Servicios Públicos

Hace tiempo que no me pregunto quién solucionará el problema de la enseñanza española, sino si hay alguien con la voluntad de intentarlo. Pasan los años, pasan las leyes, y nada progresa, excepto la magnitud entrópica del absurdo. Como los personajes de Beckett, algunos profesores esperamos a Godot aunque seamos conscientes de que Godot no existe. Lo que ocupa su lugar es un montón de siglas – legislativas, sindicales, metodológicas – que sustituyen y dan extravagantes nombres al vacío.

A pesar de todo, seguimos escribiendo el informe de los daños, como si a través de la inspección forense pudiéramos dar cuenta de lo que será el futuro. No podemos. Pero, como diría Vladimir, ¿quién sabe?

A día de hoy, así están las cosas:

1. Asistimos a los últimos coletazos de unas leyes progresistas cuyo principal bagaje consiste en haber fulminado cualquier asomo de meritocracia. Sin embargo, el borrador de la nueva ley, la de quienes aducían el mérito como condición necesaria, parece apuntar a la continuidad del orden establecido. Mucho nos tememos que los cambios nominales prevalecerán sobre los sustanciales.

2. Las condiciones de trabajo de los profesores empeoran, es un hecho. Pero ya eran malas desde que el sistema convirtió los Institutos de Enseñanza Media en fantásticas guarderías pseudocarcelarias. Las responsabilidades asumidas por los docentes comenzaron a traspasar los límites de lo que razonablemente podía exigírseles. Como ejemplo, transcribo el texto que PIENSA estampó en unas célebres camisetas, mucho antes de que el personal descubriera las arrobas y el color verde doncella:

… vigilo pasillos, catalogo libros, soy enfermero, carcelero, consejero familiar, policía de recreos, relleno documentos oficiales de mis alumnos, reparo los equipos informáticos, acarreo mapas, vigilo las puertas del centro, soy bibliotecario, profesor sustituto en guardias, orientador laboral, acarreo equipos de sonido, detecto fumadores, cumplimento informes que detallan todo lo que hago, asisto a reuniones diarias, soy motivador, y ejecuto cualquier otra tarea que el director quiera encomendarme…

Sobre este encadenamiento de faenas destacaba, en letras rojas, una pregunta: ¿Y cuándo enseño?

En efecto, el espíritu antimeritocrático e igualitarista de la LOGSE consiguió que la de enseñar se convirtiera en una labor subsidiaria de la verdaderamente importante: cuidar niños. Lo peor de todo es que los profesores acabaron por aceptar este rol de canguros altamente cualificados. Y hemos llegado al punto de que a nadie le sorprende ver a un Doctor en Filosofía abriendo los retretes y custodiando la entrada con resignación estoica. Sólo falta el cestillo de mimbre y la monedita arrojada con insuperable desdén adolescente. Cabe suponer que esta es la contribución que se espera de nosotros a los servicios públicos.

Lo más irónico es que esta prohibición de laureles, peanas y tarimas, esta chabacana impugnación de la auctoritas, no ha traído consigo la igualdad prometida, sino el oscuro reverso de la marginación social: titulaciones inservibles, un 50% de paro juvenil y un tartufismo desvergonzado. El anteproyecto de Wert, con sus muchísimos defectos, sólo puede ser acusado de “segregacionista” si se es un perfecto ingenuo o un cínico de diamantina pureza. Nada más excluyente que el sistema logsiano. En primer lugar, porque con su generalizado descenso de niveles ha contribuido a que la escuela deje de ser el ascensor social de los más desfavorecidos. En segundo lugar, porque en su seno se han cometido todo tipo de arbitrariedades, al calor de una impostada equidad redistributiva. ¿Hay algo más segregador que los Centros de Atención Preferente, a cuyas instalaciones se derivan los alumnos conflictivos que nadie quiere? ¿Hay algo más injusto que confinar en un solo centro a estudiantes cuyo rasgo compartido es el de no mostrar ningún interés por el estudio? ¿Hay algo más escandaloso que condenar a un grupo de profesores a una vida profesional de escarnios, amenazas y coacciones? Y qué decir del bilingüismo… ¿No se da en tales programas una artificial separación de alumnos en función de su rendimiento, tanto más adulterada cuanto que el pretendido bilingüe lo es sólo sobre el papel y casi nunca en la praxis? ¿Qué son los grupos de diversificación, sino una forma velada de señalar al pelotón de los torpes?

