recibos de la luz, saber cómo cepillarse correctamente los dientes o cuáles son las condiciones para donar sangre son el tipo de problemas que se pretenden resolver con la inclusión de las CCBB en el currículo. Lo significativo del caso es que no se suponga esta capacidad a quienes participan de un proceso de enseñanza y aprendizaje basado en las asignaturas tradicionales.

3. Pues esta es la última falacia oculta en el entramado de las CCBB, aquella por la cual la transmisión de saberes específicos no acarrea, a priori, ningún elemento de competencia. Tal convicción parte de una concepción prejuiciosa de la enseñanza académica, a la que se sigue motejando de exclusivamente mecánica y memorística. Semejante caricatura toma la parte de unas prácticas erróneas por el todo de un modelo que, para ser “genuino”, debe incluir, insistimos, “información y discernimiento”. Nada impide que en el desarrollo de un plan de estudios tradicional intervengan, o puedan intervenir, tantos factores competenciales como nos sea dado imaginar.

C) Las CCBB y los planes de estudio:

1. Vimos cómo el espíritu del Informe Delors apuntaba a una flexibilización en la oferta de itinerarios, adaptados precisamente a la diversidad de talentos e intereses. Sin embargo, en España se ha optado por su integración en un sistema comprensivo que no funciona, creando una especie de currículo paralelo incompatible con la estructuración tradicional por campos de conocimiento. Vimos también que existe una intención de supeditar dichos campos al propósito reduccionista de las CCBB, lo que, en el nuevo diseño de los planes de estudio, se emparenta con el aglutinamiento de las especialidades en grandes áreas de inspiración generalista.

2. Puesto que las CCBB tienden a contemplar sólo el aspecto procedimental del conocimiento, su inclusión en los criterios evaluadores es tan redundante como el alcance de sus objetivos, y, en ningún caso, pueden prevalecer sobre el diagnóstico del experto en cada una de las especialidades. Su función sólo puede reflejarse de dos maneras: o bien se constituyen como un referente de mínimos que hundiría aún más los precarios niveles de la enseñanza media, o bien acaban reducidas a un apéndice irrelevante completamente subsidiario de los resultados obtenidos por el alumno en cada una de las asignaturas.

3. La asociación implícita entre CCBB y saberes imprescindibles (o mínimos) puede constituirse en una peligrosa herramienta institucional para incrementar las tasas de promoción y titulación con fines exclusivamente políticos. Dicho incremento no sería el fruto de una mejora en el grado de conocimientos adquiridos, sino de una rebaja en los niveles de exigencia. Un peldaño más en esta caída lo constituyen los fraudulentos programas de Calidad que, sin la garantía de un control externo, aseguran incentivos económicos a los profesores y escuelas que más aprueben. La apuesta no se hace aquí por el saber, sino por el trámite legal de las graduaciones a mayor gloria de las estadísticas y de los estadistas.

¿Qué son las competencias básicas? (I): el concepto.

 

Es el concepto de moda, la sensación de la temporada. En los claustros andaluces todo el mundo pregunta a todo el mundo:

–          Oye, ¿cómo implementas tú las Competencias Básicas en la Programación de Departamento?

Al oír algo así a uno se le hiela el espinazo  y se pregunta cómo es posible que una profesión que se basaba en el principio tan sencillo y noble de enseñar al que no sabe se haya podido transformar en el manual de instrucciones de una lavadora. Una lavadora, eso sí, perversamente complicada.

Directores y jefes de estudio advierten a los profesores de que deben consignar “cómo contribuye su materia a la adquisición de las competencias básicas”. Lo hacen con una seriedad más burocrática que académica, pues son muy pocos quienes de verdad saben qué son las CCBB y muchos menos los que tienen una mínima idea de qué hacer con ellas. Pero la exhortación es igual en todas partes, como si se recitara un versículo de los Salmos o uno de los siete principios del Bushido.

Sobre qué sean las CCBB hay bibliografía profusa, tanto en documentos institucionales como en innumerables monografías. Es un concepto originalmente vinculado a la formación y al empleo que en los últimos años se ha trasladado al mundo de la enseñanza. Esta es la definición canónica de competencia:

“La capacidad de responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz.” (del Proyecto DeSeCo de la OCDE, tal y como se recoge en el documento Currículo y competencias básicas” del MEC).

Esta combinación ideal es lo que lleva a alguien a ser competente. Supone aglutinar una serie de capacidades intelectuales con otras de tipo volitivo, psicológico o social, de tal modo que la conquista de dicha competencia es, a su vez, un proceso caracterizado por su complejidad en tanto que se compone de múltiples elementos.

Para que una competencia sea considerada clave  debe reunir tres condiciones:

1. Que contribuya a obtener resultados de alto valor personal o social.

2. Que se pueda aplicar a un amplio abanico de contextos relevantes.

3. Que sean valiosas para la totalidad de la población.

Así, las CCBB se convierten en unos universales del desarrollo personal, en el sustrato imprescindible para la formación de los individuos. El problema es que al ampliar tanto el abanico, se corre el riesgo de caer en una contradicción: las demandas que puedan satisfacerse serán tanto menos complejas cuanto mayor el número de individuos capaces de llevarlas a cabo. Muy pocas personas pueden diseñar un sistema operativo informático. Algunas más están facultadas para construir barcos o aviones. Muchos son los capacitados para leer e interpretar textos políticos, jurídicos o pedagógicos. Pero, ¿qué es lo que puede hacer, sin exclusión posible, la totalidad de la población? Ítem más: lo que todos pueden hacer, ¿es susceptible de considerarse como un logro de alto valor personal o social?

“El carácter básico del conjunto de competencias que aquí se presenta deriva de que son las que debe haber desarrollado un joven o una joven al finalizar la enseñanza obligatoria, para alcanzar su realización personal, lograr su inclusión social, ejercer la ciudadanía activa, hacer frente a la vida adulta y ser capaz de desarrollar un aprendizaje permanente.” (Ibíd.)

