Decálogo del profesor contingente

La CEJA quiere etiquetar a los profesores, como ya saben. Toda vez que el fracaso del sistema es un hecho, conviene a la casta política esconder esta evidencia y trasladar la mayor responsabilidad posible a los profesionales que ella misma contrata. Los borradores sobre «Buenas prácticas» y «Estándares profesionales» constituyen el discurso tautológico con el que pretenden acallar los gritos proferidos por una realidad tozuda. Que se creen cuatro perfiles – Competente, Avanzado, Experto y Excelente – cuya evaluación es todavía una incógnita, no sólo no mejorará un ápice la formación de los alumnos, sino que será un modo, nada sutil, de arrinconar a los críticos y premiar a los voceros de su amo.

Al mismo tiempo que la CEJA prepara sus decálogos sobre lo que ha de ser un buen docente, en los Institutos todo está listo para el desmantelamiento de la Enseñanza tal y como la conocíamos. Las recientes directrices dejan un mensaje muy claro, y es que lo primordial en el Nuevo Orden no es el conocimiento, sino la vigilancia. Dos departamentos se erigen como faros de la hipermodernidad loesiana: Coeducación y Formación. Parafraseando el recibimiento laudatorio de aquella famosa película, los profesores de Lengua o Matemáticas podrán decir: «¡Coeducantes, Formadores, nosotros somos contingentes, pero vosotros sois necesarios!»

El giro es de 180º: la norma dicta que los únicos departamentos con existencia propia sean aquellos que vigilan el género (vulgo, sexo) y el paño (es decir, los docentes). Todos los demás son prescindibles, lo que significa que el saber no es tan importante como el control político. Este único dato debería servir para que la gente se echara a la calle (algunos lo llevamos haciendo años) y exigiera un cambio en la Enseñanza. Ya. Pero se ve que las demandas educativas son siempre susceptibles de verse relegadas a un segundo plano. Exactamente como ocurre con los tradicionales campos del conocimiento.

Reparen en que los departamentos «estrella» no son didácticos, esto es, no tienen horas de clase. El centro de las reformas educativas se ha ido desplazando, con el tiempo, fuera del aula. Y no por casualidad, sino por causalidad. La trivialización del saber es el complemento perfecto de la manipulación política. Y la institución escolar el mejor campo de pruebas para experimentar lo que en otros ámbitos de la sociedad civil no se consiente. Los ciudadanos deben saber cuáles son las prioridades de quienes administran la cosa pública. Pues bien: puestos a elegir entre una catedrática de Lengua o un Coeducador con Perspectiva Transversal de Género, la Consejería no tiene dudas. El segundo. Y, ¿para qué? Pues para certificar que todos los documentos oficiales vulneran la corrección lingüística a beneficio de la corrección política. Para que una comunidad de licenciados escriba cosas como ésta: «Las y los alumnos y alumnas deben entregar la justificación a la o el tutor y tutora, debidamente firmada por el padre, la madre o, en su caso, los y las tutores legales.» El ágrafo triunfando sobre el experto.

Porque la condición de experto que maneja la Unta no es la misma que usted, lector, quizá imagina. A la hora de establecer criterios de competencia, en los borradores citados no se distingue entre educadores infantiles, maestros y profesores. Esta indiferenciación tampoco es inocente, sino que consagra el principio de que el procedimiento (o el simulacro burocrático de procedimiento) debe anteponerse al dominio de la materia y a la verificación de unos resultados objetivamente comprobables. Poco importará que sus alumnos hayan aprendido mucha Historia o que estén en condiciones de superar cualquier evaluación externa. Si no ha «implementado recursos TIC» o no ha tenido en consideración «las variables contextuales de un alumnado diverso», usted, querido profe, no entra en el club de la Excelencia Cejijunta. De lo que aquí se trata es de socializar, no de enseñar sociales.