3. Pese a las evidencias, los sindicatos mayoritarios y otros grupos de presión querrán hacernos creer que hasta ahora habitábamos el paraíso igualitario. Nada puede conseguirse al rebufo de estas organizaciones, cuyo principal objetivo es defender sus propios intereses. Empezando por las subvenciones que, aun en época de crisis, siguen manando para sufragar cursos y proyectos cuya rendición de cuentas jamás se verifica. A la mayoría de sindicatos les gusta la LOGSE, la LOE y cualquier otra Ley que se trabaje bien la retórica coeducativa y socialistoide de la izquierda española. Sus gustos son coherentes con sus acciones: la degradación profesional consignada en el segundo punto les debe mucho. Y cuando dicen defender a los empleados públicos, no les quepa duda de que eso incluye a todos los clientes enchufados en la manirrota Administración Paralela.

4. El futuro no es halagüeño, y es muy probable que la reparación del destrozo precise del trabajo de muchas generaciones. Pero ese proceso de reconstrucción ni siquiera ha empezado, y las últimas decisiones de los gobiernos central y autonómico contribuirán a que se demore todavía más. La razón es que, como dije, quienes se dicen abanderados de la meritocracia, están cometiendo errores muy semejantes a los de sus adversarios políticos. Transcribo unos párrafos elocuentes de Juan Antonio Rodríguez Tous en su columna de El Mundo:

En pro del ahorro, Rajoy podría haber optado por cobrar matrículas, o implantar un sistema de bonus/malus que castigara pecuniariamente a repetidores y absentistas. En cambio, ha elegido lo fácil, lo cutre: poner en la calle a una legión de interinos de lujo.

Y es que muchos profesores interinos, desde hace algunos años, no lo son por casualidad o por cuota. Han aprobado duras oposiciones varias veces, pero sin plaza. No se verían en esta situación de cesantía forzosa si el sistema de acceso vigente, de inspiración socialista, hubiera sido estrictamente libre y meritocrático: si apruebas, accedes al funcionariado. Pero no: amén de aprobar el concurso libre, debían acumular puntos por “experiencia docente”. Ahora no podrán. El mundo al revés: damnificados por un sistema de acceso que no premia a los que estudian son ahora castigados por los que defienden que se premie a los que estudian.

Sumemos a todo esto los recortes en las nóminas, la constante pérdida de poder adquisitivo, el incremento horario y el baile de asignaturas que se espera cuando la nueva Ley entre en vigor. Imagino que se hacen una idea del cuadro completo.

5. ¿Qué hacer, por tanto? En primer lugar, averiguar si aún pervive un rescoldo de resistencia en el cuerpo de profesores, y si estamos dispuestos a quitarnos la venda de los ojos. Si es así, hacernos oír en los Claustros y en los Consejos Escolares tanto como sea posible, decir en voz alta lo que sólo se murmura en los pasillos. Recordar lo que uno ha estudiado y para qué. Recuperar la dignidad perdida. Solicitar por escrito las órdenes e instrucciones que nos parezcan arbitrarias y no ajustadas a derecho. No asumir más tareas de las imprescindibles para realizar nuestro trabajo con totales garantías. Comprender que la degradación de nuestro desempeño profesional es inseparable de la degradación general de la enseñanza.

En segundo lugar, aquellas asociaciones y sindicatos que aún se tengan por independientes harían bien, como se ha sugerido en algún foro, en robustecer sus gabinetes jurídicos, cursar denuncias y demandar un Estatuto donde queden perfectamente claros los derechos y deberes de los docentes. Es hora de romper el silencio. Es hora de la verdadera Ley. Cualquier cosa antes que esta espera lacónica y vencida a las puertas de los urinarios.

