Con ustedes, veinte minutos de nada, queridos amigos.
Si en Punset, gestor de melancolías, analizábamos distintos comentarios de Don Eduard al respecto de la revolución educativa pendiente,ahora asistimos a su conversación con uno de los gurús de tan anhelado cambio de paradigma.
Admiren la profundidad del diálogo, la sutileza de las argumentaciones, el rigor científico de las propuestas. Para los dubitativos, aquí les dejo un jugoso extracto de la charla, leído el cual es posible que aún alberguen dudas acerca de quién es Alcibíades y quién Sócrates:
Claudio Naranjo: «Una educación emocional, que tendría que ser una educación sin hacerle caso al hecho que la gente llega ya dañada de la escuela, la gente llega gritona o llorona, o rabiosa, o malhumorada, porque es una peste que se transmite a través de las generaciones, va de padres a hijos, es un mal, como una plaga emocional que la educación tendría la posibilidad de detener»
Eduard Punset: «Y, ¿esto lo puede enseñar alguien que también está «dañado»?»
Claudio Naranjo; «No, no. Por eso yo digo que no es cosa de formar formación formadores en la forma habitual, académica, sino que hay que introducir un elemento nuevo que es transformar, en parte es curar, pero también darle una dimensión de experiencia espiritual, aunque eso es una palabra muy polémica, esto, a los educadores, ayudar a la transformación de los educadores para que los educadores puedan contactar con su bienestar, con su…eh, sentir que…, eh…… ¡sentirse menos presa de su ego!».
Un viejo maestro me dijo que en la forma se manifestaba la claridad del fondo. Es decir, que las ideas largamente maduradas en la despensa del cerebro debían poder expresarse de un modo bello y simple.
La educación emocional en los colegios es el futuro, dicen. El sr. Punset hace su papel de vocero de la buena nueva, y, con él, quizá, sus más de ciento veinte mil seguidores en Facebook. «Gestionar las emociones»: he aquí el nuevo mantra que ya se empieza a oír en las escuelas, y del que maravilla el bordón tecnocrático que sostiene la bienintencionada plegaria. Gestionar es el verbo de moda en la actualidad. Pero no a la trágala, no:
El aprendizaje social y emocional no puede darse de forma voluntarista y espontánea, sino que debe aplicarse de forma rigurosa y controlada, de acuerdo a parámetros científicamente controlados.
Es curioso que en lo tocante a los asuntos del cuore, de suyo tan movedizos, se prescriban el rigor y el control que en los asuntos académicos son considerados neolíticas reminiscencias autoritarias. Muy curioso. Como también extraña que, en plena era constructivista, hayamos alcanzado tan «realistas» certezas en un campo sinuoso como es el de las emociones.
Y es que el discurso cala entre muchos maestros y profesores que, como ex-adictos, confiesan a cámara cuán ciegos estaban que no vislumbraron el poder del zen y la empatía teledirigida. Ciencia y misticismo oriental nos llevan de regreso a los instintos, al grito primordial de autoafirmación. Back to basics.
¿Cuál será, pues, a partir de pasado mañana, la misión de los sistemas educativos en el futuro? ¿Formar especialistas? No. La reforma de la enseñanza se propondrá dimensionar ciudadanos en un mundo globalizado. ¿Pertrechar las mentes de sus estudiantes? No. Los esfuerzos venideros en materia educativa apuntarán a reformar los corazones de la infancia y la juventud, olvidados por la obsesión exclusiva en los contenidos académicos.
Esto afirma el sabio Punset, el profeta sentimental. Nada de obsesionarse, colegas: vuestra tarea es arrancar de los discentes una sonrisa. O, en su defecto, «dimensionar ciudadanos en un mundo globalizado»:
Docente: Verá, es que su hijo se ha cagado en mis muertos.