El profesor excelente es, condensando el decálogo de la AGAEVE, un líder bilingüe, experto en TIC, dotado de una gran inteligencia emocional, de talante democrático a la vez que tutor vigilante de sus compañeros, innovador e inclusivo. Dicho así, no parece grave, ¿verdad? Lo malo no es tanto lo que se menciona como lo que se omite, que es el saber mismo. Ese decálogo podría servir tanto para una institución escolar como para una oficina de Coca-Cola en Sausalito. Ninguno de esos atributos mantienen vínculo alguno con la maestría, la especialidad académica o la investigación científica. Lo cual es coherente con los nuevos reglamentos de centro, que acaban con la tradicional especialización de la Enseñanza Media para subsumir las asignaturas en genéricas áreas competenciales. De hecho, el decálogo se confecciona a la medida de un nuevo tipo de profesor que no tiene por qué ser especialmente brillante en su disciplina, pero sí lo bastante espabilado como para saber por dónde soplan los vientos de cambio. Así, un incapaz con un inglés correcto y buena mano con el cacharraje tecnológico es un modelo de referencia mayor que el lingüista cum laude o el músico experimentado. Saber inglés y gestionar un blog está muy bien, pero lo accesorio no debe predominar sobre lo esencial. Y meter en el mismo saco la Educación Infantil, la Primaria y la Secundaria es haber apostado por la cosmética y la apariencia, no por el rigor y la selección. Hasta que no se entienda que el Instituto debe volver a ser el puente necesario hacia la Universidad, nada se habrá avanzado.

A veces, se nos dice que todos estos baremos son algo habitual en la empresa privada, que los profesores no estamos acotumbrados a que se juzgue nuestro trabajo y que nos molesta que se empiece ahora. Esto parte de una premisa falaz, como es equiparar empresas en situación de libre competencia con el monopolio de la Enseñanza pública. Las empresas deben responder ante sus clientes y accionistas. El mercado establece cuáles deben sobrevivir y cuáles no, en función de unos resultados. En la moderna escuela pública, como dije, lo que importan son los procesos, de tal suerte que los resultados (en términos académicos: lo que aprenden los alumnos) no están sujetos a control externo hasta llegada la Selectividad. ¿Qué importa lo innovador o inclusivo que sea uno si al cabo del año los estudiantes no han aprendido nada? El correlato empresarial sería el de un creativo de Sausalito, simpático, bilingüe y tuitero, cuyas innovadoras propuestas comerciales fracasan un año tras otro. No les quepa duda de que su jefe le enseñará la puerta por mucho decálogo que el ejecutivo esgrima.

No deja de ser hipócrita que un monopolio del Estado incorpore principios de competencia empresarial. Muy al contrario, tales principios sólo pueden serlo de control político y de vigilancia estricta del pensamiento único. Habrá innovación, formación y evaluación, sí, pero absolutamente condicionadas por los dictados del poder.

A diferencia de coeducadores y formadores, los disidentes no serán bienvenidos.

DECÁLOGO DEL PROFESOR CONTINGENTE

1. Liderazgo. Duda siempre de lo que sabe, a la manera socrática. Delega, en lugar de imponer o abanderar delirios eventuales de la Junta. Minimiza los daños. Propone y escucha. Reduce, en lo posible, el papeleo. Argumenta. Da clases. Se deja ver por los pasillos y la sala de profesores. La Delegación sólo la pisa si es estrictamente necesario.

2. Comunicación. Habla y escribe en español culto. No tuerce el gesto si alguien dice «corolario» o «sicalíptico», aunque evita ser pedante. Desprecia el lenguaje de género, pero es escrupuloso con su concordancia. Usa el ordenador como una herramienta de rango muy inferior a su cerebro. Evita viajes de recreo a Finlandia.

3. Relación. Cordial y respetuosa. Las emociones más profundas las reserva, siempre que lo tiene a bien, para sus familiares y amigos.

4. Trabajo en equipo. Lo tiene por un complemento interesante que, en ocasiones, da buenos resultados. En otras, sirve para organizar la fiesta de fin de curso o un viaje a Benalmádena. De vez en cuando, es bueno que el hombre esté solo.

5. Planificación.  A partir de los objetivos, no descansa hasta encontrar el mejor modo de compartir sus conocimientos.

6. Gestión de recursos. Propone que no se regalen ordenadores ni libros de texto a quien puede permitírselos.

7. Evaluación. Intenta ser justo.

8. Orientación a la calidad. Sus padres le dijeron, desde muy pequeño, que ésa era la única orientación posible.

9. Aprendizaje a lo largo de la vida. Trabaja con ideas, así que está siempre aprendiendo. Prefiere a Chéjov antes que a Álvaro Marchesi. No ve Redes (no tiene tiempo: como ya está dicho, trabaja).