Godot nunca viene, y menos si es para sustituirte en una guardia de recreo.

Colega.

Wert se pasa a la Competencia

Con el Sr. Wert uno tiene la obligación de actualizarse casi a diario. Cuando pensamos tener una idea aproximada de lo que se propone, el ministro nos sorprende con una larga cambiada y reduce los análisis previos a la obsolescencia de una crónica deportiva. Wert habla mucho, y, cuanto más habla, más poderosa es la sensación de que lo hace siguiendo criterios demoscópicos antes que convicciones propias. Lamentablemente, este es el signo de los demagogos. Y su método, la improvisación.

Viene esto a cuento de una entrevista en ABC, donde el ministro explica los pormenores de su incipiente LOMCE. En la edición impresa, el sociólogo afirma:

Cuando se hace una referencia, a mi juicio mal intencionada y completamente equivocada, a las reválidas, lo que se está intentando poner de manifiesto es que se están creando barreras para dificultar el progreso del alumno. Y esto es absolutamente falso. […] Nuestro esfuerzo tiene que ir dirigido no solo a que aprenda cosas, sino a que esté en disposición de seguir aprendiéndolas toda la vida. Y de ahí que las evaluaciones externas no tienen nada que ver con las reválidas, porque no van a ser pruebas de conocimiento, van a ser pruebas de competencias. (23 de septiembre de 2012).

Quiero recordarle al lector que de estas pruebas tenemos de sobra, nacionales e internacionales. Pruebas de diagnóstico, Pruebas ESCALA, PISA, PIRLS, etc. No están concebidas para detectar la excelencia, sino para establecer el porcentaje de analfabetos funcionales que moran en el sistema educativo. Es evidente que un burócrata o un pedagogo no le dirán esto, pero se lo digo yo. Los asiduos de esta bitácora conocen mi parecer sobre lo que se ha dado en llamar “competencias básicas”, cuyo propósito no es otro que dispensar una formación de baratillo a generaciones de futuros currelas. Si las pruebas de las que habla Wert se parecen a las que yo mismo he debido corregir, efectivamente, no tienen nada en común con una reválida “de las de antes”. Como tampoco guardan relación alguna con cualquier examen de una mínima exigencia académica. En estos carísimos cuadernillos abundan las fotitos, las flechas, las crucecitas y las respuestas monosilábicas. Algunas cuestiones sonrojan por su simpleza y por el afán de insertar sus contenidos en contextos “chachis”, “mú daquí” y “mú dahora”. De vez en cuando, claro, se cuela alguna pregunta nutritiva, precisamente cuando presupone algún conocimiento concreto y se omiten las pistas escandalosas del tipo “une los puntos en línea”.

Pero nada escandaliza más que un Ministro de Educación abjurando del “conocimiento”, esa bicha inmunda, como si transmitírselo a los estudiantes fuera algo tan vergonzoso como pasarles jaco. “¿Conocimiento? No, tío, yo no sé nada de esa mierda. Te equivocas de hombre”. No, no, Wert no suministra ese tipo de mercancías, ¿cómo se le ocurre?: él también receta metadona en el Sanatorio Competencial.

Es triste admitir que cuanto uno pueda leer en los sucesivos borradores de la nueva Ley puede ser refutado en cuestión de segundos por el propio hacedor de la martingala. ¿Qué credibilidad tiene un código cuyos principios son impugnados por el principal responsable de su cumplimiento? No obstante, es todavía más triste comprobar cómo el legislador de la excelencia asume poco a poco el lenguaje del adversario: sus modismos de political correctness, su talante equitativo, su aversión a las ideas vigorosas y las palabras fuertes.

Seguiremos a la espera de noticias, aunque uno ya teme que, a este paso, lo que se apruebe próximamente en el Congreso sea… la LOE.

LOMCE: Segundo asalto

El flamante borrador de la LOMCE va despejando algunas dudas acerca de los objetivos de la nueva ley, al mismo tiempo que alimenta otras, como si con cada revisión del articulado brotara un nuevo pólipo de indeterminaciones. Parece obvio que hasta su redacción definitiva no alcanzaremos a calibrar la auténtica dimensión de este texto, pero, entretanto, podemos hacernos una idea aproximada tanto de sus puntos fuertes como de sus debilidades.

