Diario de Campaña: El Imperio contra [PIENSA]

 

Día 4

Hoy me toca ir solo. O no tanto. R me ha prestado un localizador GPS para no confundirme por esas carreteras que el diablo confunda. La soledad del viaje demanda una voz amiga. Por suerte, descubro que uno de los lazarillos geodésicos es el mismísimo Darth Vader, tras cuya máscara samurai se oculta, ya saben, Constantino Romero. ¡Qué mejor alforja que un Padre Oscuro!

Así que voy a Brenes impulsado por el quebrantado aliento de la Fuerza. Ya no atravieso rotondas, sino satélites. No entro en pueblos, sino que surco galaxias. Consigo una inesperada ración de épica cósmica para mi ordinaria empresa.

El camino a Brenes se retuerce como una lagartija moribunda. Quizá el Padre no ha sabido guiarme como es debido, pese a los 32 satélites en órbita, pese a todo el poder de la Estrella de la Muerte. Oigo su aristocrática respiración de androide por encima de la radio. Finalmente, llego al pueblo cruzando un camino de cabras.

– Tu falta de fe me resulta grotesca – dice Lord Vader.

– Perdone, Padre, pero los bajos del coche sufren. Y aún no he pasado la ITV.

En un instituto de Brenes hay muchas células [p]iensantes que pretenden acabar con el Imperio. Me reciben con alegría cuasi berlanguiana, charlamos, realimentamos el enojo y ponemos salfumán a los sustantivos. El visitador no está solo, pues. Está el profesor de lenguaje vitriólico y foulard trendy, que confiesa admirar nuestro trabajo. Está la profesora que aprovecha su hueco en el horario para llenarlo de confesiones. El visitador escucha, asiente, apostilla, pero no absuelve. Tal vez a causa de una jaqueca embrionaria, me asalta una imagen de Darth Vader con alzacuellos. Que la [PIENSA] te acompañe.

De regreso a casa, hablo con el Tom Tom:

– He visto a mucha gente que quiere acabar con vos, Padre. Gente que está harta del Cortijo.

– Querrás decir del Imperio –

– Sí, Padre.

– Si os unierais a mí dominaríamos la Galaxia, hijo mío.

– Ya, Padre… Pero, ¿sabes lo que pasa? Que tengo una edad, y ya he visto El Retorno del Jedi.

– ¿Y?

– Que, al final, el Imperio pierde.

– Ya, bueno… Esto… Mantente a la izquierda… Segunda salida.

– Sí, Padre.

Diario de campaña: Lebensraum en Carmona.

Día 3

El visitador nunca ha estado en Carmona. Sabe de su Alcázar, de sus palacios y ermitas, pero jamás ha puesto un pie en el escarpado relieve de su casco histórico. El visitador es sensible a la belleza, pero suele declinar las invitaciones al viaje por razones impuramente físicas. Viajar cansa. La inmovilidad es el motor de la fantasía. Y también está De Maistre

Sin embargo, toca moverse, toca mover los afectos de extraños que lo reciben a uno con curiosidad, indiferencia o recelo.

Así que Carmona, al fin.

Ironía trágica, ma non troppo: al visitador se le niega la contemplación de la belleza. E y yo llegamos al pueblo atravesando una niebla de Serie B, tan espesa que apenas alcanzo a identificar los perfiles de la muralla. La niebla es, hoy, la muralla. Está bien que así sea: vinimos a la prédica, y no al goce.

Hoy descubro la importancia del espacio vital. El territorio codiciado es el tablón de noticias sindicales, donde se amontonan carteles y fotocopias que hablan de sexenios, de homologaciones salariales y jubilaciones anticipadas. En época de elecciones, los límites del exiguo corcho no pueden contener la llegada de los bárbaros. Demasiadas tribus para invadir Liechtenstein.

Un profesor de guardia reprocha a E que pretenda colocar nuestro cartel sobre alguna convocatoria vencida, sobre un panfleto horrícromo que publicita promesas muertas.

– Si no te importa, déjalo sobre la mesa.

E, además de experiencia en corchos, tiene tablas. Cuando vamos juntos, él es quien abre un amistoso fuego sobre los concurrentes, anunciando la preciosa mercancía con un timbre de alegre fanfarria. Yo, tras el fragor de metales, hago un reparto exhaustivo de los documentos: marcapáginas, trípticos, pegatinas. Siempre sonriente, con una cortesía centroeuropea. Los dos charlamos con quienes nos preguntan. Un trabajo sencillo. Pero la educada hostilidad de los alcornoques es algo nuevo para mí.