10. Gestión de ambientes de aprendizaje. No adorna el aula con palomitas de papel ni confecciona murales multiculturalistas. Su clase está en un sótano sin ventilación, al lado de la caldera. Pese a ser licenciado, imparte a niños con edades de Primaria. Le han dicho que su asignatura es contingente. Que él es contingente. Y que es justo que así sea. Justo y necesario. Nuestro deber y salvación.

No sabe si beberse la cicuta.

Camino de perfección

La AGAEVE (Agencia Andaluza de Evaluación Educativa) debe de ser algo así como un remedo contemporáneo de Los Campos Elíseos.

Recordemos la mitología:

«Un lugar sagrado donde las sombras de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y floridos».

Y qué duda cabe de que la virtud es cualidad muy extendida en la Administración andaluza, siendo así que quienes habitan este reverso del Tártaro componen un organigrama al que, muy idiosincráticamente, «no le farta de ná».

Celia Cruz diría que «no hay cama pa tanta gente», pero sí que hay, sí. A fin de cuentas, la sede de este cielo pedagógico está en el municipio de Camas (Sevilla), aunque quizá rodeado, no de hermosos parajes, sino de elípticas circunvalaciones.

«Aún así las personas que residían en los Campos Elíseos tenían la oportunidad de regresar al mundo de los vivos, cosa que no muchos hacían».

Aquí la analogía es implacable, excepto por lo del receso. No se conoce el caso de alguien que, habiendo pastado en las verdes praderas burocráticas, haya regresado al «mundo de los vivos»; esto es, de los currelas. De hecho, abunda el tipo de experto que apenas ha padecido una existencia mortal, por aquello de que en la sombra transmundana de la Unta se vive mejor. Y es que la sombra es muy apreciada en Andalucía. Sobre todo en Junio, en una guardia de recreo al cuidado de quinientos adolescentes exudando joie de vivre.

¿A qué se dedica, pues, toda esta gente en su retiro dorado? Pues a lo que todos los idealistas de la cosa pública: a forjar al nuevo hombre. En este caso, a establecer el paradigma de profesor «excelente». Digo yo que hecho a imagen y semejanza de tantos guerreros heroicos como pueblan la Agencia Elísea. Quizá, es un poner, aunando lo mejor de sus dilatadas trayectorias como docentes.

Para esa forja, el hacedor necesita buenas herramientas. Y la estirpe de los agaeveños las ha encontrado en lo que se denominan Estándares profesionales de referencia:

Estándares profesionales de referencia:

Normas o criterios del modelo de acreditación o certificación de la AGAEVE que sirven como patrón para la mejora. Hacen referencia al cumplimiento de un descriptor en aquellos niveles de calidad que se consideran mínimamente aceptables en el camino hacia la excelencia entendida como el nivel máximo alcanzable. Los estándares se validan, mediante técnicas de pilotaje o juicio de personas expertas, identificando aquellos elementos considerados clave para mejorar los resultados del proceso de enseñanza-aprendizaje, la satisfacción de los grupos de interés y el itinerario hacia la mejora. En el caso de la función docente, los estándares profesionales deben expresar adecuadamente el conocimiento y la destreza de los docentes en toda su profundidad y complejidad. Tienen, necesariamente, que centrarse de modo específico en un determinado campo de competencias vinculadas a metodologías, didácticas o técnicas que caractericen dicho puesto de trabajo. Estos campos pueden responder tanto a ámbitos de conocimiento (áreas de competencias, familias profesionales) y niveles de enseñanza como a la función principal que se desarrolle, o, también, a una combinación de ambos.

La estandarización es lo que tiene: que crea, en el legislador, agente o arbitrista, la necesidad de proferir un dogma. Y, así, necesariamente, el puesto de trabajo se caracteriza por una metodología o una didáctica concretas que lo definen. De forma nada inocente, las herramientas de evaluación no están pensadas para descubrir al profesional excelente, sino para detectar a quienes no se ajustan al modelo que las mismas herramientas prefiguran. Es decir: para señalar al que se escapa del molde.

Si el trabajo de un profesor fuera tan simple y mecánico como el de quien ensambla piezas en una cadena de montaje, tendría sentido hablar de una técnica estandarizada. Pero la enseñanza, excepto para estos tecnócratas de prosa piloto, es cosa muy distinta. Tan es así, que la Constitución y la jurisprudencia protegen el derecho a la libertad de cátedra, no sólo en lo que se refiere a los contenidos de la misma, sino también en lo correspondiente a los métodos que se emplearán para transmitirlos. En un Estado de Derecho, no es competencia de los agentes públicos establecer una metodología oficial en ningún campo del conocimiento. Eso es propio de dictaduras capaces de premiar a sus particulares lissenkos, aun a costa del rigor científico.