En primer lugar, conviene que todo el mundo lea el borrador por sí mismo, sin atender a los infamantes calificativos que los sindicatos mayoritarios, la CEAPA y los medios afines le prodigan. Tampoco es aconsejable dejarse llevar por el entusiasmo de sus valedores, lo que podría conducirnos a la falsa creencia de que esta nueva ley supone un giro copernicano y el anticipo de algo así como una tierra promisoria educativa.

En realidad, la LOMCE tiene todo el aspecto de una criatura híbrida, un mutante que, conservando algunos rasgos fisionómicos de sus predecesoras, despliega formas orgánicas radicalmente distintas. Por el momento, es de agradecer la omisión de la jerga coeducadora, que, como la cópula y los espejos borgianos, sólo contribuía a la proliferación monstruosa de los seres. Adiós a los “alumnos y alumnas”.

Para quienes hemos reclamado un cambio sustancial en el modelo de enseñanza, sin embargo, el texto resulta insuficiente, medroso y más políticamente correcto de lo que hubiéramos apetecido. Da la sensación de que haya sido compuesto a cuatro manos, en una especie de confrontación dialéctica entre la vieja comprensividad logsiana y el espíritu selectivo del nuevo legislador. Una solución de compromiso. La aspiración de recuperar un Bachillerato fuerte de cuatro cursos queda, así, olvidada en el archivo de los expedientes imaginarios. Del mismo modo, el esquema de la ESO permanece, en su esencia, inalterable. Tampoco se abandona el discurso de las famosas “competencias básicas”, ese invento comunitario que se ha querido utilizar como excusa perfecta para rebajar los niveles exigidos en la etapa secundaria. De hecho, se insiste aún más en ellas, añadiendo una Disposición Adicional para cuadrar el círculo de su integración en el currículo.

Por supuesto, los instrumentos del sistema permanecen inalterables, empezando por el Consejo Escolar del Estado: sindicatos, AMPAS y “expertos” que suelen compartir el factor común de su inexistente experiencia en las aulas. Otros residuos del antiguo régimen son las inútiles evaluaciones de diagnóstico, que se conservan aun a pesar de la implantación de los exámenes nacionales, así como la matraca de la (falsa) autonomía pedagógica: una autonomía que es, en realidad, privilegio exclusivo del Director, concebido éste como líder pedagógico y contratador discrecional. En virtud de la nueva ley, los directores podrán establecer requisitos específicos para funcionarios e interinos, pudiendo rechazar las incorporaciones asignadas en la bolsa de trabajo. Asimismo, estarán facultados para promover el nombramiento de profesores adscritos a sus proyectos pedagógicos, dizque de calidad. Esto, que ya existe en algunos Reglamentos autonómicos, pretende hacer pasar por libertad e independencia lo que no es otra cosa que una invitación al nepotismo y la arbitrariedad. Resulta escandaloso que las veleidades de un director puedan estar por encima de los criterios de acceso a la función pública. O se liberaliza el sector, o los profesores serán rehenes de unos jefes plenipotenciarios, investidos de poder tanto para intervenir en sus métodos pedagógicos como en sus condiciones laborales.

En el haber de la ley, cabe señalar un mayor interés por la “excelencia”, una cierta voluntad por alejarse del talante mesocrático de la LOE. En este sentido, las evaluaciones externas constituyen uno de los puntos fuertes recogidos en el borrador. Sorprende, no obstante, que la evaluación al final de la etapa Primaria no tenga “efectos académicos” y se limite a la consignación del resultado en un informe orientador. Resulta difícil justificar que el esfuerzo organizativo y económico que requieren tales evaluaciones merezca la pena si no va acompañado de consecuencias objetivas. Una vez más, la etapa Primaria queda exenta de responsabilidad alguna en el devenir académico de los alumnos, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que el lobby sindical está compuesto en su mayoría por miembros del cuerpo de Maestros. Este brindis al sol no solucionará el problema de un Primer Ciclo de Secundaria en el que se acumula un gran número de alumnos que, precisamente, no han superado las competencias más elementales: leer y escribir.