 

Los legisladores son siempre demasiado optimistas. Pretender que lo que es común a todos nos conduce a la realización personal presupone un diagnóstico un tanto ingenuo acerca de la naturaleza humana. El afán de distinción, la superación de los límites y la misma competitividad que va ligada a la competencia hacen que unos y otros se afanen por ir más allá de aquello que nos hace indistinguibles. Se comprueba en las pautas de consumo, en la estructura jerárquica de las empresas y hasta en los partidos de fútbol entre amigos. Para unos, realizarse puede significar conseguir un trabajo y tener el dinero suficiente con que llegar a fin de mes. Para otros, ese estado de completud se relaciona con alcanzar un estatus más alto que el de sus competidores. Ahora que tanto se habla de Steve Jobs, es razonable pensar que en su vocabulario no existía la palabra “conformismo”, y que, como él mismo apuntaba, sus fracasos – es decir, sus irrealizaciones – fueron de una importancia vital mucho mayor que sus indudables éxitos. Unos éxitos que se fundamentaron, precisamente, en no atender a las demandas inmediatas de sus congéneres, sino en proporcionarles alternativas que sólo habían podido soñar.

El Informe Delors (1996) es uno de los textos que los estudiosos de las competencias citan como fuente inspiradora. Es un escrito lleno de buenas intenciones y no pocos lugares comunes acerca de la mundialización, la sostenibilidad y la sociedad del conocimiento. Hay un pasaje especialmente curioso, cuando habla de cómo elaborar las políticas educativas que permitan afrontar los nuevos retos del mundo contemporáneo:

Llegamos así a lo que representa una de las principales dificultades de toda reforma, es decir, cuál es la política que se debe llevar a cabo con respecto a los jóvenes y adolescentes que acaban la enseñanza primaria, durante todo el periodo que transcurre hasta su entrada en la vida profesional o en la universidad. ¿Nos atreveríamos a decir que estos tipos de enseñanza llamada secundaria son, en cierto sentido, los «impopulares» de la reflexión sobre la educación? De hecho, son objeto de innumerables críticas y generan buen número de frustraciones.

Es llamativo que el foco se sitúe sobre la enseñanza secundaria, como si todo lo que se extiende antes y después de dicha etapa careciera de importancia para el análisis. Sobre todo si, como es el caso, estamos hablando de bases, cimientos, saberes imprescindibles o principios elementales. La enseñanza media es aquí impopular, denostada y frustrante. Delors explica por qué:

 

Entre los factores que perturban se pueden citar las necesidades en aumento y cada vez más diversificadas de formación, que desembocan en un rápido crecimiento del número de alumnos y en un atascamiento de los programas. Aquí está el origen de los clásicos problemas de masificación, que los países poco desarrollados tienen gran dificultad en resolver tanto en el plano financiero como de organización. También se puede citar la angustia del egreso o de las salidas, angustia que aumenta la obsesión de acceder a la enseñanza superior, como si se estuviese jugando a todo o nada.

 

Atentos a la receta que prescribe el político francés:

En opinión de la Comisión, sólo se puede salvar esta dificultad mediante una diversificación muy amplia en la oferta de trayectorias. Esta orientación se corresponde con una de las principales preocupaciones de la Comisión, que consiste en valorar los talentos de todo tipo, de forma que se limite el fracaso escolar y se evite el sentimiento de exclusión y de falta de futuro a un grupo de adolescentes demasiado numeroso. Entre las distintas vías que se ofrecen deberían figurar las ya tradicionales, más orientadas hacia la abstracción y la conceptualización, pero también las que, enriquecidas por una alternancia entre la escuela y la vida profesional o social, permiten sacar a la luz otro tipo de talentos y gustos. En cualquier caso habría que tender puentes entre esas vías, de manera que se pudieran corregir los errores de orientación que con harta frecuencia se cometen.

Este planteamiento lo suscribiríamos muchos de los profesores en activo y, en concreto, algunas de las plataformas más críticas con el vigente sistema escolar español, como, por ejemplo, Deseducativos. Comparen la propuesta de la Comisión europea con el punto nueve del programa de esta asociación de ámbito nacional:

9. Es urgente, por tanto, acabar con el sistema educativo actual y erigir en su lugar otro completamente distinto, que responda con coherencia y lealtad a la auténtica diversidad del alumnado.

Estas son sus líneas maestras:

a) Una Enseñanza Infantil que no ignore que los niños de edades comprendidas entre los 0 y los 4 años han de pasar la mayor parte del tiempo con sus padres, aun cuando eso signifique que deban reconsiderarse las actuales normativas que rigen los permisos de maternidad y paternidad y los horarios laborales de los progenitores. Y que tampoco eluda la responsabilidad de iniciar el aprendizaje de ciertas habilidades intelectuales cuando la capacidad o la inclinación de los alumnos así lo requieran.

b) Una Enseñanza Primaria que, siendo considerada al fin como el ciclo más importante en la formación del alumno, limite la promoción automática a los primeros años de la etapa, no desdeñe el rigor y la exigencia necesarios para afianzar tanto las habilidades primordiales en lectoescritura y cálculo matemático como los conocimientos básicos de otras disciplinas también esenciales, y alargue su periodo de duración hasta los 14 años. La Enseñanza Primaria es el mejor momento para guiar al alumno en su futuro académico demandándole tenacidad, disciplina y esfuerzo, y detectando a tiempo y prestando una mayor atención a los problemas que puedan surgirle mediante una exigente labor de orientación -labor que solo tiene sentido y es eficiente en esta etapa- que huya de la inútil burocracia actual y, principalmente, a través de programas de refuerzo dentro y fuera del aula.

