«Al contrario de lo que suele pregonarse, el esfuerzo para que los chicos lean a Cervantes o a Manolo Longares, aprecien los conciertos de Brahms o celebren la pintura de Manet y Ráfols-Casamada es una marcha atrás, con lo que en lugar de hacerles avanzar los convertirá en retrasados».
Esto escribe Vicente Verdú en un artículo de El País. Parece una frase epatante, pero, en realidad, es un cliché tan viejo como las vanguardias de principios del Siglo XX. Lo que se desliza como un juicio visionario no es sino el repetido mito de la «tabla rasa». El pasado, la tradición, la herencia cultural toda: un pesado lastre.
A eso se refería Marinetti cuando, en 1909, decía que un Ferrari era más bello que la Victoria de Samotracia: lo cual, por cierto, no significaba más que cambiar un icono por otro. El deportivo como metáfora de un progreso imparable. Al igual que Verdú, el italiano estaba convencido de que tal progreso consistía en demoler el mármol de los maestros antiguos. Pero el impulso artístico del ser humano no dejó por ello de investigar más allá de la fascinación por las máquinas veloces.
Cien años después, la historia se repite. Dice Verdú que «la cultura es la cultura de cada época», como si con cada nueva generación la Humanidad se viese obligada a formatear su disco duro. Sostenemos que no existe un modelo cultural absoluto para concederle tal estatus a la Actualidad. Arroja al fuego los viejos libros, rechaza el viejo contrapunto, desecha lo que ya sabemos. Corre.
Tengo mis dudas de que se pueda llegar muy lejos tan ligero de equipaje. Sí, tal vez, si lo que se quiere es emular a un coche de carreras. Pero la vida es un poco más larga que el Circuito de Bahrein, y, para quienes no ejercemos de profetas, mucho más impredecibles sus caminos. Así que tal vez convenga avituallarse antes de tomar la salida.
«¿Pinturas enmarcadas? ¿Sinfonías solemnes? ¿Lecturas parsimoniosas? El tiempo que ahora discurre es incompatible con la majestad, la jerarquía y la lentitud. Es incompatible con la reflexión, la concentración y la linealidad para ser, por el contrario, veloz emocional, complejo e interactivo».
Puro «futurismo». Es de admirar cómo elige Don Vicente las palabras para pintar nuestro legado artístico con los colores más grises. De veras que le dan a uno ganas de bostezar. Suele ocurrir cuando se vocea una premisa totalitaria: se acude a los estereotipos que mejor contribuyan a la vulgarización del adversario. Así, a esa herencia se le llama «el pesado fardo de otros siglos». El presente, en cambio, es un paisaje de fascinante policromía.
Una idea semejante de la cultura no deja de tener su reflejo en lo que, según Verdú, debe ser la educación del Siglo XXI:
«De este modo, cualquier profesor de universidad o de escuela que, impulsado por su entusiasmo, pretenda comunicar el disfrute de esa cosmología chocará con mentalidades extrañas, radicalmente apartadas de ese universo cultural».
Así que no se entusiasmen, profes. Esa cosmología no mola, y ustedes deben entender que sus alumnos rechacen «radicalmente» todo aquello cuanto desconocen. ¿Qué enseñar, pues?
«A la escuela se le escapó de las manos la enseñanza de la fotografía, del cine, de la televisión, de la publicidad o de la música pop por considerarlos fenómenos de baja calidad, totalmente indignos de llamarse cultos».
Falso. Invito a Don Vicente a que eche un vistazo a las programaciones y libros de texto de los últimos años. Por ejemplo, de las asignaturas de Música y Dibujo. Todas esas manifestaciones contemporáneas, y otras como el cómic, se incluyen en el temario con tal celo que apenas dejan espacio a la música, así llamada, «clásica». Hasta puede uno darse de bruces con una foto de los Estopa o de La Oreja de Van Gogh, ídolos fugaces que serán reemplazados en las fotografías por quienes les hayan de suceder en el podio de los Super Ventas. Esto es así porque, a qué dudarlo, los rumberos catalanes son más interactivos, complejos y emocionales que Stravinsky, Mozart, Chet Baker, Stockhausen o la Velvet Underground. La escuela de hoy, teledirigida por los nuevos idiócratas, ya está haciendo exactamente lo que usted demanda.