La LOMCE asegura que tiene un remedio para este mal. Lo que antes era “Diversificación curricular”, pasa a llamarse “Programa de mejora del aprendizaje y el rendimiento escolar”. Habrá que ver en qué consiste, y, sobre todo, si estos alumnos tendrán su aula y currículo propio o seguiremos en la imposible comprensividad de los últimos tiempos. No parece, en cambio, que se aporte solución alguna para aquellos estudiantes cuyo problema no es que deban mejorar el aprendizaje, sino que renuncian voluntariamente al mismo. Tanto si repiten como si se favorecen de la promoción automática, seguirán siendo una fuente de conflictos para cuya resolución nadie ha aportado más que ideas roussonianas sobre la bondad innata del ser humano y el olor inefable de las nubes. Igualmente, se nos antoja tardía la edad de quince años para iniciar los cursos de FP Básica, sustituto de los actuales PCPI. Todo apunta a que la enseñanza en el Primer Ciclo seguirá siendo tan desalentadora como lo es en la actualidad.

La existencia del examen final en 4º de ESO es positiva, sin duda, tanto en su vertiente orientada a la FP como al Bachillerato, siendo así que existe la suficiente flexibilidad normativa como para presentarse a cualquiera de las dos pruebas, independientemente de la modalidad que el alumno haya cursado. Sin embargo, si se insiste en ignorar los cimientos, esa prueba puede ser un obstáculo insalvable para algunos. Es crucial que el ingreso en el Primer Ciclo de Secundaria sólo se haga efectivo en el caso de que el alumno tenga la base suficiente como continuar en el itinerario académico. Lo contrario es condenarle a un tedio y una humillación permanentes. A menos, claro está, que se habilite una senda alternativa para aquellos estudiantes cuya esperanza de promoción es prácticamente nula. Si esto no se lleva a cabo, la Secundaria continuará siendo tan deficiente como hasta ahora, con el agravante de que los alumnos no sólo tendrán que superar los cursos, sino una prueba nacional. Hagamos notar que, con la LOMCE, seguirá siendo posible promocionar con hasta tres asignaturas suspensas, lo que no dice mucho en favor de la “excelencia” pregonada en la introducción del borrador. Ojo con esto.

Otro aspecto positivo es la diferenciación nítida entre itinerarios académicos y profesionales, lo que acaba con el absurdo de que los egresados del PCPI – con una formación elementalísima – pudieran acceder a cualquier modalidad de Bachillerato (se han dado casos). Con la nueva ley, la FP Básica otorga un título de Técnico Profesional, cualificación pobre, sin duda, pero que el alumno puede mejorar si supera las pruebas de acceso a un ciclo profesional de grado medio.

Por otro lado, los temores acerca de un plan de estudios antihumanístico y antiartístico se disipan. No desaparecen las artes plásticas, como algunos temían. De hecho, podría decirse que ocupan una posición de privilegio, ganando aún más terreno a la Música, la hermana pobre de las disciplinas artísticas. La Educación para la Ciudadanía se reducirá a un curso, en 2º de ESO, y es de suponer que desaparecerán asignaturas tan vacías de contenido como “Cambios sociales y género”. La Religión concebida como catequesis, permanece, claro está, en el currículo, obligando a ofertar una, así llamada, “Alternativa” completamente inútil.

Quedan en el aire muchos asuntos, como el modo en que se va a ofertar el bilingüismo, tremenda patraña auspiciada por el anterior Gobierno, y que éste parece dispuesto a continuar, esperemos que con unos criterios de selección y de calidad más elevados. O el doloroso caso de la inmersión lingüística en las comunidades con lengua propia, cuyo resultado es que la lengua sumergida en las profundidades de la ignominia acaba siendo la española. Por no hablar de la adscripción territorial de las escuelas y la libre elección de centro.