Madre (o, improbablemente, Padre): Ya, ya… Es que no veo yo que me lo dimensione…
Docente (pensamiento no verbalizado): A otra dimensión sí pensé en mandarlo, no crea…
«Escenas Clandestinas de un Centro Emo-Core» (Autor Anónimo)
Comparto con Punset la tesis de que nuestro sistema educativo es un completo desastre. Pero no, como él afirma, por permanecer anclado en la Prehistoria, sino por ensayar revoluciones que nos vendieron sustentadas en bases tan científicas, al menos, como las que él mismo agita ahora sobre nuestras ignaras cabezas. Esto es: LOGSE, LOE y lo que te rondaré morena. Desde entonces, está claro que la obsesión por los contenidos no es el sello distintivo de nuestros institutos: bachillerato mínimo, títulos en almoneda, volatilización de las asignaturas, condena burocrática de la excelencia, competencias básicas, adaptaciones al contexto, diversificaciones curriculares, promociones automáticas… ¿Obsesionados? Descuide, Don Eduard: se han puesto ya los suficientes mimbres como para que resulte imposible enseñar nada.
Eso sí, lo que abunda son materiales como la mochilita de la paz y el kit de salud sexual, las charlas sobre violencia de género y drogodependencias, las excursiones medioambientales y los días D: del Niño, de los Pueblos Oprimidos, de la Pax Romana, de las Tres Culturas, del Maltrato Animal y de las Rabizas y Colipoterras. Nunca hasta hoy se había insistido tanto sobre los valores y el despliegue universal de la bonhomía. Cada día, en un centro cualquiera, se celebra, de un modo u otro, la ingénita inocencia del ser humano. Y todos bailamos, alegres, el Kumbayá mientras recitamos infumables poemas sobre el canto de los grillos. Lo malo es que la legión de adolescentes a los que se bombardea con este altruismo de saldo ignora que son objeto de una gran estafa. Precisamente la que basa su timo en esconder el conocimiento tras el humo lacrimógeno de las emociones.
En cualquier caso, se objetará, habremos conseguido formar mesnadas de jóvenes filantrópicos y solidarios. Bueno, pues qué quieren que les diga: siendo prudentes, acaso en la misma proporción que generaciones pasadas. De hecho, lo que ocurre en el día a día de un aula poco tiene que ver con estas palabras de Mr. Punset:
¿Cuáles son los cuatro deberes que los niños en las escuelas están aprendiendo ya y que, sin embargo, muchos políticos no se paran a imitar?
1. Focalizar la atención es el primero de ellos.
2. El aprendizaje social y emocional –o si se quiere, la gestión de las emociones negativas como el odio ideológico, el desprecio y la falta de empatía– constituye la segunda pauta del nuevo abecedario que se está enseñando ya a los niños, pero que desconocen todavía los dirigentes empresariales y políticos.
3. La resolución de conflictos es la tercera pauta
4. Por último, están disminuyendo los índices de violencia a nivel mundial y aumentando los de compasión y altruismo.
Pero, bueno, sr. Punset, ¿en qué quedamos? ¿Es la educación emocional la revolución pendiente o ya está debidamente implantada y es, así, espejo para políticos y empresarios? Obsérvese que entre una afirmación y otra median poco más de cuatro meses. A lo mejor lo que ha pasado es esto:
Ah, vale, vale… ¿He leído Redes? En ese caso, asunto resuelto, quod erat demonstrandum, ok. Chachi. Menos mal que la filantropía de los profetas garantiza la ausencia de ánimo de lucro.
Tal y como sospechábamos, pues, la revolución ya está aquí. Que exista un Teléfono de atención al docentedebe de ser la consecuencia lógica de tanta inteligencia emocional desparramada por los pasillos colegiales. ¿Eh, Don Eduard?
Y, ustedes, profes, ya saben:
1. El conocimiento no transmite suficientes valores. Lo que se lleva ahora es gestionar la melancolía.
2. Están ustedes en un error si piensan que Shakespeare sabía cosa alguna sobre las emociones humanas. ¿Acaso era neuropsicólogo?