c) El fin de la Enseñanza Secundaria Obligatoria, etapa que se ha revelado como uno de los mayores fracasos de las últimas reformas legales. En su lugar ha de establecerse un Bachillerato de 4 años de duración -dividido a su vez en dos ciclos de dos años: uno obligatorio y otro post-obligatorio- que recupere el valor del mérito académico acabando con la promoción automática, y restablezca la especificidad que le da sentido y que lo define como la etapa preparatoria para los estudios superiores; y una Formación Profesional -también de 4 años y dividida, igualmente, en dos ciclos de dos años: obligatorio el primero, y post-obligatorio el segundo- que se convierta por primera vez en la historia de este país en el motor más importante para transformar su modelo productivo, y que deje de ser una simple alternativa para aquellos que no pueden acceder al Bachillerato.

d) Un tercer itinerario de Iniciación Profesional, a los 14 años –de 2 años de duración-, que han de cursar obligatoriamente todos aquellos alumnos que fracasen en la Primaria y que sirva para evitar condenarlos a la precariedad laboral. Esta etapa debe armonizar la presencia de las asignaturas instrumentales con una atención especial a materias exclusivamente prácticas, procurando así una cualificación profesional temprana y una salida laboral digna y suficiente como para no impedir la promoción social a la que todo ciudadano tiene derecho.

e) Un sistema de conexión de los diferentes itinerarios salidos de la Enseñanza Primaria que, concebido con racionalidad y sentido común, introduzca cursos puente o exámenes de ingreso que huyan de la excesiva condescendencia que existe hoy día.

f) Acabar de una vez por todas con la impostura de los actuales procedimientos de evaluación del sistema de enseñanza e instaurar un sistema de reválidas estatales y vinculantes al final de cada etapa, que hagan de los resultados el único y principal indicador fiable de la realidad de alumnado y profesorado.

Como ven, el parecido en lo esencial es extraordinario. Planteamientos semejantes se pueden encontrar en los postulados de asociaciones como [PIENSA], en Andalucía, en los libros de francotiradores como Javier Orrico y Ricardo Moreno Castillo o en un buen número de bitácoras que, como esta, claman por un cambio en el sistema educativo español. Delors también comparte con estos críticos su rechazo del radicalismo teórico, su aprecio por los aspectos positivos de la tradición y el valor de la experiencia:

Además, como demuestran los fracasos anteriores, muchos reformadores adoptan un enfoque demasiado radical o excesivamente teórico y no capitalizan las útiles enseñanzas que deja la experiencia o rechazan el acervo positivo heredado del pasado. Ello perturba a los docentes, los padres y los alumnos y, por consiguiente, condiciona su disposición a aceptar y, ulteriormente, llevar a la práctica la reforma.

El 18 de Diciembre de 2006, el Parlamento Europeo publica unas Recomendaciones elaboradas a partir del Informe Delors. Al incluirse el dictamen del Comité Económico, el tono es necesariamente más utilitarista y condicionado por la mejora de la competitividad empresarial europea, que precisa de una mayor cualificación de sus trabajadores. En este documento es en donde se explicitan las, así llamadas, Competencias Clave:

1. comunicación en la lengua materna;

2. comunicación en lenguas extranjeras;

3. competencia matemática y competencias básicas en ciencia y tecnología;

4. competencia digital;

5. aprender a aprender;

6. competencias sociales y cívicas;

7. sentido de la iniciativa y espíritu de empresa;

8. conciencia y expresión culturales.

La glosa de muchas de ellas constituye un mero recordatorio de obviedades, como decir que la competencia lingüística es

la habilidad para expresar e interpretar conceptos, pensamientos, sentimientos, hechos y opiniones de forma oral y escrita (escuchar, hablar, leer y escribir), y para interactuar lingüísticamente de una manera adecuada y creativa en todos los posibles contextos sociales y culturales, como la educación y la formación, la vida privada y profesional, y el ocio.

 

Se insta a que estas competencias sean patrimonio de todos los jóvenes al finalizar el proceso educativo, aunque no se especifica cómo. Suponemos que, al tomar como referente el Informe Delors, la todavía vaga propuesta de itinerarios diferentes es una de las que se podrían contemplar como posibles. Bien mirado, estas directrices europeas podrían haber sido interpretadas como una oportunidad para la regeneración del sistema comprensivo, que, al menos en España, ha demostrado su absoluta ineficacia.

Sin embargo, España es diferente. El documento del MEC citado más arriba señala que las competencias clave – ahora, básicas – deben “orientar los aprendizajes y las enseñanzas”. Claro está, sin modificar una coma el sistema educativo en vigor. En lugar de atender a la diversidad de intereses, las CCBB se incorporan al currículo para convivir con las asignaturas tradicionales. Se sientan las bases para que, en un futuro, dichas competencias desplacen a los saberes especializados característicos de la enseñanza media:

La principal contribución de las competencias básicas consiste en orientar la enseñanza, al permitir identificar los contenidos y los criterios de evaluación que tienen carácter imprescindible.

 

Según esto, habrá que efectuar una poda en unos programas que la misma ineficiencia institucional se ha ocupado de sobrecargar de forma compulsiva. Las CCBB actuarán como un cedazo a través del cual sólo podrá colarse lo imprescindible. Y recordemos que esto se reducía a “lo que todos pueden hacer”. Dada la tradicional apuesta por el igualitarismo a la baja de la LOGSE/LOE no es de extrañar que este simple desideratum europeo haya servido de coartada a nuestros legisladores para promover una nivelación aún más irrisoria con la que paliar las catastróficas estadísticas de promoción y titulación. De ahí que se infiltren en los criterios de evaluación, hoy con carácter complementario, pero quién sabe si mañana con absoluta preponderancia sobre los contenidos que se pretenden depurar. Sólo quedaría a salvo un cortísimo Bachillerato de dos años en el que de veras prepararse para la “abstracción y conceptualización” de los estudios superiores.