Está claro que falta mucho aún para dar un diagnóstico definitivo, aunque todo apunta a que la LOMCE, siendo una ley decepcionante por su alicorta ambición, mejora en intenciones y objetivos a la LOE. Si por un lado mantiene casi intacta la estructura previa, la incorporación de exámenes externos puede contribuir a que aquella no se desplome del todo. Lástima que los legisladores no hayan podido sustraerse al ethos falsamente progresista que ha arruinado la escuela, pues, en ese caso, habríamos disfrutado de una ley compacta y coherente, en lugar de este Frankenstein que no sabe si quiere ser Finlandia o Alemania.

Dicho lo cual, las acusaciones que desde algunos foros se lanzan tachando a este borrador de excrecencia neofranquista y reaccionaria son totalmente infundadas y deben de responder a otros intereses distintos de los puramente educativos. Decir que la calidad se resentirá por la entrada en vigor de esta ley es vivir en un mundo paralelo, ajeno por completo a la realidad. De la misma manera, pretender que la demanda de excelencia constituye un rasgo diferencial de la derecha, diría muy poco de los valores que la izquierda asegura defender. Se dice que la LOMCE excluye, cuando tenemos un porcentaje de paro juvenil del 50%. Se dice que la LOMCE segrega, cuando los programas bilingües promovidos por la LOE propician la separación de alumnos por niveles. Se dice que la LOMCE adoctrina, pero la Religión ya estaba inscrita en los planes anteriores y las asignaturas de corte ideológico eran más y repartidas en más cursos.

Se dicen tantas cosas que es mejor cerrar la ventana y sacar conclusiones uno mismo.

Estaremos atentos a futuros borradores.

La pregunta del tiburón

Hace apenas un mes, una persona muy querida por mí – a la que llamaremos X– debía presentarse a una entrevista de trabajo. No se trataba de cualquier entrevista, sino de un vis a vis con el fundador de uno de los hedge funds más prestigiosos del mundo. El solo hecho de haber concertado esa cita constituía, en sí mismo, un verdadero logro, por no hablar de lo que para esta persona significaría, desde el punto de vista profesional, conseguir el trabajo.

Como es lógico, X especulaba con la posible naturaleza del encuentro: cuál sería el perfil demandado, qué conocimientos financieros se considerarían indispensables, de qué modo influiría la experiencia previa en la valoración del candidato. Así que se pasó las semanas anteriores leyendo la letra pequeña del Financial Times, informándose hasta del último detalle relativo a la actualidad internacional, repasando conceptos económicos que quizá habrían de resultar decisivos para superar la prueba.

Después de la entrevista, hablé con X. La primera pregunta que le había hecho el gurú de las finanzas había sido algo tan técnico y pragmático como esto:

¿Cuál es el último libro que has leído?

A partir de ahí, me dijo X, la reunión había consistido en una deliciosa charla sobre música, arte y literatura que se prolongó por más de una hora. Disquisiciones acerca de la narrativa de Martin Amis o del milagro implícito en la música de Bach. Una hora de Humanidades en el corazón de la ingeniería financiera.

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Cuento esta pequeña anécdota a propósito del anteproyecto de Ley presentado por el Gobierno, en el que el ánimo reformista parece estar ligado a una esperanza de crecimiento económico. Como es obvio, no pretendemos negar el vínculo que pueda existir entre una población cualificada y un aumento de la productividad. Lo que reprobamos es que ese nexo sea lo que determine el espíritu de la ley y, aun, el contenido de los programas.

Cada vez que los políticos se empeñan en iniciar una revolución educativa lo hacen amparados en un prejuicio. El de las leyes vigentes fue el igualitarismo. Vivíamos tiempos de gloria, y podíamos permitirnos el lujo de ofrecer una enseñanza tan superficial como la cresta de la ola que remontábamos. El mérito y la excelencia eran trampantojos fascistas que había que desterrar del paraíso logsiano. Y, así, hasta hoy. El prejuicio de la futura ley, sin embargo, es el de la empleabilidad, horrible palabro. Da la sensación de que la Escuela, bajo las nuevas premisas, va a convertirse en una agencia de contratación, y que como tal debe ser diseñada.