Con estas premisas, poco ha de sorprender el decálogo de 13 puntos (lagarto, lagarto) que, como unas nuevas tablas de la Ley, establece la AGAEVE para designar al profesor excelente. Nótese la indiferenciación de niveles: en este Kempis pedagógico caben el especialista en Infantil, el maestro de primaria y hasta el último Rey de Escocia, esto es, el casi extinguido catedrático de Instituto. Por lo que, habremos de inferir, para la AGAEVE – y siempre según su propia definición de estándar profesional – todos estos niveles son suceptibles de compartir, no ya una metodología común, sino también una didáctica. Ya se sabe: del aprendizaje de las vocales a la Crítica de la Razón Pura, todo el monte es orégano competencial.

Revisen con atención cada punto. Pregúntense cuántos de ellos cumplen y, en caso de faltar a cualesquiera de estos mandamientos, hallen la forma de enmendarse. Hasta hoy estábamos ciegos y viajábamos sin rumbo por las agitadas aguas del saber. Ahora ya conocemos el modo de alcanzar la «excelencia».

Con un poco de voluntad, es posible que algún día la sombra del profesor que fuimos habite las plácidas Llanuras Eliseanas.

Amén.

P.S.: Más enlaces sobre AGAEVE-YAHVÉ en esta entrada de El profesor cabreado.

El aprobado político

Centros Buenos-Malos Sevilla

Muchas veces me encuentro en la tesitura de tener que explicar el estado de la enseñanza a conocidos y amigos que no pertenecen al gremio pero que sienten curiosidad (o preocupación, si es el caso que tienen hijos) por lo que a veces se recoge en los medios o se deduce de ciertos testimonios particulares. Hay indicios que, pareciendo mínimos, son reveladores de que la cosa está mal. Y es que ya casi nunca escucho aquel conocido adagio de «qué bien viven los maestros». Ahora, cuando surge el tema, las caras de mis interlocutores oscilan entre la incredulidad y la conmiseración; y a la frase antedicha la sustituye un lacónico rictus de reconocimiento:

– Lo que tenéis que aguantar…

Se refieren a los alumnos, claro. A ese considerable porcentaje de alumnos que ni estudian ni dejan estudiar: indisciplinados, violentos, casi ágrafos.

Cuando el foco ilumina esta zona de la muchachada díscola y analfabeta, me veo obligado a matizar. Chicos así los ha habido siempre. Lo relativamente nuevo es el sistema educativo que sostiene la aporía de que su sitio ha de estar, por fuerza, en unos institutos que antes preparaban para los estudios universitarios y ahora se han convertido en centros de asistencia social.  Centros en los que se dispensa una insulsa papilla igualitaria hecha a la medida de quienes tienen menos interés por los libros y el conocimiento. Centros que perpetúan el engaño de que todos son igualmente capaces y voluntariosos si se les motiva adecuadamente.

Por desgracia, la realidad es muy distinta. Las masas de alumnos que ingresan en secundaria con dificultades para la lectura o el cálculo elemental tienen escasas posibilidades de acabar con éxito el Bachillerato. Lo que sí incuban, en cambio, es la ira y el desacato propios de quien no entiende absolutamente nada. Una furia ciega, que sólo se mitiga cuando, en lugar de enseñarles, se les entretiene.

Lo que no comprenden mis amigos es que los institutos de ahora no se parecen en nada a los institutos en que ellos estudiaron. El Bachillerato se ha reducido a dos cursos. La EGB ha ocupado la zona muerta y se llama ESO. Hasta los 16 años, uno puede ir salvando un curso tras otro aunque no haya abierto un libro en su vida: promoción automática, lo llaman. Y estos alumnos, que necesitarían otro tipo de profesionales tanto como otro tipo de formación, permanecen un mínimo de cuatro años perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a los demás.

La LOGSE, y ahora la LOE, han fracasado en sus utópicos planes de «igualitarismo académico». Han sacrificado la calidad sin conseguir, ni mucho menos, la equidad. Al rebajar los niveles de la enseñanza pública, lo que se obtiene es un sistema segregador y clasista, que deja la posibilidad de una buena formación en manos de quien pueda permitírselo. ¿O es casualidad que tantos políticos, supuestos adalides de lo público, lleven a sus hijos a escuelas privadas?