 El cóctel es desalentador: comprensividad + mecanismos de promoción automática + competencias básicas. Toda una garantía de que las enseñanzas medias permanecerán reducidas a centros de alfabetización, mientras la enseñanza primaria parece quedar libre de toda responsabilidad a este respecto. Según el MEC:

Estas son las razones que han llevado en la Ley Orgánica de Educación a incluir las competencias básicas en el currículo y a considerarlas como referentes para la evaluación. La LOE las establece como referencia para la promoción de ciclo en la educación primaria y para la titulación al final de la educación secundaria obligatoria, así como para las evaluaciones de diagnóstico previstas en el cuarto curso de la educación primaria y en el segundo de la educación secundaria obligatoria.

 

Nuestras competencias autóctonas quedan así redactadas:

 -Competencia en comunicación lingüística

– Competencia matemática

– Competencia en el conocimiento y la interacción con el mundo físico

– Tratamiento de la información y competencia digital

– Competencia social y ciudadana

– Competencia cultural y artística

– Competencia para aprender a aprender

– Autonomía e iniciativa personal

 

Llama la atención que haya desaparecido cualquier alusión a la iniciativa empresarial, síntoma de que no se trata tanto de formar a futuros emprendedores como de amasar un contingente humano con el utillaje mínimo que les permita convertirse en mano de obra barata. Las aspiraciones del Informe Delors quedan reducidas aquí a un forraje igualitarista que no sabe de trayectorias, deseos y voluntades. Una misma papilla para todos, desprovista de cuanto pueda significar un grado de selección o un cierto nivel de excelencia.

La misma sustitución del término competencias clave por el de competencias básicas es harto reveladora, pues este adjetivo se mueve en el mismo campo semántico que la palabra “mínimo”. El problema es que, hasta hoy, los institutos estaban organizados en asignaturas, cada una con sus contenidos y objetivos propios. La yuxtaposición de otro elemento curricular como son las CCBB sólo puede concluir en la aniquilación de uno u otro. Y no es inverosímil la hipótesis de que, ante tal coyuntura, lo que acabe primando sea esta política de mínimos por encima de la especialización asociada a los institutos de enseñanza media.

 

De las Competencias Básicas

 

Entre tener problemas con la Ley y la honestidad intelectual, he preferido lo segundo. Esto es lo que figurará en mi programación en el apartado de «Competencias Básicas»:

DE LAS COMPETENCIAS BÁSICAS

El Departamento de Música no programa por Competencias Básicas, por una sencilla razón: no sabe ni quiere hacerlo. Nuestra idea de la enseñanza no contempla teoría y praxis como dos compartimentos estancos, sino como el haz y el envés de un mismo proceso. De tal modo que el alumno que sabe es competente, y el competente lo es porque sabe. En caso contrario, estaríamos ante un prodigio de fe o una manifestación contemporánea de la, así llamada, ciencia infusa.

Ítem más: quienes son supuestamente expertos en esta nueva doctrina pedagógica, tampoco saben explicarlo:

Dice Don José Moya que “una persona, no por saber más es más competente”. Yo añado que este presunto axioma es falaz. Saber más siempre procurará más competencia que saber menos. A no ser que el cuerpo de conocimientos adquirido por el alumno sea completamente inútil, lo cual sería el resultado de una docencia indocta. Como “maestro ignorante” es una contradicción en términos, me permitirán que, amparado en mi libertad de cátedra, defienda mi postura anticompetencial con las palabras de un auténtico maestro:

“Y, por fin, ¿qué es el conocimiento?: conjuntos de capacidades muy diversas, en cada una de las cuales se da una mezcla de “información” y “discernimiento”. Estos dos componentes no se pueden dar por separado: el” saber cómo” y el “saber qué” constituyen las dos caras de una misma moneda llamada “conocimiento genuino”. Tan infructuoso es hacer algo con ignorancia de las reglas, como pensar que las reglas por sí solas nos invisten de la capacidad para hacer o explicar algo. Además de la información, necesitamos la comprensión que nos permita interpretarla.” (De “La voz del aprendizaje liberal”, Michael Oakeshott).

Si el qué y el cómo son inseparables en el proceso de aprendizaje, no veo la manera de que puedan escindirse a la hora de considerar la evolución académica de un alumno. Para mí es, sencillamente, tan improbable como hallar la cuadratura del círculo.

Esto no obsta para recordar que mis alumnos leerán y escribirán, se socializarán, tendrán que aplicar rudimentos de Aritmética, necesitarán echar mano de conocimientos históricos, cronológicos y geográficos, oirán hablar de la Física del sonido, asociarán elementos pictóricos con obras musicales, tendrán contacto con las nuevas tecnologías y todo lo que ustedes quieran. El conocimiento interdisciplinar va de suyo, puesto que ninguna producción humana es completamente ajena al resto de producciones ni se solidifica en el matraz de un laboratorio. Pero, por su progresiva complejidad, cada uno de estos ámbitos de conocimiento que son las asignaturas tiene su propio código, cuya comprensión requiere de profesionales específicamente cualificados para su adecuada transmisión.

Para cerrar este enojoso apartado, me gustaría hacerles ver lo incongruente de considerar como “Competencia Básica Cultural y Artística”:

“…conocer, comprender, apreciar y valorar críticamente las manifestaciones culturales. Emplear recursos propios de la expresión artística y manifestar interés por la participación en la vida cultural, el desarrollo de la propia capacidad estética y creadora y contribuir en la conservación del patrimonio cultural y artístico de la propia comunidad y de otras comunidades.”

Esto no es básico, sino el último estadio al que puede llegar una persona instruida en los misterios de cualquier ciencia. Ya me gustaría a mí ser capaz de “valorar críticamente” los cuartetos de cuerda de Morton Feldman o la tetralogía wagneriana. Si se aspira a ejercer la crítica es necesario un poderoso arsenal de conocimientos, que es lo que voy a intentar transmitir a mis alumnos. Para que, si quieren, algún día sean capaces de discernir entre Bustamante y una sinfonía de Brahms.

Vale.