Ambas concepciones son dos meridianos ejemplos de la fatal arrogancia en la que muy a menudo incurren los gobernantes. Las dos tratan de promover ideas o acciones que la realidad invalida, más tarde o más temprano. Ni se puede forzar la igualación de lo que es desparejo, ni es posible construir un sistema omnicomprensivo que se anticipe a los requerimientos del mercado. No es sólo un problema de imposibilidad fáctica, sino algo peor: la impugnación de los principios fundacionales de eso que llamamos enseñanza general. La LOGSE contravino el epíteto al reducir drásticamente el nivel de exigencia. La LOMCE, en cambio, parece abocada a eliminar – o cuanto menos, a minimizar – aquellos contenidos sospechosos de no generar beneficios. Beneficios económicos, claro.

Bien es cierto que la LOGSE ya había andado parte del camino. La Literatura desapareció de los planes de estudio para quedar arrumbada en un reducto marginal. La Filosofía dejó de ser una entidad autónoma para tener que apoyarse en la muleta institucional de la Ciudadanía. La Música y la Plástica jamás han abandonado su condición de asignaturas “ornamentales”. El Latín y el Griego siguen en su pequeño cantón del Bachillerato, accesibles sólo a un reducido grupo de catecúmenos. Con la LOMCE, algunas de estas disciplinas corren el riesgo de ser señaladas como “improductivas”. El propio ministro ya ha advertido que ciertas asignaturas “distraen”. ¿De qué? De lo “prioritario”. Si es coherente con sus palabras, cabe suponer que dará orden de que se inicie la poda de toda esa maleza cognitiva.

Con ello, tal vez el ministro crea favorecer la salida de la crisis, la reducción del paro y hasta el descenso vertiginoso de la prima de riesgo. No conseguirá ninguna de las tres cosas, pero, a cambio, habrá dado muestras de su absoluta falta de vigor intelectual. Una Escuela que renuncia a la educación artística, a las Humanidades, no es una Escuela, sino un enorme Politécnico donde la sintaxis se absorbe al ritmo de un martillo pilón. ¿Cómo podrá llamarse general a una enseñanza que ignora el legado artístico de las generaciones pasadas? La Escuela, como se ha dicho otras veces, debe conservar cierta impermeabilidad a las contingencias externas. Una Escuela construida en función de las diferentes coyunturas socioeconómicas deja de serlo para convertirse en cosas tan mostrencas como un Plan de Medidas o  un Proyecto de Viabilidad. El conocimiento genuino nunca es utilitario, aunque de él se desprenda una utilidad impredecible. La misma que le sirvió a X para salir airosa de una situación inesperada.

Hemos leído en alguna parte que todo esto es culpa de la voracidad insaciable de los mercados. Siempre se dice lo mismo, pero, al final, quienes legislan son los políticos. Lo que quieren los mercados no puede predecirse con la exactitud infatuada que pretenden nuestros gobernantes, pues el mercado somos todos y cada uno de nosotros con nuestras innumerables decisiones diarias. Ni siquiera el ministro Wert es tan listo.

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Y, a veces, en el centro de esa fantasmagoría mercantil, el avaricioso capitalista sin escrúpulos que tanto frecuenta las caricaturas, te pregunta:

¿Quién es tu compositor favorito?

LOMCE con patatas

La criatura ya tiene nombre: LOMCE. No es particularmente eufónico, sobre todo si se compara con sus precedentes socialistas. LOGSE, en boca de acólito, tenía un retrogusto goloso, su puntito de momentánea asfixia al alcanzar la suspensión de los sentidos. Bien es cierto que los discrepantes convertíamos su cadencia en un sonoro gargajo, como para acentuar el profundo desprecio que nos provocaba. La LOE, por su parte, vino a zanjar la dicotomía fonética, de modo que unos y otros mascullábamos esta cosita grácil, leve y alada, como quien se arranca por Rubén Darío.