Claro que no es casualidad. Ellos son los primeros que quieren huir del monstruo al que han dado forma. Saben que la calidad, como la vida, está en otra parte. Y, porque pueden, pagan. ¿Cabe mayor fraude, mayor traición a los principios?

Hablando de los políticos. ¿Qué opción les queda frente a la opinión pública, frente a gente que, como mis amigos, no entienden lo que pasa? Les quedan el maquillaje y la apariencia. Les quedan la propaganda y las estadísticas sesgadas. Les queda, pues, sustituir la Enseñanza por la variante más baja de la política. Les queda la demagogia. Y, como demagogos, han de falsear la realidad con palabras que jamás se corresponden con los hechos. Decir: tenemos centros TIC, tenemos centros bilingües, tenemos una escuela equitativa. Aunque detrás del penúltimo proyecto no haya más que la misma ignorancia institucionalizada.

Como la realidad no se ajusta a sus deseos, y como cada vez es más difícil camuflarla con discursos, ahora se apresuran a dar el último paso. Quieren doblegarla. Reducirla al particular lecho de Procrusto que imaginaron hace más de 30 años. Los clarines de Europa proclaman que ningún país de la Unión debe presentar un balance de más de un 15% de fracaso escolar. Nosotros rondamos el 30%. Hay que ponerse manos a la obra, pero no para analizar los fallos del sistema, sino para convertir milagrosamente el agua en vino. Los suspensos en aprobados.

La última avanzadilla será contra los profesores. En especial, contra los profesores de Instituto. La Primaria queda exenta de responsabilidades. Hay que fiscalizar a quienes pretenden marcar una diferencia entre los niños, a quienes aún no han asumido la utopía igualitaria de que todo el mundo vale para estudiar lo mismo. Y ya están entrando en las evaluaciones y en los claustros. No para analizar las verdaderas causas del naufragio, sino para reprobar al enseñante que suspende mucho. Cumplen órdenes, así de sencillo. Que los alumnos aprendan algo, han venido a decirles, es irrelevante frente al dictado político que obliga a presentar unas cuentas limpias y, ahora sí, «europeas».

Su análisis es sólo una consigna: hay que aumentar el número de aprobados. Que no es lo mismo que decir: hay que aumentar la calidad de la enseñanza. Es la diferencia entre un irracional mandato y un objetivo razonable. Valga como muestra el documento adjunto (vid. supra), en el que el servicio de inspección andaluz establece unos criterios de calidad tan delirantes como arbitrarios. Fruto de esos criterios es la maniquea conclusión del analista: los colegios de Primaria son buenos. Los Institutos de Secundaria son malos. El yin y el yang.

Por increíble que parezca, el servicio de inspección no se hace la pregunta obligada: ¿cómo es posible tan abrupto contraste? ¿Qué es lo que falla en nuestro maravilloso sistema?

Tal es la pregunta de mis amigos. ¿Qué es lo que falla? Y aunque no es fácil resumirlo en una sola palabra, nueve años de experiencia me permiten la arriesgada síntesis:

– ESO.

Inspector Gadget (2011 Remix)

 

En el útimo claustro figuraba un curioso punto en el orden del día:

«Informe estadístico del Inspector sobre los resultados de la Primera Evaluación.»

Alguien ajeno al casposo mundo de la burocracia educativa española podría colegir que tal Informe es fruto de un riguroso y pormenorizado estudio de cuantas variables inciden en los resultados académicos. Incluyendo, sí, la existencia de un numeroso grupo de alumnos que carecen tanto de las habilidades básicas (leer y escribir en correcto español, entender un sencillo texto de diez líneas, manejar la aritmética elemental) como del más mínimo interés por seguir el itinerario forzoso de la Enseñanza Media.

Pero no. Esto es España; y, más concretamente, Andalucía.

Según nos comunicó el Director, la Inspección andaluza ha establecido un baremo por el cual clasifica los Institutos en buenos y malos. Agárrense:

«Buenos» serían, cito textualmente, «aquellos que presentan un 80% o más de alumnos con todas las asignaturas aprobadas en, al menos, la mitad de niveles obligatorios.» Por ejemplo: un 80% de alumnos «limpios» en 1º y 2º de ESO.