 

La vida está en otra parte

La biblografía «pisana» no deja de aumentar. En periódicos de papel o en plataformas digitales, el dichoso Informe es analizado, deconstruido, liofilizado y hasta disecado desde perspectivas que, en ocasiones, resultan antagónicas. Según qué se lea, PISA es una fiabilísima herramienta de evaluación o un instrumento de control político. Un estudio minucioso o un chapucero examen bajo el que se esconden los intereses crematísticos de los malvados neoliberales.

En la página de Joachim Wuttke se reúne toda una biblioteca crítica cuyas conclusiones generales apuntan a esta hipotética pulsión economicista. Aún más sorprendente es este enlace  en el que más de doscientos profesores universitarios finlandeses manifiestan su preocupación por el escaso conocimiento matemático de los alumnos que ingresan en la institución. Finlandeses, sí. Y muy elocuentes:

However, mathematics teachers in universities and polytechnics are worried, as in fact the mathematical knowledge of new students has declined dramatically. As an example of this one could take the extensive TIMSS 1999 survey, in which Finnish students were below the average in geometry and algebra. As another example, in order not to fail an unreasonably large amount of students in the matriculation exams, recently the board has been forced to lower the cut-off point alarmingly. Some years, 6 points out of 60 have been enough for passing.

«Dramatically», dicen. Pocas bromas.

Así que en el paraíso pedagógico finés, el mismo con el que se le llena la dialogante boca a nuestro inane Ministril, se baja la nota de corte para evitar un suspenso masivo. Qué interesante.

Sin embargo, quien lea hoy el Diario de Sevilla  se encontrará con directores y maestras que afirman cosas como la que sigue:

«Ha habido cierta mejoría, pero todavía es insuficiente», destaca Rafael Ibáñez. Este director opina que el problema está en el elevado índice de fracaso escolar (un 37%) registrado en la enseñanza obligatoria andaluza, que «es lo que realmente hace bajar nuestra posición respecto a España y la OCDE». Y añade: «no se puede obligar a los alumnos a estar hasta los 16 años en un centro para que luego encima fracasen».

Para Ibáñez, la enseñanza en esta región «se ha regulado siempre a base de objetivos, sólo en los últimos años nos hemos incorporado al análisis por competencias», así que los resultados de PISA los justifica por el retraso histórico que tiene la comunidad.

Es decir, todo lo contrario de lo que demandan los profesores fineses, quienes denuncian la inconsistencia de una preparación matemática anclada en la fruslería de lo competencial. Observen cómo el Dios PISA instala en las mentes profesorales sutiles mecanismos de lógica perversa: nuestro elevado índice de fracaso escolar desluce la participación de España en el sagrado examen. En lugar de: el sagrado examen refleja nuestro elevado índice de fracaso escolar. Quizá nos gustaría hacer lo que presumiblemente ha hecho el gobierno chino: convocar a nuestros mejores alumnos y conceder un día libre a esa enorme masa de repetidores que, con su fastidiosa torpeza, estropea los resultados.

La profesora de Lengua y Literatura Mercedes Laguna, referente nacional en calidad educativa, opina que los alumnos andaluces tienen muchas habilidades, «el problema es que no se concentran en clase». Esta pedagoga dice que «los jóvenes no entienden muchos conceptos porque su interés está en otro sitio». Los docentes tienen que hacer hincapié en el aprendizaje, en crear conexiones con la realidad del alumnado.

Este «referente educativo» sugiere que los alumnos de hoy son distintos a los alumnos de cualquier otra época, quienes, como es sabido, no veían la hora de empezar las clases y sumirse en el paciente estudio de la Revolución Francesa o los Principios de Newton. Los alumnos del pasado – ése que hay que borrar a toda prisa de la memoria histérica – no tenían, pues, intereses ajenos al nirvana escolar. Carecían de idolatrías juveniles, tales como cantantes de moda, estrellas del cine o deportistas eximios. Tampoco les gustaba un partido de fútbol entre colegas más que la resolución de integrales. Los profesores estaban en la gloria, pues no necesitaban «crear conexiones» entre Garcilaso, el ídolo de las quinceañeras, y Radio Futura, grupo que todos los adolescentes denostábamos por no usar el atonalismo y la dinámica de timbres en ninguna de sus pueriles composiciones.

Laguna sigue con sus afirmaciones lacustres:

«Es imposible que el alumno atienda en una clase con 30 compañeros», advierte Laguna.

Pues yo fui testigo de un imposible, ya que en mi época de alumno éramos más de 30 en clase y no teníamos problema alguno para «atender» si ése era nuestro deseo. Ahora ya sé que puedo dar testimonio de un milagro.

Un director de IES, Julio Prados, apuesta por la «autonomía»:

Además, «los centros deben gozar de una mayor autonomía», demanda Prados, quien opina que los nuevos reglamentos de centros ayudarán en este sentido. La independencia de la gestión de los institutos es una de las grandes bazas de Cataluña, que lidera el ranking nacional. Uno de los ítems analizados en el informe PISA 2009 es el porcentaje de «directores con responsabilidad de organización»: mientras que el promedio en la OCDE es del 74% para normas de disciplina, en España es del 53%; para normas de evaluación es del 62% en la OCDE, el 42% en España; y lo que es más significativo, la potestad sobre la admisión de alumnos, en la OCDE es del 79% y sólo del 31% en los directores españoles.

El problema, señor Prados, es que la autonomía del nuevo ROC extiende las responsabilidades directivas a unos predios que van más allá de los ítems analizados en PISA, pudiendo eliminar y crear departamentos didácticos, estipular requisitos de contratación totalmente arbitrarios y combinar sus atribuciones de gestor con la pura y dura intromisión pedagógica. Sin duda, usted estará encantado.