La música pop, dice. ¿Qué pop, Don Vicente? ¿Cree usted que la inmensa mayoría de alumnos escuchan a grupos como Animal Collective, The Divine Comedy, Sr. Chinarro o John Zorn? No, por cierto. Y le aseguro que iniciarlos en la escucha de tales grupos es una tarea tan difícil como estimular su interés por los madrigales de Monteverdi. Lo que ellos conocen es lo que vomita la Radio Fórmula, que, como usted sabrá por Umberto Eco, suele corresponderse con productos artísticos de ínfima calidad y que, en cualquier caso, son sólo explicables por la tradición anterior. Fíjese como tira del hilo un errado profesor de instituto:
Dice usted:
«Ahora está ocurriendo algo parecido. Las lágrimas derramadas porque los chicos no cojan un libro o no sepan valorar a Gerhard Richter impedirán ver la cultura que bulle en la red y donde, desde el net-art a las nuevas fórmulas narrativas, desde el rap o los grafiti, constituyen un sistema en el que la instrucción y el pensamiento crítico tienen mucho que hacer».
Public Enemy, crucial grupo de rap, citaba como influencias a Ornette Coleman (free jazz) y Miles Davis (cool jazz). Miles Davis tiene como referente a Charlie Parker (Bebop), quien, a su vez, admiraba profundamente a Stravinsky. Y Stravinsky, vanguardista e iconoclasta, pasó también por una etapa neoclásica que era en realidad «neobarroca», por cuanto gustaba de recrear formas musicales tan antiguas como la Passacaglia… Eso tirando de uno solo de los hilos de la madeja. Penélope no es un invento de Google, como Homer no es sólo un simpático gordito que devora rosquillas.
Lo referido a la música es extensible a cualquier arte, pero ya lo sabe usted de sobra. Si suprimimos la reflexión, la jerarquía, la lentitud y cualquier cosa que nuestros adolescentes no consuman a diario, ¿para qué la escuela? Como decía Brodsky, «la cultura es elitista por definición». Y no por razones sociales, sino porque exige los dos requisitos que usted parece negar a nuestros jóvenes: esfuerzo y tiempo. Mucho tiempo.
Si usted dispone de él, reflexione sobre ello.
A todos estos verdús los juzgará la Historia, no me cabe la menor duda.
Los culpables del mayor holocausto intectual conocido.
Y se pondrán medidas para que no vuelva a ocurrir.
Querido Nacho, una vez más demuestras una impecable contención haciendo la autopsia intelectual del tal Verdú, que yo sólo hubiese podido resolver cagándome en sus mulas. No debe darse cuenta este señor de que sus artículos y el espíritu que le anima
están tan ajados como él supone a la cultura de verdad.
Querido Tannhaüser, mucho me temo que el espíritu que le anima es el de convertirse en el perfecto intelectual orgánico (si no lo es ya). Podría entender, aunque no compartir, ese propósito pragmático. Otra posibilidad es que sea él mismo la víctima de la melancolía, y haya decidido sumarse a la barbarie. Una especie de alzheimer cognitivo. Esta opción sólo suscita lástima.
«mentalidades extrañas, radicalmente apartadas de ese universo cultural»
«universo cultural»
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«pensamiento crítico».
«pensamiento»
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Jajaja… Brillante, Leicca! Es el poema por el que mataría Fernández-Mallo! Un haiku!
¡Más madera! ¡Es la guerra!
😉
Buen artículo. Defensa de la postmodernidad a estas alturas. Ya le vale. No merece la pena ni un comentario, se descalifica a sí mismo.
Saludos
Gracias, Juan. Lo que cuenta Verdú ya está escrito en «Los bárbaros», de Alessandro Baricco. Pero éste no hace una defensa abierta de la barbarie, sino que es capaz de matizaciones y de intentar una conciliación entre pasado y presente.
Un saludo.
Que bueno Nacho!
No crees que el problema educativo se puede dividir entre minimos y maximos exigibles…
Entonces… Donde estan los minimos conocimientos que hay que Impartir? Ahi esta el problema ideologico… Si por el PSOE fuera habria una escuela de ingenieros de telecomunicaciones en peñaranda de bracamonte (= democratizacion del saber ridicula)
Porque las elites se auto-educaran como has hecho tu contigo mismo…
Gracias, Toño!
En realidad, el gobierno tiene muy claro que va a apostar por los mínimos. Ahora se llaman competencias básicas. Por supuesto, los máximos quedarán muy lejos de las pretensiones de esta absurda Escuela Pública que ahorita mismo va a acabar de rematar Maese Gabilondo (el Ministro).
Esos, como tú dices, quedan para las elites.
Un abrazo.