LOMCE suena, en cambio, a loncha pancetera, a tasca mesetaria que abomina de exquisiteces y opta por la grasa y el tocino allí donde otros convidarían a foie du canard. La nueva ley apunta hacia una LOCE entradita en carnes, hermosa y satisfecha de que la mayoría absoluta prefiera unos buenos huevos con chorizo a las famélicas tapas de los gastrobares posmodernos.

Más allá de las siglas, lo cierto es que la LOMCE es, todavía, poco más que un embrión. Queda por ver si muchas de las cosas que se apuntan en el anteproyecto nutrirán de veras al sistema o permanecerán en el limbo de los buenos propósitos. La mayoría han sido demandadas en esta y otras bitácoras resistentes: itinerarios tempranos, evaluaciones externas, transparencia del sistema, rendición de cuentas y hasta una bien entendida autonomía para que cada centro pueda potenciar sus fortalezas. En especial, las dos primeras son de suma importancia. El itinerario único hasta los dieciséis años ha demostrado su inoperancia, además de constituir una fuente de problemas disciplinares. El objetivo debe ser acabar con el monumental embudo del primer ciclo de la ESO, donde alumnos de entre 12 y 16 años convivían hasta ahora en un pandemonium de intereses y actitudes completamente dispares. Si ese período crítico persiste, el sistema volverá a chirriar precisamente en lo que son sus goznes. La propuesta del gobierno, en este sentido, no parece muy definida. Por un lado, establece una evaluación externa al final de la Primaria, lo cual es bueno. Por otro, concede el paso al instituto tras una sola repetición, fiando el progreso del alumno a unas “medidas de refuerzo” de improbable eficacia.

Las evaluaciones externas al final de cada etapa son una buena noticia, aunque conllevan un peligro teleológico: que el fin último de la escuela consista en superar los estándares fijados en los exámenes nacionales. Habrá que ser muy cuidadoso en la confección de las pruebas y procurar que todas las asignaturas del programa contribuyan a la formación humanística y científica del alumno. Este riesgo es aún mayor si se mantiene un bachillerato de sólo dos años, el más corto de Europa.

También será interesante comprobar cómo se maneja el espinoso asunto de los directores profesionales. Siendo necesarios, sería un error acumular en una sola figura un poder excesivo, sobre todo si traspasa los límites de la libertad de cátedra. La profesionalización debe estar fundada en el conocimiento claro de las atribuciones propias y la absoluta desvinculación política de los cargos directivos.

Poco más se puede decir, excepto que el PP sigue siendo el más radical de entre los tibios. Su proyecto, en principio, debería mejorar lo que tenemos, pero adolece de personalidad. Demasiadas soluciones de compromiso y, lo peor de todo, un lenguaje tan neutro y quirúrgico como un informe del FMI. Leyéndolo, uno tiene la sensación de que lo ha redactado el Ministro de Economía, con sus inputs y outputs incluidos. Bien está que se quiera garantizar un buen servicio a los ciudadanos, pero un cierto aliento humanístico es tan consustancial a la escuela como los gráficos lo son a las finanzas. La eficiencia, en este terreno, no se mide sólo en cifras, sino que debe estar respaldada por una concepción filosófica.

Quizá porque el discurso no está claro, el PP ha abierto su correo electrónico a las propuestas de los contribuyentes. Como era de esperar, lo que han obtenido es un cajón de sastre donde caben planteamientos experimentales, ideas conservadoras y todo lo que pueda imaginarse entre ambos polos. Esta variedad en la demanda nos hace pensar que no está lejos el día en que el Estado deba ceder muchas de sus competencias monopolísticas a la sociedad civil, también en asuntos educativos. Resulta curioso que el cheque escolar figure como una de esas posibilidades, no sólo en el buzón de sugerencias pepero, sino también en el programa de partidos como UPyD. Es posible que estemos avanzando hacia un nuevo paradigma, uno en el que todos los métodos y visiones de la enseñanza puedan entrar en libre competencia y ganarse el favor o el descrédito de los ciudadanos.

Mientras tanto, desconfíen de las voces que tildarán a este borrador de panfleto fascistoide y elitista. Son las mismas que antes se ocluían en una g sabrosa, pletórica de gusto.

Estén atentos a su pantalla.