Más divertido es el análisis que hace Arcadi Espada de las «destrezas» lingüísticas que desarrolla el redactor español del Informe PISA. No hemos podido sustraernos a la tentación de intentar un análisis semejante. Para ello, hemos escogido un párrafo al azar, en el que el escribiente trata de exponer la justificación científica de la pregunta, relativa a un aviso sobre la donación de sangre:

En un nivel ligeramente más difícil, alrededor de la mitad del nivel 2, esta tarea pide al lector que aplique la información del texto a un caso práctico. Éste es el tipo de actividad que se suele asociar a un texto de este tipo en la vida cotidiana y que se encuentra con uno de los objetivos de PISA consistente en responder preguntas sobre cómo los jóvenes, que cursan el final de la educación obligatoria, pueden hacer frente a futuros retos.
El lector debe enlazar el caso que se describe en el enunciado de la pregunta con cuatro fragmentos de información que aparecen en la segunda mitad del texto: la edad y el sexo de los posibles donantes, el número de veces que se permite a una persona donar sangre y el intervalo entre donaciones. La referencia a este último trozo de información es necesaria para ver lo que requiere esta tarea y para estipular la “condición” bajo la cual las mujeres jóvenes pueden ser donantes. Como se evidencia en los dos ejemplos a los que se da el crédito completo, los alumnos lo recibieron bien por una respuesta específica que incluía una referencia a un intervalo de 8 semanas entre donaciones, o una respuestas más generalizada como “puede si ha pasado el tiempo suficiente, en caso contrario, no”.

1. La riqueza léxica del redactor suele incurrir en este «tipo» de repeticiones, que, además de afear el estilo, contribuyen a oscurecer el significado de las frases. No queda claro si es costumbre en la «vida cotidiana» asociar cualquier actividad a un texto. Es decir, si el común, cuando dona sangre, trata de imaginar cómo será el lenguaje característico con que se promueve acto tan noble. Por otra parte, «este tipo de actividad… se encuentra con uno de los objetivos de PISA», lo que sin duda confirma el hecho de que la vida imita a PISA, y no a la inversa. La vida es un texto, en la mejor tradición estructuralista. El objetivo es averiguar cómo «los jóvenes, que cursan el final de la educación obligatoria, pueden hacer frente a futuros retos.» Las comas explicitan que todos los jóvenes, sin excepción, cursan el final de la educación obligatoria, lo cual es una condena al lado de la cual palidecen las tribulaciones de todo un Sísifo.

2. «La referencia…. tarea»: Más bien sería al revés. «Ver» lo que requiere esta tarea supondrá la inclusión de dicha referencia. No es posible, más allá de un feliz accidente, dar una respuesta antes de conocer qué es exactamente lo que se está preguntando.

3. «Los alumnos lo recibieron… más generalizadas»: Es extraño que los alumnos «reciban» cuando su tarea es interpretar, a menos que una cierta lasitud de espíritu sea requisito necesario para el aprendizaje. «Lo recibieron bien por…», animal de extraña morfología que nos deja confusos. ¿Quiere decirse que se tomaron con agrado la pregunta? Eso debe de ser, puesto que la gemela conjunción distributiva está ausente de este «campo de batalla» sintáctico. Más sencillo hubiera sido: «Los alumnos lo interpretaron bien como una respuesta específica, bien como una respuesta generalizada.»

De tal modo que la glosa es más larga que el texto comentado. No extraña, así, que PISA tenga tantos y tan ilustres exégetas.

Concluyendo: buceen en esta prolija bibliografía, si no tienen nada mejor que hacer. Pero si lo que desean es saber qué pasa en los institutos, hágannos una visita, entren en las clases y dense una vuelta por la sala de profesores.

La vida, por desgracia para los burócratas, es algo más que un triste informe escrito con las pezuñas.

Leído en PISA

PISA evalúa competencias básicas de acuerdo con la “definición y selección de competencias clave” adoptada por OCDE (Rychen & Salganik, 2003). Es decir, PISA trata de valorar hasta qué punto los alumnos son capaces de usar los conocimientos y destrezas que han aprendido y practicado en la escuela cuando se ven ante situaciones en los que esos conocimientos pueden resultar relevantes.

(Informe PISA 2009. Página 17)

Además, se ha garantizado la adecuación de los materiales a las diversas culturas representadas por los países participantes y a los intereses de los jóvenes de 15 años.

(IP 2009. Página 19)

Según la Unión Europea, la comprensión y expresión oral y escrita, tanto en la lengua materna como en las segundas lenguas, es la primera de ocho competencias clave “que todos los individuos necesitan para el desarrollo y la realización personal, la ciudadanía activa, la inclusión social y el empleo” (Education Council, 2006).

La competencia lectora se define en el Marco de Lectura de PISA 2009 como:

Competencia lectora es comprender, utilizar, reflexionar e interesarse por los textos escritos para alcanzar los propios objetivos, desarrollar el conocimiento y potencial personales, y participar en la sociedad (OECD, 2009b).

(IP 2009. Página 21)

 

En los próximos días, se hablará mucho de PISA. Nos lamentaremos, una vez más, del mediocre resultado de nuestros escolares; detectaremos síntomas y prescribiremos recetas.

Pero, excluyendo a profesionales de la enseñanza (y quizá no a todos), ¿saben los ciudadanos qué evalúa PISA? Sospecho que no, y que no se divulga lo suficiente el nivel real de estas pruebas. Los extractos supra nos dan una idea bastante aproximada: PISA mide el grado de alfabetización de nuestros alumnos. Así como suena. Competencias básicas, situaciones relevantes de «la vida real», materiales adecuados a los «intereses» de los jóvenes. Todo deliciosamente soft, como corresponde a unos tiempos de urgencia (y, ahora, también, de emergencia). Pragmático, computable. Surf.