3. Los padres no están como para perder el tiempo educando emocionalmente a sus hijos. Eso es cosa suya, además de vigilar, castigar, mediar, rellenar papeles, hacer de bombero, esquivar bofetadas y ser Foucault.
4. Aquí no hay distingos: si hay que hacer una terapia de grupo y abrirse en canal los chakras, se hace. En Primero de Primaria o el día antes de la Selectividad.
y 5. Sepan que, hasta ahora, ustedes no fueron capaces de mostrar sentimientos humanos. ¡Chssst! ¿Cómo que por qué? ¡Porque ustedes son de la generación que leyó a Shakespeare en lugar de a Daniel Goleman!
No hay que dramatizar ni darse al escándalo santurrón. Lo único que quieren nuestros gobernantes es que los jóvenes exploren su cuerpo, toda vez que la prospección en las mentes de los escolares no está dando los resultados apetecidos. Que la efervescente muchachada «autodescubra su propio placer». Así, es bueno gastarse 14.ooo euros en ilustrar a los chicos acerca de las mejores técnicas masturbatorias. Para ellos: Extrema y Dura. Para ellas: Ancha es Castilla.
Lo primero es lo primero, y si uno no está ducho en los dildos de silicona y los vibradores clitoriales puede decirse que ha salido de la Escuela hecho un pollino; y no un pollastre, como sería menester. Para ello se subcontrata un sex shop del castizo Lavapiés madrileño, que, de paso, oye, se promociona en suelo patrio no ya como una mera tienda de gadgets eróticos, sino como abanderado de la Educación Sexual Progresista. Guay.
¿Qué importa, pues, que los niños no sepan cuál es la capital de Italia, si la única bota chula es la de cuero negro que calza la dominatrix? ¿Qué importa, si la Geografía indispensable empieza en el glande y acaba en el cérvix uterino? En la Escuela del Futuro, la Enseñanza es sustituida por la Educación, aun a pesar de que la tropa oscurantista y beatona ponga el grito en el cielo. Aquí, los únicos gritos merecedores de crédito no son los de quienes denunciamos el absurdo del sistema educativo, sino los que la sabia manipulación exploratoria arranca de un cuerpo vigoroso.
Y si a alguien le parece mal es que es un retrógrado, un reprimido y hasta es posible que un maltratador en ciernes o de facto. Carcundas que no han pegado un buen polvo en su vida y quieren para los demás una ignorancia de idéntica envergadura (con perdón). Pues miren: no. Lo que quiere el Individuo es que dejen ustedes al menos un hueco a la potestad educadora de los padres, que no se empeñen en tutelar hasta nuestros más íntimos espasmos de gozo, que no dilapiden el dinero en iniciativas de este pelaje. Sobre todo, que no me vendan la moto de que este tipo de cosas constituyen un síntoma de la excelencia y el buen hacer de nuestras administraciones educativas.
Uno, que es ateo y cristiano sin temer a la contradicción, sospecha que la moral laica ha venido a reemplazar a la religiosa pertrechada de su misma preceptiva dogmática. Y no puede evitar el repelús al pensar en Consejeros entraditos en años presentando el programa por el que nuestros zagalones se la pelarán más a gusto: el onanismo institucionalizado,con la anuencia de las sonrisas y los sindicatos verticales.
Desde aquí propongo a Jenna Jameson, «Queen of Porn», como Catedrática de Autoconocimiento del Medio Físico y la Tierra Media.
Si antes hablábamos de la autoridad, la dignidad y el mérito como de la Triple Entente que debía prefigurar cualquier escenario académico, ahora vamos a ponernos, por un instante, en la piel del adversario. Porque éste también ostenta, orgulloso, su tríada insigne: Comprensividad, Diversidad y Valores. No es una divisa tan memorable como la proclamada durante la Revolución Francesa, pero me reconocerán que tiene su puntito arcánico.
