Cartas a una madre sobre la educación de su hijo: «Medios para un fin»

Querida Lourdes:

En la primera carta te hablaba del modelo «comprensivo» de la Enseñanza española, y de las  nefastas consecuencias que resultan de conducir a todos los alumnos por una vía única. Aunque a los políticos se les llena la boca con proclamas de equidad y justicia , la aplicación en nuestro país de dicho modelo  no hace sino aumentar la brecha entre quienes pueden permitirse otro tipo de Escuela y quienes no. Eso quizá te aclare por qué los hijos de muchos de nuestros dirigentes no acuden a centros públicos, sino a concertados y privados que están a salvo de la quema unificadora. Incluso dentro de la enseñanza estatal proliferan castas. Así, hay institutos que siguen preservando ciertos mecanismos meritocráticos ausentes en la mayoría de centros. Por el contrario, otros quedan relegados a la condición de institutos-escoba: son aquéllos que inscriben a los alumnos que nadie quiere. Adivina en qué clase de entornos se ubica cada uno.

Y es que, Lourdes, la comprensividad no es el mayor problema. Aún hay otro peor, como es la «adaptación de la Escuela al entorno». Sí, ya sé cómo suena. Pensarás: ¿cómo y con qué fin se hace cosa semejante? El cómo es sencillo: por lo general, rebajando niveles. El fin es tan inescrutable como los designios divinos. Fíjate lo que decía un «experto» en un conocido periódico nacional:

“La autonomía de los centros educativos es una conditio sine quanon para que la enseñanza se adapte a las situaciones socioculturales donde se encuentran inmersos” (José Gutiérrez Galende, portavoz del Consejo Andaluz de Colegios de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras).

Ya sé. Me dirás que, a simple vista, no encuentras nada extraño en la afirmación del sr. Galende. El principal peligro del discurso pedagógico oficial es que emplea palabras hermosas, y hasta sentencias que suenan incontrovertibles, para enmascarar un mensaje de fondo profundamente reaccionario. De las palabras del portavoz se deduce que la escuela pública renuncia a lo que, en tiempos, fue una de sus grandes divisas: la enseñanza universal. El conocimiento que se transmita a los alumnos estará férreamente determinado por su lugar de residencia, por la cultura predominante en su entorno, por lo que los políticos consideren las señas de identidad de un barrio. Observa que el individuo, una de las conquistas culturales de la modernidad, queda sepultado por el mito de la conciencia colectiva. Tú vives en un área castigada por las drogas, el desempleo, en el que el nivel cultural de los padres es muy bajo. Lo que esperarías de nosotros es que proporcionásemos a tu hijo las armas intelectuales de las que la mayoría aquí carecen. Que le ayudáramos a salir de los estrechos límites de este polígono. Esperarías que la Escuela cumpliera su cometido de «ascensor social». Pues no. Si siguiéramos al dictado las consignas de luminarias como el sr. Galende, tendríamos que hacer exactamente lo contrario. Le daríamos a tu hijo menos que a otros con mejor fortuna, lo que es el colmo del clasismo y la injusticia. En lugar de auparle al saber, rebajaríamos las exigencias hasta donde fuera preciso.

Hace poco, un amigo me relataba una ilustrativa anécdota al respecto: en uno de esos centros de formación donde se nos imparte tan miserable doctrina, un «sabio» le reprochó a mi compañero que insistiera en enseñar a Sócrates cuando «lo que demandaba el entorno» era hablarles a los muchachos de las fiestas del Rocío. Imagínate que todos obráramos así. Llegaría un momento en que las relaciones maestro-discípulo sufrirían un giro copernicano, y los chicos saldrían a la pizarra para instruir a sus ignorantes profesores sobre los ritos ancestrales del terruño.

Comprenderás que un punto de partida así promueve la coexistencia de institutos de primera, segunda y tercera clase, todos ellos financiados con el dinero del contribuyente. Y mientras en una zona de alto nivel sociocultural se aplicará una enseñanza rigurosa, a los jóvenes de las zonas marginales se les someterá a la humillante condena de aprender lo que ya saben.

A eso, en mi pueblo, se le llama estafa.

P.S.: En la próxima carta, trataré de explicarte cuáles creo que son los fines ocultos tras los medios. Salud.

Calle del Circo, 41001 Sevilla, España

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