Muchas veces me encuentro en la tesitura de tener que explicar el estado de la enseñanza a conocidos y amigos que no pertenecen al gremio pero que sienten curiosidad (o preocupación, si es el caso que tienen hijos) por lo que a veces se recoge en los medios o se deduce de ciertos testimonios particulares. Hay indicios que, pareciendo mínimos, son reveladores de que la cosa está mal. Y es que ya casi nunca escucho aquel conocido adagio de «qué bien viven los maestros». Ahora, cuando surge el tema, las caras de mis interlocutores oscilan entre la incredulidad y la conmiseración; y a la frase antedicha la sustituye un lacónico rictus de reconocimiento:
– Lo que tenéis que aguantar…
Se refieren a los alumnos, claro. A ese considerable porcentaje de alumnos que ni estudian ni dejan estudiar: indisciplinados, violentos, casi ágrafos.
Cuando el foco ilumina esta zona de la muchachada díscola y analfabeta, me veo obligado a matizar. Chicos así los ha habido siempre. Lo relativamente nuevo es el sistema educativo que sostiene la aporía de que su sitio ha de estar, por fuerza, en unos institutos que antes preparaban para los estudios universitarios y ahora se han convertido en centros de asistencia social. Centros en los que se dispensa una insulsa papilla igualitaria hecha a la medida de quienes tienen menos interés por los libros y el conocimiento. Centros que perpetúan el engaño de que todos son igualmente capaces y voluntariosos si se les motiva adecuadamente.
Por desgracia, la realidad es muy distinta. Las masas de alumnos que ingresan en secundaria con dificultades para la lectura o el cálculo elemental tienen escasas posibilidades de acabar con éxito el Bachillerato. Lo que sí incuban, en cambio, es la ira y el desacato propios de quien no entiende absolutamente nada. Una furia ciega, que sólo se mitiga cuando, en lugar de enseñarles, se les entretiene.
Lo que no comprenden mis amigos es que los institutos de ahora no se parecen en nada a los institutos en que ellos estudiaron. El Bachillerato se ha reducido a dos cursos. La EGB ha ocupado la zona muerta y se llama ESO. Hasta los 16 años, uno puede ir salvando un curso tras otro aunque no haya abierto un libro en su vida: promoción automática, lo llaman. Y estos alumnos, que necesitarían otro tipo de profesionales tanto como otro tipo de formación, permanecen un mínimo de cuatro años perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a los demás.
La LOGSE, y ahora la LOE, han fracasado en sus utópicos planes de «igualitarismo académico». Han sacrificado la calidad sin conseguir, ni mucho menos, la equidad. Al rebajar los niveles de la enseñanza pública, lo que se obtiene es un sistema segregador y clasista, que deja la posibilidad de una buena formación en manos de quien pueda permitírselo. ¿O es casualidad que tantos políticos, supuestos adalides de lo público, lleven a sus hijos a escuelas privadas?
Claro que no es casualidad. Ellos son los primeros que quieren huir del monstruo al que han dado forma. Saben que la calidad, como la vida, está en otra parte. Y, porque pueden, pagan. ¿Cabe mayor fraude, mayor traición a los principios?
Hablando de los políticos. ¿Qué opción les queda frente a la opinión pública, frente a gente que, como mis amigos, no entienden lo que pasa? Les quedan el maquillaje y la apariencia. Les quedan la propaganda y las estadísticas sesgadas. Les queda, pues, sustituir la Enseñanza por la variante más baja de la política. Les queda la demagogia. Y, como demagogos, han de falsear la realidad con palabras que jamás se corresponden con los hechos. Decir: tenemos centros TIC, tenemos centros bilingües, tenemos una escuela equitativa. Aunque detrás del penúltimo proyecto no haya más que la misma ignorancia institucionalizada.
Como la realidad no se ajusta a sus deseos, y como cada vez es más difícil camuflarla con discursos, ahora se apresuran a dar el último paso. Quieren doblegarla. Reducirla al particular lecho de Procrusto que imaginaron hace más de 30 años. Los clarines de Europa proclaman que ningún país de la Unión debe presentar un balance de más de un 15% de fracaso escolar. Nosotros rondamos el 30%. Hay que ponerse manos a la obra, pero no para analizar los fallos del sistema, sino para convertir milagrosamente el agua en vino. Los suspensos en aprobados.
La última avanzadilla será contra los profesores. En especial, contra los profesores de Instituto. La Primaria queda exenta de responsabilidades. Hay que fiscalizar a quienes pretenden marcar una diferencia entre los niños, a quienes aún no han asumido la utopía igualitaria de que todo el mundo vale para estudiar lo mismo. Y ya están entrando en las evaluaciones y en los claustros. No para analizar las verdaderas causas del naufragio, sino para reprobar al enseñante que suspende mucho. Cumplen órdenes, así de sencillo. Que los alumnos aprendan algo, han venido a decirles, es irrelevante frente al dictado político que obliga a presentar unas cuentas limpias y, ahora sí, «europeas».