«Malos» serían los Institutos que «presentan un 30% o menos de alumnos con todas las asignaturas aprobadas en la mitad de niveles obligatorios». Por ejemplo: sólo un 30% de alumnos «limpios» en 3º y 4º de la ESO.

Este baremo es, claro, completamente absurdo. De seguir su lógica, un Instituto que tuviera un 100% de aprobados en 1º y 2º, pero un 0% de aprobados en 3º y 4º, sería calificado como «bueno».

Como los resultados de la primera evaluación nos sitúan entre los «malos», el Inspector ha sugerido que va a emplearse a fondo… con nosotros. La pregunta inmediata que se nos lanza es: «¿Qué vais a hacer, profes?». Según nos comenta nuestro equipo directivo, el Inspector va a «roer este hueso hasta el final», lo que promete mucha fiesta y pipas de la paz fumadas en alegre compaña.

Pero es que los Inspectores – oh, Musa – no dan clases. Muchos de ellos ni se acuerdan de lo que significa coger una tiza, y su cargo no es consecuencia de un excelente desempeño pedagógico, sino de una oposición que nada tiene que ver con la maestría y la transmisión del conocimiento. Por no conocer, no conocen ni a los alumnos. No conocen a sus profesores. Sus visitas coinciden con períodos de evaluación, y se limitan a la fría recensión estadística de un avinagrado contable. No están para ayudar, sino, en todo caso, para vigilar. Y, quién sabe, tal vez también para castigar.

Como es natural, el claustro se solivianta. Algunas voces irónicas preguntan lo inevitable: «Y él, ¿qué estrategias sugiere que implementemos?»

El Director recita, con escepticismo, la consabida cantinela: «Según dice, hay que motivar a los alumnos, adaptarse a sus intereses, ensayar nuevas metodologías…». Él mismo se ofrece para venir a un claustro y  facilitarnos estrategias de eficacísima implementación.

Le decimos que adelante, que lo invite a nuestro sancta sanctórum y nos ilumine. De paso, podremos devolverle la pregunta: «Y usted, ¿qué va a hacer?» ¿Qué van a hacer sus jefes con los siguientes problemas?:

Convivencia: El año pasado se pusieron en mi centro 1400 partes disciplinarios en Primer Ciclo (1º y 2º de ESO), repartidos entre 100 alumnos. Sólo 90 en Segundo Ciclo (3º y 4º) ¿Le dice esto algo acerca de las dificultades diarias que debemos afrontar?

Promoción Automática: Los alumnos objetores se concentran en 2º de ESO, donde puede darse el caso de una clase en la que un 80% son repetidores de 1º y 2º. Pero, ojo, repetidores «pata negra», de esos que sólo están esperando cumplir la edad reglamentaria para inscribirse en un PCPI.

Comprensividad: Todos hasta los 16 años por el mismo carril. Los que quieren estudiar y los que no. Los que quieren ir a la Universidad y los que preferirían aprender un oficio o, sencillamente, no hacer nada.

Me basta que me responda a cualquiera de las tres preguntas, pues todas son una variante del mismo problema: la LOE.

Sabemos que esto ocurre en todos los Institutos andaluces, y que la labor de acoso al profesor está, aunque no lo parezca, sólo en una fase temprana. Lo bueno viene ahora. Y, ¿por qué? Muy sencillo:

Europa exige un 15% de fracaso escolar en un plazo de cuatro o cinco años. Andalucía duplica esta cifra. Hay, pues, que conseguir aprobados como sea. Por lo civil o por lo penal. Los Inspectores son la infantería que la Administración se propone azuzar contra los claustros, allí donde los porcentajes no coincidan con los deseos del Gran Hermano. Pero tal infantería no va desarmada: sus jefes los han provisto de un arma de destrucción masiva que se llama…. ROC.

Un reglamento que intenta minimizar la importancia del conocimiento, fomenta el control político y consolida una metodología oficial ( es decir: un dogma, una doctrina) basada en los mismos principios que nos han llevado al fracaso.

Si queremos preservar nuestra libertad (no sólo de cátedra) y la de nuestros alumnos, es el momento de pegar un golpe en la mesa. Queda poco tiempo para que la Escuela, como tal, haga mutis por el foro.

Para que el profesor caiga en el olvido en favor de una nueva figura:

El Licenciado Canguro.