Los examinandos de PISA son alumnos entre los 15 y 16 años: para los que seguimos el plan de estudios antiguo, el equivalente de un 2º de BUP. Ustedes juzgarán si el grado de dificultad de las preguntas que van a leer se corresponde con estas edades. Por lo pronto, he aquí una tabla con los distintos niveles de complejidad en el apartado de «lectura»:

Y aquí, algunas de las preguntas:

Bien. Ésta ha sido fácil. Afrontemos nuevos retos…

Fíjense en que una pregunta como ésta (con «multiple choice» y todo…) se corresponde con un nivel ¡medio! de dificultad. Seguimos:

Es preciso señalar que este último ejercicio es de los más complicados, según el propio redactor del Informe. Un auténtico tour de force.
Esto es PISA, al menos en lo que respecta a «Comprensión Lectora». Un ejercicio de Primaria con algún repunte sofisticado. Les recuerdo que España ostenta uno de los niveles más bajos de la OCDE, y que la distancia que nos separa de Shanghai es de más de 100 puntos.

Espero, ansioso, sus comentarios.

Malas semillas

 

Paloma Díaz Sotero escribe hoy un artículo en El Mundo, titulado «Sembrar el interés por el estudio». Pretende ser un análisis del «problema educativo», pero se queda en eco fidelísimo de las consignas oficiales.

Con la excusa de un misterioso «congreso» vallisoletano al que acudieron trescientos profesores y orientadores, la redactora diagnostica las dolencias y prescribe los remedios. Doña Paloma nos participa, «por su brillantez», las «recetas» de la profesora Consuelo Vélaz de Medrano (de la Facultad de Educación de la UNED).

[…] que la organización curricular introduzca más práctica en detrimento de la teoría..

La venerable y falsa dicotomía entre el qué y el cómo, entre los contenidos y los procedimientos. En toda enseñanza hay una parte de  «instrucción», de transmisión de datos e informaciones que debemos conocer antes de emprender una determinada tarea intelectual. Estos datos permanecen inertes hasta que se organizan de tal modo que procuren el «discernimiento». Por el contrario, una praxis que ignora ciertas informaciones esenciales está condenada a la esterilidad o a la irrelevancia. Un buen ejemplo es la práctica musical: al alumno se le proporciona una serie de datos (altura de las notas, valor de las figuras, indicadores de compás, etc.) que, una vez conocidos, deben poder «discernirse» al leer una partitura. La teoría y la praxis no son aspectos distintos de un mismo problema, sino elementos complementarios. Prescindir del código no imposibilita la ejecución de piezas musicales, pero, ciertamente, reduce las posibilidades interpretativas. Que yo pueda tocar de oído un Preludio de Chopin no obsta para que dicha obra haya sido construida a partir de, y sobrepasando, un conjunto de reglas tonales y rítmicas.

Obsérvese, por lo demás, ese «en detrimento de…», que relega los conceptos y las informaciones a un plano subsidiario de la praxis, cuando, ya lo hemos dicho, tal subordinación es un absurdo.

que los docentes conozcan bien las leyes para sacarles todo el partido, y que conozcan bien a sus alumnos y les den su afecto

Veamos. Conocer las leyes no garantiza un mejor magisterio, sino, simplemente, un desempeño profesional acorde con la normativa vigente. A una ley no procede «sacarle partido», sino acatarla y cumplirla. Asombra esta moderna fe en el poder taumatúrgico de las palabras, como si la sola enunciación de un problema resolviese por sí misma el problema en cuestión.

En cuanto a «conocer» a los alumnos, los conocemos del único modo en que nos es posible: en el aula. Si «conocer» implica investigar sus tribulaciones, no parece fácil para un profesor como el que esto escribe llevar un seguimiento exhaustivo de más de 200 alumnos. Por su conducta, por su mayor o menor disposición al estudio, por su evolución académica, el profesor «conoce» bastantes más cosas que los psicólogos desde sus despachos y los políticos tras sus legajos paralegislantes.

que el centro adquiera «dignidad moral»

Y esto, ¿exactamente qué significa? La «dignidad moral» la adquieren, si acaso, los individuos, no las instituciones. ¿Qué es para Doña Consuelo la «dignidad moral» y cómo se alcanza? De verdad que me intriga.

que se vuelquen en formar ciudadanos cosmopolitas más allá de nacionalismos, porque «eso es ser competente en el siglo XXI»

Mire, por ahí no paso, y estoy empezando a cabrearme. Ya que hablaba de «dignidad moral», la adquisición de ésta debería empezar por los políticos (en carne mortal) que, en nuestras muy nacionalistas taifas, consienten la discriminación lingüística , la manipulación ideológica y la tergiversación provinciana de la Historia. Yo, si ustedes quieren, me vuelco, Doña Consuelo, Doña Paloma. Pero antes exijan de sus gobernantes la misma vocación cosmopolita.

que trabaje por competencias más que por asignaturas

Esto es, hablando en plata, un fraude y una milonga porteña. Para ser competente en algo hay que conocer y comprender ese «algo». La competencia y la asignatura no son dos opciones, a elegir la que más convenga. Muy al contrario, las asignaturas son necesarias para adquirir competencia en algún campo. Esto es tan obvio que produce sonrojo repetirlo. Les pongo otro ejemplo musical: la competencia básica que se corresponde con mi asignatura establece como objetivo desarrollar «el espíritu crítico» en materia artística. Pues bien: eso NO es una competencia básica, señoras. Eso es el último estadio al que llega quien tiene un dominio de su disciplina tan grande como para evaluar de tal forma una determinada manifestación artística. Para ser crítico hay que haberse empapado de muchos libros, de muchas audiciones, de mucha TEORÍA, de mucha praxis. Las «competencias» no son más que una nueva bajada de niveles, pensada para crear una ingente masa de titulados que justifique el ruinoso mausoleo de la enseñanza pública.

 

En definitiva, las «recetas» de Doña Consuelo son las del sistema: una terca obstinación en la comprensividad, la depauperación del conocimiento y los peores dogmas de la corrección política.

Doña Paloma: no pique usted también.

El gran timo de las Competencias Básicas

 

Miércoles, 4 de Noviembre. El Correo de Andalucía. Página 22.