– Pues sí que me importa – dice E, con aplomo – Libertad sindical, ¿sabe?…

Así que el cartel se cuelga en el tablón, desplegando su belleza apaisada en un nuevo y pacífico Lebensraum.

Cuando salimos, la niebla sigue ahí. Esperan otros pueblos, acaso no tan bellos, pero igualmente merecedores de poner nuestra chincheta en Flandes.

Vamos.

 

Diario de campaña: Smoking Room

 

Día 2

No es cierto que el miedo sea libre. El miedo es una constricción de la libertad, una ardentía en el pecho que no deja paso franco a las palabras.

Hoy me acompañó G en mis visitas claustrales. G es directa, concisa, con una rara habilidad para demorar el pestañeo cuando habla. G no tiene miedo. In ictu oculi.

Había una chica. Joven, risueña. ¿La Algaba? ¿Alcalá del Río? Al cabo, los rostros son igual de jóvenes o viejos. Los institutos, varados en la misma, satisfecha circunspección de sus ladrillos. ¿Qué dijo Eliot? Ah sí:

If all time is eternally present

All time is unredeemable.

Pareció reconocer nuestras siglas, nuestra estética de Círculo de Viena. Dijo:

– Ah, me acuerdo: la manifestación de abril contra el ROC.

– ¿Estuviste?

Entonces, un abrupto despertar. La joven profesora escruta a los compañeros que, en la sala de profesores, corrigen  formidables anacolutos con melancolía proustiana.

– Pero…, pero no fui yo sola, ¿eh? – dice, con temor y temblor.

– Claro, claro. Fuimos siete mil. Nos habríamos visto. Tranquila.

 

El miedo vive también en la sucesión de timbres y cancelas: la puerta automática – ese zumbido, como de  moscardón voltaico – es el cancerbero de nuestros académicos infiernos. Las conserjes sonríen, encarceladas en su pecera con braserillo cartesiano:

– La segunda puerta a la derecha.

Encontramos a una amiga: C. Nos presenta a gente.

[PIENSA], ¿eh?… ¡Falta les hace a algunos!

C tiene voz de contralto sin filtro y un cierto parecido con Anne Sexton. Nos conduce a una antigua cocina que unos cuantos profesores han reconvertido en salón de té. El humo de las infusiones no es, por lo demás, el único que flota. He aquí un espacio para el visitador de dedos amarillos.

– Disfrutar de ciertos placeres – dice Anne – depende de los vicios que practique el jefe.

Reímos. Me arde el pecho, pero no es por miedo.

Simplemente, no estoy acostumbrado al Chester.



Diario de campaña: El visitador.

 

Día 1

Soy el visitador. En los próximos quince días me levantaré temprano  y recorreré la provincia de Sevilla en un coche lleno de materiales de campaña. Propaganda.

Atendiendo a la etimología, habré de multiplicarme, diseminarme, difundirme por cuantos institutos pueda. Habré de afirmar el mensaje de un nuevo proyecto, el proyecto [PIENSA], y hacerlo con el afilado estilo de los más artísticos pasquines. Al mismo tiempo, otros visitadores me seguirán los pasos, del mismo modo que yo pisaré las huellas de otros visitadores. Huellas sobre huellas. Palabra sobre palabra.

Como hoy. El plan que me traza E, mi compañero de viaje: San José, La Rinconada, Burguillos, San Jerónimo. Un trago de café negro para empezar el día. Un cigarrillo nietzscheano. Schnell.

Representar a un sindicato, hoy en día, no es fácil. La pompa con que lo reciben a uno tiene más de fúnebre que de jubilosa. Sin duda, la paniaguada verticalidad de los mayoritarios ha contribuido a que el recelo se extienda a quienes, del amo, ni pan ni agua solicitan. Como esa chica, en San José, al ofrecerle un tríptico rigurosamente laico:

– No, no… Yo es que con los sindicatos…

Hay que deshacer el nudo. Luz, más luz.

– En nuestros estatutos se establece que renunciamos a liberados totales y a subvenciones.

Y, en efecto, parece que su rostro se ilumina.

– Ah, bueno… Déjame ver.

 

O ese veterano de La Rinconada, que, como los buenos púgiles, carga el peso en los talones para disparar las sospechas:

– ¿Tenéis algún partido político detrás?

– No. La última vez que me volví no había nadie.

 

Pero también hay quienes te esperan. Se acercan a E y a mí y nos dicen lo que [p]iensan. Se desahogan.

– Necesitamos que esto cambie.

– Yo también estuve en la del 14.

– Aquí tenéis gente que os sigue.

 

Como yo a los otros visitadores. Como los otros visitadores que pegan, somnolientos, sus carteles sobre los míos.