Sindicalia (V)

Miércoles, 26 de octubre.

 

Hoy he visitado la zona de Pino Montano: IES Albert Einstein, IES Julio Verne y el mismísimo IES Pino Montano. He ido por mi cuenta, pues Ángel y Begoña habían decidido emplearse a fondo en el vasto territorio de Dos Hermanas.

Hoy era también el día elegido por la maquinaria socialista para repartir propaganda a la puerta de los colegios. Por lo que se ve, el video del niño pera y la mucama proletaria les sabe a poquito, así que han señalado en rojo esta fecha de su calendario preelectoral para apostarse en las vallas y muretes de las escuelas. Me hubiera gustado coincidir con alguno de estos simpáticos nuncios del éxito educativo, pero se ve que sólo les interesan los extremos (del horario escolar). Esto es, la entrada y la salida. Al fin y al cabo, de entrar o salir del poder es de lo que se trata, y para otras finuras y ocurrencias ya estamos los mondos y lirondos ciudadanos.

Me pregunto si se habrán presentado con gabardina desabotonada y gafas negras, o si acaso la impedimenta del exhibicionismo más grosero ha progresado en sintonía con los logros de nuestra Feliz Gobernación. Tiempos nuevos traen nuevas costumbres, y quizá lo que se lleva ahora ya no son los caramelos de fresa y la llamada jadeante detrás de un improvisado parapeto. Ahora es el tiempo del díptico hipócrita y la adulación al votante silvestre. Fuera caretas:

Tan aplastante competencia, lejos de amilanar a este visitador, lo estimula. Sus folletos y adhesivos son más modestos, en número y calidad de imprenta, pero no le cuestan nada al contribuyente y tampoco persiguen la connivencia institucional para pisar moqueta o llevar a sus hijos al Instituto Británico o al Colegio Estudio. Por lo demás, son mucho más divertidos:

 Hablando de mercaderías, lo primero que llama mi atención a la puerta del Albert Einstein son tres pares de botines (zapatillas de deporte, para los de fuera de Andalucía) que cuelgan de los cables del tendido eléctrico, muy cerca del muro que separa el instituto de la calle. Este singular mobiliario urbano suele significar que ese es punto de venta de drogas. Aunque quizá no hay para tanto y sólo sea indicio de que los chicos de la CEJA han estado aquí traficando con su género bobo. De ser así, un tropel de conmilitones habrá llegado descalzo a casa.

La visita es provechosa, porque coincide con un cambio de clase y los compañeros se muestran curiosos con mi particular mercancía. Todos se llevan su pegatina brujeril y una copia del Manifiesto. El tablón sindical está en el pasillo, y compruebo con alborozo que nadie ha hollado aún este paisaje lunar. Así que empapelo el corcho mientras canturreo una antigua canción porteña:

Te adhieres a una causa cada día,

siempre que se presenta la ocasión.

Cómo te he de decir que esto no es vida,

que mi causa está perdida

casi tanto como yo.

De allí me encamino al Julio Verne. Como no acabo de encontrar el edificio, decido preguntar a dos trabajadoras de la limpieza que han hecho una paradita para fumarse un rubio. A medida que me acerco, noto que una de ellas me mira con indisimulado terror. Y el caso es que hoy no me he puesto la camiseta de Napalm Death, sino que visto una chaqueta de pata de gallo y camisa gris. Apurando la última calada, me pregunta:

–          Ay, Dios. ¿No será del Control de Calidad?

Entonces comprendo que lo que la ha asustado ha sido, precisamente, la formalidad de mi indumentaria, tanto como el hecho de acarrear un maletín y una rolliza carpeta. Como se ve, el pánico al papeleo y a la inspección administrativa es universal.

–          No, para nada. Sólo quería saber dónde está el Instituto Julio Verne.

–          Ay, chiquillo, menos mal… Bueno, mira, ¿ves aquel edificio rojo?

En el Julio Verne me encuentro a mi amiga R, que está al borde del colapso. Mientras nos contamos nuestra vida, ella no deja de correr de un lado para otro. Escudriña su casillero, repasa los tablones, fotocopia la orden del día del Claustro vespertino. Todo un work in progress.

–          Ni te imaginas la cantidad de papeles que tengo que rellenar.

Huelga decirlo, la muchacha es tutora.

–          Sí me lo imagino. Menos mal que con el ROC decían que iban a eliminar la burocracia inútil.

–          Pues yo cada vez tengo más trabajo. No sé ni cuándo preparar las clases. (A otro compañero que está leyendo la prensa). ¡Manolo! ¿Tú tienes una copia del Orden del Día?

–          ¿Hoy tenéis claustro?

–          Sí… Gracias, Manolo. Mira: ¡dieciocho puntos! ¿Qué dejarán para ruegos y preguntas?

–          Veo que hay uno sobre el Programa de Calidad. ¿Aquí se aprueba? El Plan, digo.

–          No sé, llevo sólo unos meses aquí… ¡Manolo! ¿Aquí se aprueba el plan de calidad ese? (Manolo niega con la cabeza). No, no se aprueba.

–      Por si acaso, voy a dejar unas cuantas pegatinas… Oye, ya he visto esta pantalla de plasma en otros claustros. ¿Qué se emite? ¿”Saber vivir”? ¿”El club de las ideas”?

–          No me preguntes, porque no lo sé. Desde que estoy aquí está siempre apagada. ¡Elena! ¿Tú sabes para qué sirve el pantallón este?

–          Pues creo que es como un teletexto. Para dar avisos, y cosas así. Pero no funcionará hasta que designen un Coordinador.

Me vuelvo hacia donde está Elena:

–          Ah, pero, ¿esto también se coordina? Y, ¿cuántas horas de reducción tiene?

Como veo que no le hace gracia el chiste, desconecto el modo saleroso. Mejor luego le doy una pegatina.

Después de un rato, mi compañera R recibe una visita sorprendente. No es un alumno, ni un padre, ni otro antiguo compañero de fatigas. Ni siquiera es el Inspector. Son dos policías nacionales.

–          Un alumno de mi tutoría – me informa – Una agresión. Y al otro sólo se le ocurre fumarse un porro. Precisamente hoy.

–          ¿Qué pasa hoy?

–          Pues que ha venido la Policía a dar una charla. Sobre el consumo de drogas…

La dejo con los policías, rellenando más y más papeles. Me da rabia que una persona tan trabajadora y brillante deba perder su tiempo en levantar acta de la Nada. Que todo te vaya bien, querida R.

Acabo la jornada en el Pino Montano. Aquí trabaja mi buen amigo E, insigne músico de jazz, pero una compañera afecta a nuestra causa me dice que ya se ha ido. In ictu oculi, la sala de profesores se queda vacía, hasta el punto de que un muchacho, tomándome por uno de sus profesores, me pregunta dónde está el de Música.

–          Se ha ido – le anuncio, solemne.

–          Ah, vale. ¿Y sabe si volverá?

–          Tarde o temprano, hijo, tarde o temprano.

Claveteo mis cosas, tratando de abrirme un hueco entre pasquines del 15-M, calendarios gigantes y cursos de resolución de conflictos.

Salgo a la calle. Juraría que aquel tipo del semáforo se está tocando los dípticos de un modo testicularmente obsceno.

“Corre, hija, corre…”

Vale.

Calle del Circo, 41001 Sevilla, España

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