Su análisis es sólo una consigna: hay que aumentar el número de aprobados. Que no es lo mismo que decir: hay que aumentar la calidad de la enseñanza. Es la diferencia entre un irracional mandato y un objetivo razonable. Valga como muestra el documento adjunto (vid. supra), en el que el servicio de inspección andaluz establece unos criterios de calidad tan delirantes como arbitrarios. Fruto de esos criterios es la maniquea conclusión del analista: los colegios de Primaria son buenos. Los Institutos de Secundaria son malos. El yin y el yang.
Por increíble que parezca, el servicio de inspección no se hace la pregunta obligada: ¿cómo es posible tan abrupto contraste? ¿Qué es lo que falla en nuestro maravilloso sistema?
Tal es la pregunta de mis amigos. ¿Qué es lo que falla? Y aunque no es fácil resumirlo en una sola palabra, nueve años de experiencia me permiten la arriesgada síntesis:
– ESO.
No sólo son los alumnos indisciplinados o la inspección. Yo trabajo en primaria y me encuentro con el hándicap de una jefe de estudios un poco inútil y envidiosilla. En vez de meterse en sus asuntos y dejarme hacer mi labor que la realizo como creo que debo y me esfuerzo porque los niños sepan un poco de todo en una asignatura tan ¿insulsa? como es la Alternativa a la Religión y con la mitad de los alumnos en clase, me cuestiona mi labor y me obliga a hacer lo que a ella le da la gana, es decir, «animación» a la lectura, que viene a ser en su jerga de pedaboba el coger un libro, leer un trozo y después hacer un resumen. A cualquier cosa le llaman «animación».
Ah, y si no hacen eso, como tienen un nivel muy bajo, pues que pregunte a su tutora y les dé refuerzo, para que de aquí a que termine el curso, eleven el nivel, no sea que vayan al instituto en estas pésimas condiciones.
Así quiere arreglar lo que en 6 años no han sido capaces, con esos métodos maravillosos de lectoescritura que promulga ella y con la que se lleva los laureles, mientras tiene a las otras maestras haciéndole el trabajo sucio de experimentar con su «maravilloso método».
Hay gente que coge un cargo y ya se cree en el derecho de estar por encima del agua, como el aceite.
Tienes razón. Un sistema asentado en bases ideológicas como en las que se funda el nuestro propicia que las culpas estén extraordinariamente repartidas. Nadie se siente cómodo excepto quienes aprovechan la ocasión de disfrutar de alguna regalía en medio del caos. Como, tal vez, tu jefa.
Magnífico, como siempre. Lo paso a todo el mundo
Gracias a ti, como siempre. Tuyo es.
En el País Vasco ya lo han hecho: aprobado el 85%.
Los niveles penosos, aunque los ratios son , hace tiempo, menores que los vuestros debido a la existencia de los tres modelos lingüísticos durante los últimos decenios. Bueno , ahora con el trilingüismo está empezando a haber cuatro modelos lo cual favorecerá aún más los bajos ratios.
Pdta: un grupo pequeño, mimado hasta la naúsea como ocurre, puede ser también un auténtico bluff.
La casta que dirige la administración de enseñanza dio en la flor de suponer que el aprobado/suspendido es el resultado de la enseñanza. Llevan años predicándolo en su discurso endogámico los gurus universitarios de esa pseudociencia pedagógica. Ellos se lo creen, viven de eso. Los profesores sabemos que el resultado de la enseñanza es la transmisión de conocimientos, el aprobado o suspendido es el baremo que indica el grado de consecución de ese objetivo. Para saber si funciona la enseñanza se establecen unos objetivos y se hace una prueba seria (no esa infamia que nos dejamos hacer en Andalucía llamada pruebas de diagnóstico). El hundimiento de la enseñanza ha ido parejo al ascenso de los pedagogos. Si estos vendedores de humo gestionasen la administración de sanidad, destruirían todos los termómetros que se atreviesen a indicar fiebre.
El que aguanta gana. Cada día son menos los profesores críticos con el sistema. Tres de los últimos incorporados a mi centro proceden ya de las primeras hornadas de la LOGSE. Nada les sorprende y abren los ojos como platos cuando se les habla de otros tiempos, otra enseñanza obligatoria, otro bachillerato, como ejemplos a imitar. Identifican toda referencia al pasado con oscurantismo, tortura memorística, autoritarismo profesoral , elitismo excluyente, franquismo, fascismo o, en el mejor de los casos, nostalgia de profesores seniles próximos a la jubilación y preocupados por su comodidad, sus trienios y sus prebendas jerárquicas . Es pavoroso comprobar cómo este discurso va calando entre otros muchos y sobre todo entre aquellos que, favorecidos por el sistema vigente, han encontrado en el cargo y los míseros beneficios que les reporta la mejor compensación. Dentro de muy pocos años ésta será la tónica general. El profesorado se reconocerá a sí mismo, como alumno, en el centro en que ejerce: éste es mi instituto, como aquel en el que yo estudié; poco o nada ha cambiado.