Dice el titular: «Los institutos perderán papeleo para organizar mejor las clases». Y yo que me alegro. Lo que no asumo es la aparente relación de causa y efecto que se deja caer entre una cosa y otra. O sea: las clases impartidas no eran todo lo buenas por el tiempo consagrado a satisfacer las necesidades del Leviatán burocrático.

Pues sí, pero no sólo.

En primer lugar, tengo mis dudas de que convertir planes de centro y programaciones didácticas en plurianuales vaya a significar el fin del «papeleo». «Vendrán más normativas y nos harán más ciegos», parafraseando a Ferlosio. Empezando por esa anunciada ampliación de la enseñanza obligatoria hasta los 18 años, que obligará a ejercicios de funambulismo oficialista para justificar la presencia en las aulas de un buen número de alumnos. En realidad, todos sabemos que las famosas programaciones son pasto frecuente del copy & paste, documentos ahítos de propósitos imposibles a los que basta modificar el año en curso para certificar su validez oficial y su invalidez académica. Cuando, desde Primaria, el nivel es tan escandalosamente bajo, estos planes se acercan más a la Utopía de Tomás Moro que a la estridente realidad del día a día.

Miren, señores del Correo: si las clases no están mejor «organizadas» es por cosas como las que ustedes, en la misma noticia, anuncian en un conveniente segundo plano. Por ejemplo:

«Los 15 departamentos temáticos con los que constaban (sic) los institutos se funden en 6: Lingüístico, Lengua Extranjera, Matemáticas, Ciencia-Tecnología, Cultura, Arte y Deporte, Social y Ciudadanía. Además de los seis departamentos temáticos y los de Orientación y Extraescolares, se crean dos totalmente nuevos: uno de formación del profesorado y otro de evaluación y calidad».

Esta es la verdadera noticia. El golpe de gracia a la Enseñanza española, reflejado en esta implosiva contracción del conocimiento. Sólo quedan las Matemáticas como heroico superviviente de un modelo en el que se consideraba a los profesores especialistas en una materia determinada, y no simples croupiers del Trivial Pursuit. El agujero negro de esta inmediata reforma engulle disciplinas tradicionales como el Latín, la Filosofía, la Historia, la Literatura, la Física, la Química o la Música. Las homogeiniza en lo que se dan en llamar «Áreas del Conocimiento», y es de esperar que las regurgite convertidas en un gazpacho incomestible. Como profesor de Música, ganas tengo de ver ese pedazo de departamento con membrete ministerial que habrá de tocarme en suerte: Cultura, Arte y Deporte. Ahí es ná. ¿Tendré que adentrar a los muchachos en los misterios del fondismo o el salto de altura? Espero que, si llega el caso, no equivoque los tempi, no vaya a ser que los reviente con la exigencia de unas marcas que mi ignorancia no sabe imposibles. (Sobre lo que sea Cultura en este engendro multidisciplinar, no me atrevo a dar un pronóstico. Sobre todo porque, hasta hoy, pensaba que las Lenguas, la Ciencia y las Matemáticas también formaban parte de ella).

¿Por qué se hace esto? Porque la cosa está «mu mala», y hay que conseguir como sea que las hornadas de jovenzanos que se cuecen a fuego lento en esta institución sonrojante aprueben como sea y lo que sea. Las «Áreas de Conocimiento» no tienen sentido sin su herramienta de muerte y destrucción, vulgo «Competencias Básicas». Reparen en lo que dice Daniel Cela, redactor del artículo:

«Ni la OCDE, ni el Gobierno Español ni el andaluz evalúan a sus alumnos por los contenidos que han ido acumulando en su aprendizaje, sino por lo que saben hacer con esos contenidos. La aplicación prácticas de lo que les han enseñado, lo que los pedagogos llaman «las competencias básicas». Cada uno de esos seis departamentos define una competencia básica».

Voilá. Cada departamento está concebido para promover una competencia. Bá-si-ca. Añado yo que en las normativas también vienen especificadas unas Enseñanzas Mínimas. Conque vamos a dar en lo mínimo de lo básico o lo básico de lo mínimo. No sabemos, al fin, si estamos hablando de Enseñanza o de un aperitivo de Ferrán Adriá. El periodista, al hacerse eco de lo que dicen los pedagogos y no los profesores, vuelve a incurrir en una vieja falacia. Escuchemos a Oakeshott:

«Y, por fin, ¿qué es el conocimiento?: conjuntos de capacidades muy diversas, en cada una de las cuales se da una mezcla de “información” y “discernimiento”. Estos dos componentes no se pueden dar por separado: el” saber cómo” y el “saber qué” constituyen las dos caras de una misma moneda llamada “conocimiento genuino”. Tan infructuoso es hacer algo con ignorancia de las reglas, como pensar que las reglas por sí solas nos invisten de la capacidad para hacer o explicar algo. Además de la información, necesitamos la comprensión que nos permita interpretarla».

Esta concepción del aprendizaje genuino no distingue entre contenidos y procesos, porque unos no pueden darse sin la exacta comprensión de los otros. No hay modo de separar el «saber qué» del «saber cómo», a menos que lo que se pretenda sea repartir un miserable barniz de pseudoconocimiento entre las disciplinas fagocitadas por el Monstruo Comprensivo.

Eso sí: se crean dos nuevos departamentos que solventarán todos los problemas. Formación del Profesorado y Evaluación y Calidad. En otras entradas hablaremos de ellos. Por lo pronto, ya les adelanto en qué consistirá, mayormente, su trabajo: más papeleo.

P.S.: «El gran timo de las Competencias Básicas» es título inspirado en «The Great Rock´n´Roll Swindle», de The Sex Pistols. En su último concierto, John Lydon preguntaba al público si nunca habían tenido la sensación de sentirse estafados. Tan enigmática pregunta pudo interpretarse de dos modos: 1. Que los engañados eran los miembros del grupo (por la industria discográfica) 2. Que ellos mismos constituían el engaño, y que toda su rebeldía punk no había sido más que una pasajera pose.

En cualquier caso, nada de todo esto es divertido.