Estos son los tres ejes que justifican (si es que tiene justificación posible) la existencia de nuestro actual sistema educativo. Cuando el Estado se arroga el derecho de la planificación pedagógica, ya no se limita a garantizar la instrucción de sus ciudadanos, sino que funda modelos de aplicación universal a los que la realidad debe ajustarse. Un mal día, los políticos y sus consejeros áulicos advirtieron que la Escuela era el escenario idóneo en el que proyectar los modelos de sociedad que se habían verificado como irrealizables: aquéllos en los que se prometía un regreso al edén, a una mítica Edad de Oro donde estarían ausentes la responsabilidad, la disciplina y el esfuerzo.
Una sociedad así sería, claro está, una sociedad de iguales, entendida esta igualdad no como un punto de partida jurídico sino como un extraño delirio de isomorfismo mental. Para ello, los próceres de la Triple Alianza sabían que debían combatir a un poderoso enemigo, caracterizado por su talante caprichoso: la naturaleza. Como lo que natura non da, Salamanca non presta, se hacía necesario camuflar las disimilitudes entre los individuos con alguna añagaza racionalista:
1. Comprensividad:
Dícese de la falacia pedagógica que dicta como posible que todos (repito: todos) los seres humanos están igualmente capacitados para conquistar idénticas metas. Puesto que esto es así, es absurdo pensar que haya más de un camino por el que transitar hacia tan plausible fin. Ergo, itinerario único hasta los 16, ¿18? ¿21? años.
Para sostener este eje, se puso mucha fe en las pedagogías de cuño sesentayochista que, en su versión más hardcore, negaban la posibilidad misma del conocimiento. Siendo así, ¿qué problema habría para que los niños aprendieran exactamente nada? En todo caso, como algo hay que hacer entre excursiones y recreos, se inventaron una cosita muy graciosa llamada Competencias Básicas, lo que en lenguaje consuetudinario de la rúa viene a ser «hacer la O con un canuto». Con todo, y como vieran que aún así las diferencias subsistían, fueron a llamar a otro elefante.
2. Diversidad.
Ajá. ¿De modo que los niños son diversos? ¿Conque esas tenemos? Muy bien. No problem. Lo que haremos, dada la poca disposición para el diálogo de la dichosa Genética, es reivindicar esa disparidad como un modo idiosincrático de ser iguales. ¿Me se entiende? Quiero decir que todos son «iguales en la diversidad». ¿Que no está claro? Lo desarrollo: ¿En qué son iguales los alumnos? En que todos son distintos. Y como eso no hay Jesucristo que lo desdiga, esta vez no voy a pediros que impartáis lo mismo para todos. De ahora en adelante, cada uno de ellos tendrá un trato individualizado, acorde a sus necesidades, aptitudes y voliciones. Y si no sabe hacer la O con un canuto no es culpa del crío, sino del maestro que no supo adaptarse curricularmente a la peculiar idiosincrasia del muchacho.
Y 3. Valores.
Dadas estas premisas, ¿qué se podía enseñar sin disminuir la autoestima de los educandos? Pues a ser buenos. Los institutos serían como grandes containers de incontestables valores: algo así como una ONG apasionadamente gubernamental. Los niños aprenderían a ser reciclantes, solidarios, multiculturales, aliancistas, comprometidos, pacifistas y subsidiados. Al profesor sólo le competería la tarea de asentir con una sonrisa al progresivo perfeccionamiento espiritual de sus discípulos. Ni que decir tiene que el objetivo igualitario se habría cumplido con creces. Todos, alumnos y maestros, habrían perdido cualquier atisbo de pensamiento autónomo.
También es posible que este cuento pudiera empezarse por el final, como un gracioso palíndromo que se muerde la cola. Es posible, digo, que la primera idea de nuestros guardianes fuese coartar nuestra libertad, y que para ello urdieran sucesivas estrategias igualitarias disfrazadas de utopía paleomarxista. Quién sabe…
P.S.: ustedes disculparán el tono de chirigota deseperada, pero hay días en que uno debe refugiarse en el humor para contar ciertas cosas. Salve.
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